
Contrastes I
¿Quién no conoce la interpretación del refrán “A quien madruga, Dios le ayuda”? Para algunos incluso fue el santo y seña en el colegio, la preparación preuniversitaria o la universidad. Sin embargo, lo que deberíamos saber también es su contraparte: “No por tanto madrugar, amanece más temprano”. Porque este último refrán poco difundido en los colegios y hogares, señala que hay un límite entre el esmero moderado y excesivo.
Sucede que cuando se cruza esa delgada línea las consecuencias son atroces.
Aboquémonos a la etapa preuniversitaria, que es cuando el adolescente conoce el rigor del sacrificio para ocupar una vacante en la universidad. Sucede que muchos jóvenes en su afán de compensar la desidia escolar, empiezan a tomar clases mañana y tarde, leer y memorizar libros, estudiar más horas de lo habitual. Y cuando se dan cuenta del gran cambio en su vida, ya están estresados o cansados, porque muchas veces el sacrificio no se plasma en la nota, y llegan hasta la decepción. Lo cierto es que el cambio de ritmo así, en el ámbito académico, no es productivo. Sin embargo, muchos insisten y entonces cruzan el límite.
Un caso ejemplar es del alumno X, que en su afán de ingresar a la Unheval, de repente empezó a estudiar hasta altas horas de la noche y levantarse de madrugada para seguir estudiando. Ni salía al recreo por seguir practicando diferentes cursos. En el aula de clase se jactaba de su proeza delante de sus compañeros. Cuando llego el día de rendir el examen de admisión no se dio tregua, con la misma tozudez, se despertó de madruga, estudio un poco más y se presentó puntual en la ciudad universitaria. Inició el examen de admisión, respondió lo más fácil primero, luego lo complicado, iba por la pregunta 60 con la misma seguridad, cuando de pronto le vino una hemorragia abundante por la nariz. No le importó mucho. Se quitó el polo y se lo puso en la cara. Siguió desarrollando el examen, aunque empezó a sentir que las fuerzas lo abandonaban. El docente que cuidaba a los postulantes en el aula ya se acercaba para reclamarle por lo del polo, cuando el alumno X se desmayó. Entre gritos y confusiones pidieron el socorro de la Enfermería. Aparecieron los paramédicos en una ambulancia, se llevaron al alumno X al Tópico de la universidad. Este joven no pudo volver a tiempo para terminar el examen de admisión. No ingresó entonces. Pero su caso fue noticia en las aulas preuniversitario durante meses, eso lo satisfizo. El día que coincidimos en el cafetín de la universidad se animó a contarme los pormenores de lo que había sucedido antes y después de ese día. “Me había estresado, profe”, me dijo. “Estudiaba mucho, a veces hasta sin comer bien. ¿Qué tal me volvía loco?”. Reímos por lo gracioso que parecía la posibilidad. Lo cierto es que no tiene nada de jocoso que el sacrificio académico afecte la salud o la estabilidad sicológica.
De manera, que seamos prudentes. Siempre que hagamos todo a su tiempo y bien, obtendremos resultados favorables. Dice otro refrán: “No se ganó Zamora en una hora”.