(Relato de Intipampa, Obas)
Víctor Raúl Osorio Alania (*)
El joven presbítero de veintidós rodadas –rostro caucásico, imberbe, cejijunto, decidido, corpulento, voz estentórea– vino santificado y apadrinado por el sumo pontífice, había recibido la mejor instrucción teologal para su época y supo destacar, por ello, lo incorporaron sin chistar en la nómina de expedicionarios que iban tras el oro y otros metales que tenía Virú en sus entrañas del ande. ¡Tripulación a bordo!
Su periplo fue Italia, España, Perú. En Italia le persuadieron mantenerse probo y sereno en toda circunstancia; en España tuvo tiempo para despedirse de sus ancianos padres, a quienes prometió regresar con gloria celestial o por lo menos bañado en gloria terrenal. ¿El pensamiento y la boca son premonitorios algunas veces? Lo veremos más adelante, ahora mismo, aférrese a este relato.
Cuando pasaron por altamar sus compañeros de navío sufrieron los estragos marítimos (nausea, soponcio, jaqueca), sin embargo, él como viajaba concentrado en oraciones y confesiones ni se había percatado de tal situación adversa, tampoco le informaron para no perturbar su contacto con el ser omnipotente.
Atestiguaría la fundación de los Caballeros de León, incontinenti pidió a su eminencia arzobispal se le asigne para predicar a los herederos de yaros, huamalianos, chupachos. Alegre llegó por estos lares, repetía que San Pedro lo protegía y San Pablo era su aliado.
Su sotana negra y la biblia versión Valera iban con él, era notorio su presencia. Su dejo ibérico libre de seseo impactaba y decía «soy el sacerdote José María para servirle a usted y a toda zurita sin bando», otras veces utilizaba la sinonimia de sacerdote: clérigo, presbítero, eclesiástico, canónigo, preste… Ligero de razonamiento y usos como es la plebe lo llamó ¡Tayta cura! El nunca mostró incomodidad, por el contrario, se sentía parte de ellos.
Parlando con los ancestros obasinos recogería la información milenaria de que existía un peñasco bravío camino a Intipampa.
De tanto escuchar uno y otro testimonio se puso a cavilar, hipótesis cuantiosas iban y venían para hacer cognición. Las neuronas chocaban con tantas hipótesis. Días pasaron, semanas que se iban para no volver, el tayta cura se hacía extrañar como si toda la vida hubiera vivido por aquí.
Listo, el domingo anunciaré esta buena nueva para tranquilizarlos, y así lo hizo, pues era hombre de palabra. ¡Quiero llegar a ese lugar para exorcizarlo!, escucharon admirados. Repito, quiero llegar a ese lugar para exorcizarlo. Avanzaremos con salmodias en bilingüe (quechua-español), desde la plaza de la comunidad regaré agua bendita, el sacristán llevará la cruz de madera que tiene muchos años, portaguión y guion también irán por ser un acto especial, el repique de campanas hágase desde las cinco de la mañana y continuará hasta nuestro regreso; los que permanezcan en el pueblo harán ayunas y quedarán concentrados en nuestro templo donde el rezo será permanente, finalizó agitado y pintado con cada mirada conmovida.
Estaba dicho. Lo escucharon todos porque habló decidido y sin ambigüedades. Los devotos partieron callados, pensativos y temerosos. La noticia corrió más rápido que warakuy (titán del huayco), como estrella fugaz y dejó agotado a wayra (viento) entre laderas y cuencas. Todos y en todas partes deshojaban la noticia dada por el cura. Cuentan que una pareja casamentera –por decisión propia– tuvo que suspender la boda porque su sacramento había pasado a segundo plano, incluyendo a ellos mismos.
Nadie salía de la comarca, por el contrario, los visitantes aumentaban según se acortaba el plazo señalado. Sin preámbulo llegó la fecha indicada porque tenía que llegar, así es el tiempo, siempre avanza en compañía o solo. Algunos repasaron el día y la hora para salir de cualquier duda. El cura muy temprano cumplió con el protocolo que amerita su oficio, los habitantes hicieron lo mismo, antes dispusieron el resguardo de chacras y animales.
Cada quien asumiría su responsabilidad y José María luego de caminar dos horas estaba frente a frente con ese peñón y su misterio que pone los pelos de punta y si eres calvo te brota cabello ensortijado. Vertió agua bendita y fue devuelto como escupitajo. ¡Tuvo miedo! ¡El miedo superó a su curiosidad! ¡La curiosidad ya estaba en el reino de los celajes! Cuando quiso voltear recordó que una muchedumbre lo miraba y admiraba. Su cerebro al perder la razón parecía corazón y este último tenía semejanza de chunchulín requemado.
Actuó con predisposición cristiana. Se puso de rodillas, oraba, rociaba más y más agua bendita, ¡el agua disipaba como si fuera obra volcánica!; hablaba en latín y el mismo traducía en español y runasimi, leía pasajes bíblicos en voz alta. Cuando se percata de la impotencia de sus acompañantes voltea para pedir que sigan rezando en unicidad y ocurre lo inesperado. Una fuerza magnética lo levanta, ¡fue rápido!, en menos de un pestañeó lo coloca en pie para dejarlo pegado con sutileza y cierto cariño en el frontis del peñasco.
Los acompañantes que permanecían a tres metros de distancia reaccionando lanzaron chicullos (soguillas tejidas con pelo del rabo de caballo) para jalar al tayta cura, pero quedó transfigurado en silueta calcárea y las soguillas resultaron yana ishanka (ortiga negra). No hubo queja ni nada parecido por parte del capellán.
Quedaron atónitos. ¡El ichu quería volar siguiendo a las pocas avecillas que salieron espantadas! Las ideas fueron jaqueadas con mate incluido. Las mujeres clamaban piedad levantando las manos hacia el cielo, los varones defensores de tierras comunales confirmaban todo lo dicho sobre este lugar. ¡Labios temblorosos y espontáneos!
¡Cura Qaqa!, diría el más anciano de la comitiva y el eco respondió entonado.
¡Cura Qaqa!, repitieron y repitieron y partieron, no sé si se oía más el griterío de la gente o la resonancia de aquella roca.
La madre de José María suspiró hondo y abrazó a su esposo, ambos habían presentido el sacrificio de su tercer hijo:
Cumpliste tu palabra hijo, volviste bañado en gloria.
Viviste lo necesario para dar tranquilidad a quienes creían en tu prédica.
Pusieron en el álbum una foto de Cura Qaqa (risco con imagen del abate José María).
Andando el tiempo, Cura Qaqa (Cura Gaga) forma parte del paisaje natural y motiva respeto. Las pastoras campean sus rebaños de forma habitual con sosiego, luego de hacer ofrendas o al menos le saludan elevando el sombrero; otros visitantes (los que llegan a las quinientas) colocan mesada significativa y obtienen datos valiosos. Cuando la perdiz (enviada no migratoria de Cura Qaqa) cruza con brusquedad, el visitante colige seguro que tardará en hacer otra visita o quizás nunca más aparezca por estos parajes; entretanto, si dicha avecilla vuela en paralelo a usted muchas visitas y recuerdos dejará. El cuento de Cura Qaqa / a su ecosistema halaga.
(*) “El Puchkador de la Nieve”