Doenits Martín Mora
Esa mañana la primera hora de clase transcurrió con normalidad. Los alumnos ingresaron al aula virtual, prestaron atención al desarrollo del tema e hicieron preguntas. En la segunda hora, sin embargo, cuando correspondía resolver los ejercicios, se presentó el incidente.
Tan pronto reanudé la sesión virtual después del receso, admití a los estudiantes y se infiltraron usuarios desconocidos con la cámara y el micro encendidos causando alboroto. Sorprendido y confundido, no supe a quién echar de la sala. Alertada, la tutora del grado me indicó que cerrara la sesión. Así lo hice.
¿Qué había sucedido? Uno de los estudiantes había compartido el enlace de la clase virtual. No a sus amigos o familiares, sino en un grupo de Facebook cuyos integrantes irrumpen en cuanta sesión les sea posible. La tutora me puso al tanto a través de WhatsApp. «Ahora que volvamos, déjeme como moderadora para verificar a los alumnos», indicó. Dejé que ella se encargara de admitir a los estudiantes.
Mientras lo hacía, no dejaba de preguntarme si yo hubiera hecho lo mismo en la secundaria. Claro que sí, me dije entusiasmado. Y no solo yo, sino varios de mis compañeros. Entonces, ¿qué me detenía para tomarlo con humor? Los años no habían transcurrido en vano. Como docente se me exige velar por la seriedad de las clases y la institución; pero más allá de las formas, como persona adulta, debo asumir una postura responsable para encauzar la conducta de los alumnos.
Fruncí el ceño y puse mirada grave al activar la cámara web. Los alumnos no esperaban tamaña reprimenda. Hubo lágrimas cuando identificamos al culpable. Retomamos la clase, pero no sin antes brindar los consejos pertinentes.
Aunque no lo demostremos, los docentes reímos con los despropósitos de los estudiantes porque nos vemos reflejados en su etapa efervescente. Sin embargo, debemos mantener la compostura porque la correcta convivencia social lo amerita. Incluso los padres, con sus reclamos y castigos, nos previenen de ser desdeñados por los demás en el futuro. Créanme cuando les digo que lo hacen por su bien.
Pongámoslo de otro modo: ¿Si ustedes tuvieran a su cargo menores de edad –personas indefensas que se abren paso en la vida–, los educarían mal para que más adelante la sociedad los castigue y condene de la peor manera? Esa es la obligación que nos compete a los adultos.








