Doenits Martín Mora
Con la ascensión a la presidencia de Francisco Sagasti, sobre todo con la renuncia de Manuel Merino, los jóvenes centennials o la generación Z, se ganaron a pulso la denominación de «generación del bicentenario».
Y se burlaban de ellos. Decían que eran cautivos de la tecnología, rehenes de tendencias frívolas y esclavos de las redes sociales, sin espíritu patriótico; pero justamente fue gracias a su destreza en Facebook, WhatsApp, TikTok, Instagram y Twitter que lograron organizar una gran marcha nacional y unificar su voz de protesta.
Intentaron minimizarlos y reprimirlos. La congresista de Podemos Perú, María Cabrera, señalo que los jóvenes se movilizaban porque «quieren seguir viviendo de la mamadera»; la controvertida Marta Chávez pidió «mano dura» creyendo que los atemorizarían. Pero los jóvenes continuaron marchando, hastiados de la angurria política.
No está de más felicitarlos y agradecerles por plasmar el descontento nacional en las calles. Hubo dos vidas segadas que hasta hoy nos duelen por lo innecesaria que fue interrumpirlas debido al egoísmo de nuestros “padres de la patria”. Pero nos queda la convicción de que aún existe reserva moral en el país para combatir el abuso de poder.
«Mamita, voy a salir, pero dame mi propina», le dijo Jack Pintado Sánchez a su abuela y se fue contento. «Prometí a las estrellas cuidar de la tierra, salvar, reciclar, protegerla siempre. Únete a este desafío», había escrito Inti Sotelo Camargo.
Ambas declaraciones distan mucho de la apreciación miope de quienes se resignaron a tener una generación adormecida por la tecnología. Más bien son pruebas fehacientes de que no hace falta conformar gremios y sindicatos para salir a protestar por defender el país, sino basta el compromiso de luchar y salir a las calles para forjar una mejor patria.
Que la lección de los jóvenes nos invite a estar en pie de lucha ante el atropello de la clase política ahora y siempre. Despertemos del letargo prolongado y recibamos el bicentenario dueños de nuestro propio país.