

HUÁNUCO DEL AYER
Shogoshina fue una mujer inteligente, astuta, manipuladora, con un rostro bello trigueña de nacimiento, con un lunar encima de los labios, con unos ojos encantadores que “enamoraba” a primera vista; de cabello negro casi encrespado que le cubría la espalda hasta la cintura; de talla mediana; amada por algunos, aborrecida para otros. Así era la Shogoshina.
De la sierra huanuqueña, de niña fue llevada a Lima, donde trabajo como empleada de casa, ya a los 15 años era una bella mujer, esbelta. El patrón de la casa estaba completamente enamorado en secreto, quien materializaba los caprichos de su adorada.
Un domingo se citaron en el Parque Universitario de la capital, con engaños el patrón la llevó a un hotel de mala muerte, tomaron una botella de vino, luego la hizo su mujer.
La Shogoshina, a los meses tuvo su primer hijo. Pasaron los años, no perdió su encanto, siempre presumida, pero amorosa con su enamorado de turno. Uno de ellos le encamino hacia el mal, se convirtió en una mujer de compañía de intensas noches de placer, allá en el Callao, siendo la preferida de amores de paso.
A los años regreso a la ciudad de Huánuco, toda ella caminaba sobre sus zapatos de taco 8 por las estrechas calles; siempre esbelta, atractiva, sensual, conocía el mundo del amor para encantar a los hombres; uno que otros se trompeaban para estar al lado de esta bella mujer. Al poco tiempo, comenzó sus problemas, era buscada por esposas despechadas por la infidelidad que cometían sus maridos, quienes juraban venganza, ‘ojo por ojo, diente por diente’; pero al momento que se enfrentaban huían de la Shogoshina por su carácter fuerte y peleadora callejera, muy pocos sabían que trabajo en el puerto del Callao atendiendo los placeres de rudos marineros o pesqueros.
Era una mujer práctica, devota del amor libre y sin compromiso, siempre decía: “No me interesa tu pasado, porque pisado esta”. Los años pasaron, cada vez envejecía más, la vida le pasaba sus “facturas”, ya los hombres se alejaban de ella, no era requerida; se “entrego” al alcohol, comenzó a frecuentar cantinas donde deambulaban los “ministros” o “parroquianos” de poca monta.
En ese andar, conoció a Siete Machos, Siete Lenguas; Ojito Mágico, un expresidiario reincidente y asesino; Muca, un cargador del mercado corpulento, robusto, alto, humilde y de buen corazón; su amiga confidente la Coja Bedoya, quien era gerente de su propio negocio de venta de aguardiente de caña, copa en copa en su única mesa con asientos de adobe y su banca apolillada. También a la Chusca Gallina, una mujer de armas tomar, pleitista como ella, escandalosa para pintar sus labios de rojo sangre y la Negra Bertha, alta robusta, con algunos kilitos demás, caderona y siempre con sus trenzas. Este grupo de “personalidades” eran los amigos de la Shongoshina en el ocaso de su vida.
Ya en temporada de lluvia, se le veía tiritar de frio, sentadita sola ella en una vereda, bien arrinconada para que no se moje, una que otras veces se le veía dormir solitaria y tirada en el frio cemento de la acera, quizás soñando la agitada vida que llevo en su juventud, donde era deseada por muchos hombres para una fugaz aventura.
La Shogoshina, en su momento de lucidez se reía entre sí, al recordar cuando a los años retorno a su pueblo, enclavado en la falda de la cumbre de los Jirkas, donde claramente se puede apreciar al Cóndor danzar en el espacio, debajo del cielo azul, donde el taita Sol alumbra el firmamento. Un día de la fiesta patronal, setiembre de los años 70, luego de la procesión, comenzó el festejo popular, la orquesta vernácular interpretaba lo mejor, el aguardiente circulaba a raudales, en eso apareció una mujer bella y hermosa, que atraía la mirada de los presentes, casi de inmediato los galanes alrededor, comenzó a bailar, toda ella se movía al compás de la música, como una serpentina se dibujaba su esbelta figura, afanosamente estaban a su lado el gobernador y el sargento de la Guardia Civil, quienes se disputaban la mirada de la bella Shogoshina, llegando un momento a desafiarse a puño limpio. Al final todo se calmó, solo fue un intento de pelea, y a ninguno de ellos les acepto, porque no aprobaba ser la mujer exclusive de alguien.
En otra oportunidad, un juez obeso, ya entrado a la vejez llevando consigo más de 60 años de edad, que despachaba en un juzgado administrando justicia en la ciudad, se quedó enamorado a primera vista, encomendaba a su secretario ubicar el paradero de la Shogoshina, casi siempre tras de la bella mujer, corriendo en su viejo automóvil “sapito”, como el patito color amarillo. Hasta le prometió separase de su esposa para convivir con ella para siempre. Ella en plenitud de sus 30 abriles, desprecio el amor de su pretendiente juez, quien lloraba por su amor imposible en medio de su borrachera.
En el rosario de los recuerdos siempre estaba presente sus pretendientes, sus amores de aventuras y sus días felices, casi olvidado o sepultado tenia los momentos infelices, no le agradaba recordar; siempre vivía como si fuera lo último de su alocada vida. Un día se quedó dormida, en medio de una torrencial lluvia; esa noche como nunca, hubo intenso trueno que retumbó hasta el piso, cayo relámpagos que ilumino la tenebrosa oscuridad, las calles quedaron en silencio y deshabitadas. Ya en medio de la aurora del amanecer agonizaba la Shogoshina, a los minutos falleció en completo abandono, se fue sin despedirse de sus alocados amigos para nunca más deambular en busca de amores.
Fue enterrada en la fosa común del cementerio general de Huánuco. Nadie le acompaño hasta su última morada.
A los días de su muerte, se pudo observar a su amigo Siete Machos y a la Rontuca poner un ramo de flores todas marchitadas y prender una vela al lado de una piedra, donde escribieron ‘La Shogoshina’, era como un sello impregnado, una lápida imaginaria que colocaron espontáneamente en la tumba de la amiga, con quienes pasaron los últimos días de su alocada existencia, llevando en sus hombros inolvidables recuerdos.
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