«Espinas en el Alma», de Saturnino Hernán Pablo Valdivia

Por: John Cuéllar

 

 

 

 

Soy tu Sol

Yo soy tu sol que fulgura en la montaña

y se acerca candoroso y afable

para abrigar con fuerza notable

tu gentil cintura en la mañana.

 

Para oprimir tu hermosura en hazaña

y abrir tus entrañas con filo amable

y ver si tienes corazón maleable

y arrastrarte a mi sombra de araña.

 

Yo soy tu sol de aquella primavera

quien te iluminó en penumbra y helada

despertando tu memoria dormida.

 

Yo soy tu sol y no el viento en pradera

que se desliza fugaz, sin morada,

desolando tu mirada perdida…

 

Falsía

Dónde está ese amor sincero

que profanaste servir eterno

con la falsedad abisal y sin entrega

con tu alma que engañaba ser esclava.

Cambiaste el paraíso por infierno,

dulzura de mis versos por rudas onomatopeyas,

épocas de plenilunio por noches de invierno,

jardín edénico por el sendero de los cardos.

Has puesto barrera en nuestro sentir dorado,

prohibiéndole a tus ojos no mirar mi afecto,

ignorando a tu corazón sangrado

que reclama ser querido.

Has olvidado nuestro cielo bendito

de estrellas estables y nubes de fuego.

Has profanado

aquel culto divino

de adoración perpetua

de laureles e hinojos de aureola.

Has olvidado

aquel Olimpo nuestro

o aquel Parnaso de fuego

castigando con el témpano frígido

donde quedó

endurecida tu alma…

 

Promesas que no se cumplen

 

Hoy estoy aquí,

pensando en ti, Edita,

Edita, pequeña mía.

Tú, te has mudado

contemplando mi lira,

en las pestañas

de aquel horizonte lejano.

Pues como siempre

he pensado en la carta,

y he preguntado:

–si hay alguna grafía fugada,

un amor mío, un beso, un espérame …

Tú juraste cumplir

yo también juré leer,

mas en esta densa tiniebla,

nunca ya mis manos se reirán,

nunca ya mis uñas quebrarán­

aquel ribete lozano,

guardián del mensaje divino.

Ya me voy, Edita querida,

ya me voy, falsa promesa,

ya me voy con mi dulce puchero.

Solo lástima me tiene el mensajero.

–¡Para mí, nada ha llegado!

 

Complot

 

Maligna gaviota surcaba el espacio,

en la séptima hora que trasciende la tierra;

tañía baladas la radio gastada de Hernán

y la araña temible

lamía el polvo, materia de podredumbre.

 

EI relámpago se mostró vengativo

contra deidades oscuras;

tronó el cielo con furia

contra las arañas venenosas del siglo

que se embriagan en el giro de sus mantos.

 

EI pobre, pobre coágulo,

reposaba en la manzana calorífica

ignorando que la rebeldía

había puesto final a sus días.

 

En aquella hora maligna

el teléfono indigno timbró;

–ya no tiene salvación –me dijo,

y la reina con supremo espanto se alejó.

 

Entonces las huestes de Herodes

ocuparon las calles,

buscando como al pequeño

que huyó a Egipto.

Piedras congeladas cayeron de los cielos

y la escolta del rey de la selva

demolió a cenizas la ciudad:

porque al barro pensante

sin que fermente le hicieron morir.

 

La cena del Año Nuevo

La cena de la hora nueva

se hace melancólica,

y tus llamas

ya no queman mis labios

en esta oscuridad de liviandad injusta.

Me pesa haberte hurtado

un beso, mujer;

amarte, sacrilegio ha sido,

ya que Apolo me escarmienta

entregándome a la soledad.

Todos tienen enormes alas,

todos tienen un cariño.

Besando estoy mi copa,

ansioso de sentir

el sabor de tu aire lejano.

La señal de la mutación del tiempo

ha llegado.

La copa sobrada por coincidencia

nadie ha bebido,

nadie ha preguntado para quién,

tampoco ha llegado,

la tierna flor de la esperanza.

En el tenue delirio

de bebida amarga,

brotan recuerdos y lágrimas,

sufriendo igual que tú,

compartiendo el dolor de la soledad.

Te busco en los límites de los vientos

esta noche y, no doy contigo;

te llamo desde las crestas de las luces

y no me respondes,

no sea que te hayas marchado

sin antes que te diga:

–…espérame en el mar de cristal!

 

Mi imagen en ti

 

Toma esta sombra inmóvil

para tu mañana,

para tu alivio,

para tu martirio

de este mísero soñador que te quiere.

Llévalo mi amor

llévalo mi bien,

yo seré quien hable por ti

cual profeta instrumento de Dios.

Yo seré el fantasma travieso y ajeno

que cubre tu boca cuando cae el beso,

yo seré quien ate tus brazos, …

quien enfría tu cuerpo.

Si por mi porte de alma en pena

un día te obligara a destruirla,

tírale al fuego y esparce los residuos al viento,

porque donde el viento estuviere, estaré yo,

ofrendando mi alma por ti.

 

Efectismo

 

De dónde has venido, ninfa extraña y hermosa

flechando y sangrando mi corazón herido,

dejándome en la muerte ausente y rendido,

burlándote de mi sufrir como cualquier cosa.

 

Pero dónde has estado, linda mariposa,

y para qué coqueta, turbándome has venido,

dejándome boquiabierto, anublado e ido

como si fueras la prenda mía tan preciosa.

 

¡Oh, diosa bendita de la juventud tan pura!,

llévame a tu alcoba dorada de amor eterno

donde pueda contemplar tu beldad risueña.

 

Donde pueda vivir y morir de tu dulzura

donde sea yo, tu esclavo o tu príncipe severo,

y así en el amor tengamos siempre la cigüeña.

 

Súplicas de Beatriz a Dante

Cuánto has cambiado, divino, dulce cielo.

Con qué aire malo te has encontrado,

qué lluvia tan amarga te ha mojado

para que pienses en amargo vuelo.

Jamás ajé tus plumas en mi desvelo.

Caricias demás aquí has hallado;

miel de mi enjambre te ha hostigado,

viviendo sin besos arteros ni duelo.

Ya no brillan tus ojos, amado mío,

se enlutan tus miradas de dolor

como la muerte que quiere vivir.

Con furia avanzas como el río

mirando con puñal a este amor,

sin culpa, que por ti aun quiere morir…

 

Servido y buen provecho, querido lector.

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