Foto: Internet
Por Fortunato Rodríguez y Masgo
Horas de horas libando shacta, sentados en la vieja banca de nogal, en medio de una añeja mesa que “bailaba” cada vez que se apoyaban los amigos inseparables “Siete Machos” y el “Opilado Gonzales”, solo alumbraba en el pequeño recinto una vela, que lagrimeaba cada vez que susurraba el viento frio de la noche en la ciudad primaveral de Huánuco, allá por los años 80. Para apaciguar la ira de los taitas Jirkas, chacchaban la sagrada coquita en medio de una tenebrosa nube de humo de cigarro Inca.
Mientras, la dueña del bar ubicado a pocos metros del tambo “Chúcaro”, la “Coja Bedoya” miraba con ojos de búho, sigilosamente a los dos, que tomaban como si fuera el “fin del mundo”.
Ya, en la madrugada, decidieron dejar el recinto y caminar hacia Juana “Pargasha”, amiga cariñosa de los visitantes y forasteros que llegaban a su morada. Ambos, se dirigieron cascabeleando con dirección a Los Profundos, llegando a la casa deseada, tocaron el inmenso portón, de inmediato ladraron los perros. Transcurrió algunos minutos, por fin, abrieron el zaguán.
Caminaron al pequeño salón, de apenas seis metros cuadrados, piso de tierra, sin puerta ni ventanas; solo estaba dos pequeñas mesas, alrededor de ella frágiles bancas, cuyo cielorraso era de carrizo. De pronto, se escuchó: ¡Quiero tu rico “chupi verde”! dijo el viejo parroquiano “Siete Machos”.
¿Cómo? exclamo la dueña de casa “Pargasha” ¿Quieres mi chupi verde?, bueno voy a prepararte, ya sabes: “Cuánto cuesta la sopita verde, plata y mujeres nunca me faltaron” exclamo “Siete Machos”; además, pidió su “cashqui” (ají seco mirasol) para dar sabor al caldo verde huanuqueño.
Mientras, el “Opilado Gonzales”, se inquietaba por las caricias de la novicia Angelita, una joven “rapracha” (amiga de la vida alegre), quien encantaba por su voluminosa figura tras su colorida pollera. Ambos dialogaban para arrastrarse hacia la “pashpa” (grass natural) de la orilla del rio Huallaga, para dar rienda suelta a la intimidad pasajera, a cambio de algunas monedas,
Los minutos transcurrían, a un costado el pequeño radio portátil marca Philips sintonizaba ‘Ondas de Huallaga’ que propalaba un popurrí de huaynos, amenizaba la mañana con sol resplandeciente, en medio de un cielo azul. Instante que se hizo presente el temible “Loco Faco”, trayendo consigo un inmenso cuchillo y una filuda chaveta con que degollaba a los toros y vacas en el camal municipal, al costado del puente de Cal y Canto. Además, de un pequeño balde en el que tenía dos criadillas de carnero, para preparar un caldo para elevar sus energías, luego de la huaripampeada (borrachera).
“Siete Machos”, “Loco” Faco” y el “Opilado Gonzales”, era un trio asiduo a la casa de la amiga en común: “Pargasha”, con quien se envolvían de algarabía, motivado por la shacta. Siempre buscando minutos de cariño de las ocasionales acompantes, quienes cedían a los caprichos de sus visitantes; entre ellas, estaba la deseada Angelita, una mujer de treinta años, de estatura alta y voluminosa de cuerpo, de tes blanca, resaltando un lunar al costado de uno de sus ojos maliciosos, cuyos labios eran atrayentes para sus ocasionales amigos del amor.
Llegar a este aposento de las caricias intimas, localizado en el sector de “Los Profundos”, era caminar al extremo de la ciudad, casi desolado, algunos metros más allá del huayco de Las Moras y a orillas del majestuoso río Huallaga, hasta donde caminaban sin temor alguno. Si era horas de noche, transitabas en medio de la inquietante oscuridad, donde no existía ningún poste de alumbrado público.
“Siete Machos”, nacido en el barrio Beaterio, viejo parroquiano, peleador callejero, de baja estatura, de verbo florido, ocupación desconocida, cuarentón él; se entregó al alcohol a causa de una decepción. Siempre caminaba con su inseparable shacta, amiga de su tristeza, solo ella sabía comprenderla, y lo introducía a su infierno, donde reinaba los diablos de la locura; de tanto beber.
El “Opilado Gonzales”, joven acriollado de la selva, bohemio dominador de la guitarra, de buenos modales, universitario que trunco sus estudios por su adicción al licor; único hijo varón en medio de dos hermanas charapas, como ya no tenía dinero se refugió en la amada shacta. Su paradero eran las cantinas, cantando boleros, desde las primeras horas de la mañana. Llegó a enamorarse de su adorada Amandita, hermosa princesa residente de Paucarbambilla, que prefirió ir tras de un guardia vivil.
“Loco Faco”, deportista en su juventud, del barrio San Juan Cuchillo, residencia de los “carniceros”; dedicado a la “matanza” de ganados en el viejo camal municipal; de estatura mediana y delgado. En sus horas de bohemia, también se entregaba a los “brazos” de la shacta, caminaba donde estaban sus cariñosas amigas por Iscuchaca y Las Moras en busca de inolvidables besos de labios rojos.
Al transcurrir los años, este trio de amigos casi no se aguaitaron (vieron), por su salud quebrantado; quizás ya reconciliados volvieron a su seno familiar, para pasar sus últimos días de vida, aguardaron con mucho dolor la muerte, porque no supieron llevar una vida equilibrada, les gano la adicción al alcohol, que les llevo a tener una existencia de angustia, arrastrando a la familia en su desgracia.
Pero, como todo está establecido, les llegó el momento que tuvieron que subir al tren de la vida, para enrumbar un viaje sin retorno, quedando solo su vivencia en el mundo de los recuerdos, quizás sus almas vagan en el interior de las cantinas donde deambulaban en busca de la shacta huanuqueña.