
Fue “matahambre” de los “vaqueros” de antaño. Nació en el quiosco de revistas “Mera Mera”.
Por: Fortunato Rodríguez y Masgo
Allá por los años setenta, mes de junio, temporada de la helada, la aurora del nuevo amanecer es frígida; la mañana es lenta, el sol tímidamente pretende salir por la cumbre del jirca Paucarbamba. Mientras tanto, el aroma de café y el pancito hecho en horno de leña se dispersa por las estrechas y románticas calles de Huánuco señorial.
Los hermanos Rodríguez nos encontramos sentados en el extremo de la sala de la casita de adobes en espera del santo desayuno, charlando, rememorando momentos inolvidables y llegamos a tratar de un hecho particular que marca el nacimiento de un exquisito plato (hoy convertido en un refrigerio mañanero que enriquece la tradicional comida huanuqueña).
Basilio, primo nuestro, cariñosamente Bashi, nos relató hechos que se suscitaron aquella mañana de junio, en los inicios de la década del setenta, mencionando a muchos chiuchis (niños) y mozos (jóvenes), quienes alargaban los pazos para aterrizar en el quiosco de revistas “Mera Mera” del señor Sánchez, localizado en la parte externa del Mercado Modelo de Huánuco, casi al costado de una de las puertas de entrada que da al jirón Huánuco. El local casi siempre estaba abarrotado de alumnos, quienes a voluntad propia no ingresaban a sus centros educativos, conocidos como los “vaqueros” (los mal hablados calificaban de ociosos o burros), hoy no tuvieron “ánimos” de asistir a clases, estaban “indispuestos”, según ellos.
Entre los asistentes se podía observar a estudiantes provenientes de la Escuela 415 (conocido como Sánchez Soto) y de la Gran Unidad Escolar Leoncio Prado; todos ellos, entre los doce a quince años de edad, quienes ingresaban al local desde las ocho de la mañana. Inmediatamente solicitaban en alquiler sus revistas o historietas favoritas como Superman, Walt Disney, Chanoc, Condorito, Pájaro Loco, Tarzán, Capitán América, Hermelinda Linda, Kaliman, Llanero Solitario, Tío Rico, Aniceto, Zorro y Cuervo, Aventuras del Oeste, entre otros.
De lectura en lectura, caminaban los minutos y transcurrían las horas de la mañana, los muchachos estaban inquietos en la “sala de lectura” de “Mera Mera”, por el hambre, ya consumieron todo el budín que ofrecía el señor Sánchez; pero no saciaba el hambre, unos que otros salían a consumir su papita rellena que vendía una señora en la puerta de entrada al mercado, casi adyacente al local de las revistas.
Una mañana dicha vendedora se apareció en el quiosco ofreciendo papa rellena, casi al instante vendió todo. Los “vaqueros” estaban satisfechos por el “matahambre”. Así transcurrieron los días, ya se hizo habitual leer las revistas y consumir casi al medio día la papa rellena de la Tía Rosita; quien se hizo querer con los “vaqueros”, eso fue la razón de llamarla cariñosamente “Tía”.
La Tía Rosita era una mujer delgada, alta, con trenzas, siempre portaba vestido claro, en su mano llevaba la fuente repleta de papa rellena cubierta con mantel blanco bordado en sus extremos y su infaltable papel despacho cortado y su ají, era carismática, de buenos modales y bondadosa, en algunas oportunidades aceptaba crédito, hasta el día siguiente, caso contrario estabas prohibido de comer el “matahambre”.
Mientras, el señor Pajuelo, una persona de 50 años aproximadamente, canoso él, de un fluido hablar, casi siempre vestido con ropa sastre bien planchado, zapatos negros bien lustrados, con un mandil blanco, preparaba y vendía ceviche en horas de la mañana en el interior de ‘Mercado Nuevo’, adyacente a una de las puertas de entrada del jirón Huallayco; casi siempre caminaba portando una fuente de platos de ceviche y ofrecía a precio módico.
Por cosas del destino, Pajuelo llego al quiosco de revistas para conversar con el propietario. Como ya se aproximaba la hora del almuerzo, uno de los “vaqueros” se levanto de su habitual asiento en busca de alimento y pregunto ¿Qué vende usted señor? Y el vendedor le respondió ¡ceviche rico caserito! Y repregunto el alumno ¿fresco? ¡claro recién he preparado! Respondió el señor Pajuelo. Dame uno, ordeno el estudiante, ¡uy esta rico!, al escuchar esto, otros lectores de “Mera Mera”, compraron su ceviche y quedaron contentos. Así, inició el refrigerio del ceviche. Al pasar los días, era habitual su consumo.
Los días y meses pasaron, pero siempre los “vaqueros” en el interior del quiosco “Mera Mera” sumergidos en sus historietas, leían y releían sus revistas, muchos de ellos altamente concentrados, hablaban y reían solos, como modo de alcance no estaban locos, solo vivían sus historias. Para reforzar sus energías y seguir en la lectura, unos consumían papa rellena y otros, ceviche de pescado. Pero como el hambre era devorador, a un alumno se le ocurrió consumir en el mismo plato papita rellena con cevichito, era una “dupla” que saciaba o mata el hambre de verdad, y quedabas satisfecho, para seguir zambullido en las revistas.
A los años, el consumo de la papa rellena con ceviche en horas de la mañana, se convirtió en un refrigerio para la población en general; esto, obligo a algunos comerciantes de los mercados Modelo y Antiguo habilitar su puesto y ofrecer a sus comensales la delicia del momento, posterior ya se hizo masivo casi en toda la ciudad huanuqueña, este plato emblemático de la cocina huanuqueña.
Es así, como contrajeron nupcias el señor ceviche con la señorita papa rellena, tuvieron como hogar el quiosco “Mera Mera” donde nació la papa rellena con ceviche, hoy convertido en el plato emblemático de Huánuco. Año atrás fue un “mata hambre” de los “vaqueros” a clases.
Como protagonistas podemos citar al Señor Sánchez propietario del quiosco Mera Mera, la Tía Rosita vendedora de la papa rellena y el señor Pajuelo vendedor del ceviche, quienes viven en el recuerdo de miles de “vaqueros”, todos ellos hoy ya adultos, ciudadanos de bien y ejemplo en la sociedad.