Víctor Raúl Osorio Alania (*)
Junto con la puesta del Sol llegó la noche tachonada de fecundas estrellas, la Luna puso esmero para iluminar hasta las oquedades más profundas, de ese modo, con su luz plateada intenta adivinar hasta el subconsciente. Sucedido la cena, aquella mujer andina, pastora, esposa, confidente, guía e hilandera eficiente aprovechó ese manifiesto nocturno para narrar cuentos y leyendas.
Dio a elegir a su auditorio: “La Ganchana” o “La mujer devoradora de niños”, “Pablo Curu”, “Tayta Pukllay”, “El muqui, patriarca de las minas”, “Waqurunchu, sabio de nieve”, Illa, hija de la Pacarina”, “Señor de Wayllay”, etc. Al unísono pidieron: ¡Tayta Pukllay!, ella acató y con su voz típica desenrolló el contenido.
Tayta Pukllay vivía en estos linderos, cuyos actos ganaron a la fragancia del rosedal e hizo claudicar a la cruel espina. ¡Encantador!
Todos jugaban con él, bajo ciertas fórmulas, no había ganadores ni perdedores. A diario convenían jugar de ocho de la mañana hasta las dieciséis horas. Cuando llegaba el mediodía, cada quien recibía lawapu o comida fría (carne asada con mote), plato tradicional de la zona; en el acto, consumían pan hecho sobre la base de maíz y trigo y una jarra de chicha concentrada con hierbas medicinales y aromáticas. De lance en lance, escribían todo lo aprendido y pulían los dibujos con detalle milimétrico, haciéndolo desde las dieciséis horas hasta la medianoche y a las cero-cero horas dormían por el lapso de 480 minutos.
Una wanka o piedra referencial –a manera de monolito– estaba en el punto medular. De ahí crecía el terruño. Doce casitas hacían una circunferencia mediana y la suma de nueve aureolas medianas envolvían el redondel grande. Una fuente de agua cruzaba de sur a norte, así estuvo bien irrigado, con sumo cuidado evitaron contaminarlo. En época de siembra y mies, felices alternaban los grupos heterogéneos para atender sementeras de maca, tubérculo andino muy alimenticio y de propiedades extraordinarias cuasi milagrosas.
Llama, alpaca, guanaco, vicuña criaban por cantidades, de los torrentes pescaban exquisita trucha y del estuario sacaban ranas por docenas en ciclos. La fibra del camélido valía para la confección de prendas abrigadoras y así combatir el frío de la región puna. Cazaban aves migratorias y de este hábitat; en sus ratos libres practicaban arte rupestre con pulso fino, imponiendo el rojo genial.
Tayta Pukllay tenía un lema: «A nadie se le obliga venir. Aquí venimos a jugar, porque jugando con armonía esculpimos un paraíso diamantino».
Adultos gozaban más que niños y niñas; y, estos últimos vivían su infancia a plenitud. Colocando piedra sobre piedra daban forma con cincel, combo, martillo, punzones, néctar de plantas y creatividad. Los varones maduros hicieron las figuras medianas y pequeñas; al instante y en paralelo, grupos de chiquillos y mujeres de toda edad caracterizaron a las imágenes colosales.
Vivían enamorados de lo que hacían, auténticos héroes y heroínas que dieron lustre a su época. Si la imaginación tiene alas, sus manos corrían más que las alas. Las aguas termales reservaban turno, para ellos y ellas, en luna llena o plenilunio. Volvían con sosiego; mente, espíritu y cuerpo relajados. Aquí tuvieron su nidal inspirador. Recreación absoluta en los cánones de lo clásico y novedoso.
Aunque suene raro, el quehacer lúdico también puede debilitar la salud. Si alguien enfermaba con tos bronca y escalofríos, recibía frotación caliente de aguardiente y ruda en las extremidades, en seguida era envuelto con mantas y le daban zumo de ortiga en su máximo hervor con un copetín de aguardiente, así descansaba plácido hasta el día continuado. Santo remedio, ¡adiós enfermedad o cualquier achaque gripal! Se ha heredado esa receta infalible.
Fruto de labores colectivas brotaron formas expresivas y abstractas, pudieron contabilizar a primera vista 280 retratos. ¡Superlativo! O sea, figuras múltiplo de siete, en estado catatónico elaborados y puestos a disposición de la utopía humana. No obstante, pronto decidieron elevar dicho mérito. Alguien dijo hasta 1600 y el tiempo pasó volando con labor innegable, lograron 1600 formaciones rocosas, la que se tiene en 6815 hectáreas, a 4.300 msnm en la región puna. Por si acaso, los tres últimos datos numéricos enhebran con el 5, otro guarismo del arcano.
Cada piedra tiene espíritu, unidad de cuerpo que trasciende en el universo partiendo desde el boscaje holístico.
Muchas generaciones aportaron para lograr lo esplendoroso. El desaliento quiso instalarse una vez, empero tuvo que retirarse por donde vino. Tayta Pukllay, ancestro de Wayillayki, padre de los picapedreros, atendía cada asunto con mesura y alegría, personaje de habla culta, modesto por todas sus aristas, capaz de diseñar verdades exentas de genuflexión. Viendo tanta concordia, hasta luego entró en vértigo y partió ahuyentado por considerar enemigo al pródigo recreo.
Tayta Pukllay tenía tiempo para todo, mejor dicho, sabía llevar con probidad su agenda. La poesía era una privanza inmemorial como los colores inequívocos del arco iris.
Este cóndor honorable / unge vuelo memorable, / cuando transporta noticias / hechas en tiernas caricias.
Lúcido y bello elefante / incumbes más que diamante, / pues resultas amiguero / como premiado ternero.
Lo dije, oso laborioso, / sin mancha, firme y amoroso, / plantígrado pensativo / quiero un abrazo flexivo.
Nuestra dichosa tortuga / –madrigal y voz de oruga–, / va lenta por estrategia / siendo de familia egregia.
¿Sólo tienen siete llaves? / Laberinto para claves, / donde procrean las aves / y empujan sus propias naves.
Cuando hay lluvia, el pingüino, / sitúa pino tras pino, / muchos cumplen la faena, / así obtienen dicha plena.
Única, elegante alpaca, / ni mofletuda ni flaca, / por su ambiente, ¡bataholas!, desde la choza sus holas.
Cuando finalizó el edén pedrusco brindaron con maca. Unos, pidieron maca para el pensativo, cuando ayuda en las sabias decisiones desde el paladar; otros, ingirieron ponche de maca para el gustativo-aumentativo, es decir, consideración afrodisíaca, reproducir y poblar desde el sagrado hogar.
Wayillayki empedrado resolvió su propia existencia leal, exhala vitalidad desde las entrañas macizas.
Con delicadeza avanzó la sombra noctámbula y el conocimiento de Petronila, narradora excelente de cuentos, mejor anfitriona. Danilo durmió con su progenitor (Pedro), la mamita Honoria lo hizo con Patricia. Tendieron su cama con pellejos y frazadas gruesas, contiguo a la vicharra de calor inacabable. Durmieron contentos por todo lo aprendido sin dejar de pensar en Wayillayki, en Tayta Pukllay, en la amistad ensanchada.
(*) “El Puchkador de la Nieve”