Vivencia infantil (Relatos)

Por: Víctor Raúl Osorio Alania*

 

  La engreída del jardín

 ¡Asombrados! ¡Maravillados! ¡Hechizados!… Se ubicaron alrededor de la cuna, ahí estaban niñas y niños. ¿Qué miraban? ¿Qué detalle imantaba la curiosidad de una veintena de chiquillos?

Una muñeca elaborada por madres y padres de familia, convocaba diariamente a las voces tiernas. Sobre todo, acostumbraban arremolinarse al ingreso, en el recreo y a la finalización de las clases.

Me gusta su carita, es gordita y chaposita, comentaba Pamela.

Sus dos ojos grandes y saltones –comparaba David–, parecen dos bolitas para jugar trinca.

Yo prefiero sus dos cachitos o trenzas, parece su hermanita de Jhesica, Luisa e Indira, rieron y aplaudieron la ocurrencia de Joselito.

Puedo llevarme la cuna para que duerma mi hermanito, pensaba Candelaria.

Se encariñaron con la muñeca. A la finalización de las clases surgían reveses, todos querían regresar a casa acompañados de la muñeca de trapo. La profesora optó porque cada día la llevase una niña, hasta los varoncitos compartían este privilegio, el turno debía continuar y el control estaba bajo la responsabilidad de los propios estudiantes de guardapolvo verde.

Cierta mañana, cual eclipse solar, desde la formación en el patio, cundió la preocupación: Yaki no trajo la muñeca, dijo una niña.

¡Segurito que lo ha perdido!, remató en tono elevado una segunda chiquilla.

Tengan paciencia, se habrá olvidado por venir apurada –así intentaba poner calma el párvulo que vivía con su abuelita–, tendríamos que escucharla.

Ya en el aula, el grupo estudiantil pidió que interceda la profesora del Jardín. Ella en base a persuasión, afectividad, arrancó una explicación de Yaki:

Profesora, compañeros, he bañado a nuestra muñeca, no seca, está pesando… Ojalá hoy día haga sol, mañana la traeré con su ropita bien planchadita…, expresó Yaki, mientras empezaba a sollozar.

Hubo suspiro intenso en señal de placidez. No había porque perturbarse más. Todos corrieron para abrazar a Yaki, incluso la maestra. La espontaneidad formó una circunferencia extensa y amorosa. Intercalados, mujercitas y varoncitos, cogidos de la mano entraron en calor, afuera llovía torrencialmente. Girando a la derecha e izquierda bailaron pirwalla pirwa, bailaron buenos minutos esa ronda de la amistad.

La muñeca –de peinado clásico a dos bandos– permanece tal cual fue procreada. En horas de clase, sentada escucha atenta. Después del recreo descansa. Coloca la cabeza en una almohadilla de funda rosada, queda cubierta con frazadita y colcha. Utiliza manta colorida cuando sale del aula.

Generaciones de estudiantes, por adición madres y abuelos, la arrullan, cambian de ropa, obsequian juguetes elaborados en la escuela para padres; y, cuando llega su cumpleaños un coro ejercitado tararea canciones de cuna a “La engreída del jardín”.

Muñeca cara de niña / quítame la tonta riña; / día de tu natalicio / convocatoria de oficio; / brinda con jugo de piña / para vencer cualquier riña (Pareado: aa, bb, aa).

 

Jugando a la comidita

Amelia y Maura, niñas aún, compañeras de sección, aprovechando el recreo jugaron a la comidita. Amelia cogió un platito de color amarillo y sobre este colocó una piedra, que en la imaginación de ella (Amelia) formaba la porción exacta de un plato típico.

Maura, come, te invito.

¡Amelia!, esto no te perdono. ¡Cómo me puedes servir piedritas!

Estamos jugando a la comidita, respondió Amelia.

Ahora vas a ver, Amelia, ¡te voy a dar veneno!, amenazó Maura mostrando el puño de la mano derecha.

