El galope inquebrantable de Abelino Chávez: una canción que desafía el olvido a cuatro años de su partida

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

El viento, al soplar con fuerza entre las cumbres del Huánuco profundo, parece llevar consigo el eco de un adiós que nunca se olvida. Este 31 de enero, el alma de Abelino Chávez Dueñas, a cuatro años de su partida, sigue cabalgando por los caminos de las estribaciones andinas, reviviendo con cada acorde de su huayno Mi Caballito los paisajes de su tierra natal: Santa Rosa, un rincón de la provincia de Lauricocha, donde el corazón del hombre late al ritmo de los cerros, los recuerdos y un amor perdido. Su voz, que ya no habita el cuerpo terrenal, sigue corriendo como un caballo, «El Lobito», desafiando el tiempo y el olvido, llevando en su galope la memoria de su pueblo natal y la esencia de una vida que, aunque ausente, sigue viva en la canción.

En cada verso de Mi Caballito resuena el alma de un hombre que no solo vivió entre los cerros y las cordilleras del Ande, sino que hizo de ellos su refugio, su consuelo y su inspiración. «Hay muchos recuerdos en mi vida, recuerdos inolvidables, mi Caballito ‘El Lobito’», canta Abelino, y con esas palabras nos invita a montar junto a él en el lomo de su fiel compañero, un caballito que no solo es la figura de un animal, sino la metáfora de la memoria, del amor, de la tierra que no olvida.

Abelino no canta solo a su tierra, a la que ya se sabe ausente, sino que lo hace con el alma bañada en la emoción de quien se enfrenta al destino con la firmeza de un caballo que corre por el peligroso camino de la vida. Mi Caballito es una despedida, sí, pero también es un canto de resistencia, un himno a la levedad del ser, que se aferra a los recuerdos de un amor que nunca muere del todo. El amor que «locamente» abraza al ser querido, a la tierra misma, a ese rincón olvidado en el mapa de los sueños, es el mismo amor que duele y que nos hace partir, pero que también nos convierte en eternos.

El lamento de Abelino resuena en el ascenso a Quichgaypunta, donde las lágrimas caen, no por el dolor físico, sino por la melancolía de un amor perdido, como el sol que se oculta tras las colinas de Gaganán y Quiullacocha. Su corazón, marcado por las huellas de los Andes, recuerda ese amor que aún arde, aunque la distancia lo haya apagado. “Maldita la hora paisanita, para yo quererte locamente”, susurra, y en sus palabras se percibe la lucha del hombre que, pese a la adversidad, sigue queriendo, sigue soñando.

La canción, con su ritmo entrelazado de canto y palabra, nos lleva a un viaje por los rincones de la memoria. Al elevarse en la voz de Abelino, los paisajes de Santa Rosa se despliegan ante nosotros como un lienzo inmenso, pintado con las voces de los que partieron, de los que se quedaron, de los que aman en silencio. “Ya me voy a ir de tu lado / Con mi caballito ‘El Lobito’”, canta, y en esas palabras se encierra una despedida que no pide perdón, sino que acepta la inevitabilidad de un destino que se escapa de las manos.

Pero la despedida no es solo dolor. Hay también una luz en el camino que Abelino recorre con su caballito, cruzando la puna, desafiando la soledad, enfrentando los peligros que lo acechan. «Corre, pues, corre caballito / Por el camino peligroso», y es ahí donde se encuentra la fuerza inquebrantable del hombre que, montado en su noble compañero, se enfrenta al destino sin temerle. Porque, al final, lo que queda es la resistencia, la lucha, el caminar sin detenerse, sabiendo que el amor por la tierra, por los recuerdos, por lo vivido, es lo que nos mantiene en pie.

Cada rincón que Abelino menciona —Lacsha Chico, Wariragra, Qoqanmachay, Yatog wachanga— no es solo un lugar geográfico, sino un fragmento de su alma, un eco de su historia. Son las colinas que lo vieron crecer, los valles que lo abrazaron, los cerros andinos que lo despidieron. Y en ese canto, la tierra habla, se convierte en voz, se transforma en memoria. «Mucho cuidadito, paisanita, si tú me quieres, quiéreme pues», canta Abelino, como si a través de esas palabras buscara un último consuelo, una última caricia para el corazón que se va.

Mi Caballito no es solo una canción; es un grito al viento, un suspiro al horizonte, un lamento que se convierte en canto de esperanza. Abelino Chávez Dueñas, a través de su música, nos legó un retrato de la vida en los pueblos andinos más profundos de Huánuco, donde la esencia de la tierra se entrelaza con el latir del alma. Y aunque su cuerpo ya no camina entre nosotros, su voz sigue galopando por las cordilleras del Ande, como su caballito «El Lobito», que nunca se detiene, que siempre sigue adelante, llevando consigo las huellas de un pueblo que jamás lo olvidará.

Para aquellos que deseen sumergirse en la magia de esta canción y sentir en cada acorde la esencia de los Andes huanuqueños, Mi Caballito está disponible en la plataforma de YouTube. Allí, la voz de Abelino Chávez Dueñas sigue viva, resonando entre las montañas y los recuerdos, como un testamento inmortal del hombre y la tierra que lo vio nacer.

 

Mi Caballito
Autor e intérprete: Abelino Chávez Dueñas

Hay muchos recuerdos en mi vida,
recuerdos inolvidables, mi caballito “El Lobito”.
Vamos, Orqueta, Los Rodeos del Ande.

Cantando
Subiendo a Quichgaypunta he llorado,
al recordarme por un amor.
Maldita la hora, paisanita,
para yo quererte locamente.

Ya me voy a ir de tu lado,
con mi caballito “El Lobito”.
Quizás ya no vuelva a verte,
porque mi destino es así.

Ya me voy a ir de este lugar,
con mi caballito “El Lobito”.
Quizás ya no vuelva a verte,
porque mi destino es así. (Bis)

Hablando
He recorrido las punas solitarias,
montado mi caballito “El Lobito”.
Son lugares de mis andanzas.

Cantando
Mucho cuidadito, Pagchinita,
si tú me quieres, quiéreme pues.
Todos me conocen por mi nombre
y mi caballito “El Lobito”. (Bis)

Mucho cuidadito, paisanita,
si tú me quieres, quiéreme pues.
Todos me conocen por mi nombre
y mi caballito “El Lobito”. (Bis)

Fuga
Corre, pues, corre, caballito,
por el camino peligroso.
Casi me cuesta la vida
por querer a una ingrata. (Bis)

Hablando
Al subir la cuestita de Gaganán,
miro las colinas de Quiullacocha,
Lacsha Chico de mis ilusiones,
Wariragra de mis delirios,
Qoqanmachay de mis encantos,
Yatog wachanga de mis recuerdos.

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