Amelia puso las manos sobre sus trenzas largas y sentada en su carpeta unipersonal, lloró, lloró y lloró hasta desahogarse. En medio del llanto fue aprendiendo que intención y respuesta a veces son discordantes, como aconteció en “Jugando a la comidita”.

La profesora de aula, siempre audible a sus niños y niñas, conversó con Amelia y Maura. Hecho los esclarecimientos atinaron a decir:

Maura, ¿me disculpas?

Amelia, ¿me disculpas?

Hubo un abrazo mutuo entre niñas y profesora, desde aquel día el salón de clases respira amistad intensa porque aprendieron a tolerarse.

Nuestro eminente país / abastece con maíz / de exuberante raíz / labrada por Anaís (Rima pareada: aa).

 

Parla de chibolos

 Esparcidos en la sábana de una gocha aldeana, un quinteto infantil acaricia las canicas, bolas o esferitas. Ellos hacen un relax necesario con el juego universal y masificado. Encontrón de canicas contra canicas hasta quedar desvidriadas, desvariadas o ajadas en su textura de arcilla, mármol o de porcelana. ¡Ah!, las bolas equiparan en colores al arco iris. Protegen la bola lecherita; atacan con la trocla y arman la defensiva con el meñique. Hay pocos ganadores, muchos perdedores. En otra jornada los perdedores cobrarán la revancha con creces. Los bolsillos tintinean con las bolitas y la sonrisa invade el rostro del ganador.

Otros pequeños (un terceto) con las manos callosas –producto del laboreo agropecuario– juegan con el trompo silueta cónica. Puesto saliva en la cuerda, el trompo baila huayno, Auquish Danza, marinera, Chunguinada y Negrería, con su clavo afinado acaricia monedas o chapas, haciéndolos avanzar, retroceder. Vaya, vaya, las chapas y centavos del antiguo sol –desechados por los adultos– redimen en el pasatiempo. Mientras tanto, los que hacen de público, parlan sobre la cotidianeidad.

Niño 1. Un chibolo dice a muerto con cólera…

Niño 2. ¿Dónde?

Niño 1. En mi terruño de puna.

Niño 3. Iiih… el cólera ya pasó de moda, ha sido controlado en nuestro país…

Niño 1. Entonces, ¿con qué enfermedad habrá muerto?

Niño 2. Segurito ese chiquillo ha muerto con plomo en la sangre, para barajar los voceros de la empresa Caldera están diciendo el cólera ha vuelto.

El espacio agradable y su parlamento angelical quedaron disuadidos con el llamado enfático de una madre de familia: ¡Kike! ¡Kike! ¡Kiiikeee!

Kike salió corriendo, quería evitar cualquier enfado a su mamita. Aquel domingo había sido solicitado para almorzar junto a su progenitora.

Hijito, lávate las manos con agua y jabón, caso contrario aquellos dirán: Kike y sus amigos tienen plomo en la sangre porque no se lavan las manos después de jugar.

Eso acabo de decir a mis amigos, el cólera ya pasó de moda, ahora hay que cuidarse del plomo en la sangre. ¡Qué miedo, mamay!

Antes de saborear el suculento locro, la madre alcanzó a decir: Kike, valgan verdades, el plomo está impregnado en la sangre por la actividad extractiva de los recursos no renovables. Fíjate, los compatriotas que viven kilómetros arriba de nuestro pueblo, sufren este malestar y viven menos años. Tienen más dinero con menos salud. Amargo significado difícil de asimilar.

Niños galanes, paisitas, / chocan vidriosas bolitas (Rima pareada: aa).

*“El Puchkador de la Nieve”

Leer Anterior

Modifican ley que faculta a gobiernos regionales y locales disponer recursos en favor de PNP

Leer Siguiente

Saca ventaja: Ecosem Pasco venció a Tiro 28 y mantiene su racha en la Copa Perú