Por Fortunato Rodríguez y Masgo*
Era un 14 de agosto, de aquellos años 80, nuestra hermosa ciudad amaneció́ el día con un aliento de frio que se desparramaba sobre el valle de los Chupachos. La helada estremecía de madrugada, hasta que el sol radiante apareció́ aquella mañana entre las manos de los tres Jirkas que calentaba el sentimiento, llenando de mucha energía a la población huanuqueña.
Era una fecha esperada por la muchachada de los barrios, quienes se autoconvocaban para tomar acuerdos, luego subir a Puelles y asistir a la inolvidable serenata por el aniversario de nuestro Huánuco querido, siempre en “caleta” (escondido) dentro del toldo de algún conocido, de esa manera estar protegidos hasta la madrugada que duraba la jarana.
Es así́, que salíamos de casa con guitarras en mano, chompa en el cuello y con las “fichas”; es decir con el dinero disponible, para asegurar la noche, llegamos cerca de las 20 horas al toldo del “Chato Aniceto”, quien llamaba la atención por el alto volumen de los parlantes acoplados a su vieja radiola, sumado a una cantidad de discos de 45 o LP a “gusto del cliente”. Aparte que estaba a la vista el cilindro lleno de hielo para enfriar las cervezas.
En fin, listo el salón del festejo improvisado con piso de tierra, aparte de la “pared” y el “techo” de toldera de un viejo camión, sostenidos con palos de maguey, iluminaba el ambiente una vela o un mechero de kerosene, todos sentados sobre una banca de madera y apiñados en una enclenque mesa.
Mientras tanto, en el campo ferial de Puelles recibían a los visitantes, quienes llegaban para observar las bondades que ofrecía la feria; entre ellas, animales de los centros ganaderos o de las casas hacienda, muebles confeccionados por los maestros ebanisteros, frazadas de lana de carnero tejido en telares artesanales de La Unión o Llata, guitarras fabricadas por el maestro Víctor Flores; miel de abeja extraído por los hermanos Daga, el aguardiente de las diferentes haciendas, el café́ de huerta o de montaña de Pillao – Chinchao, la presentación y concurso de caballos de paso de los hacendados y ganaderos quienes llegaban expresamente para demostrar su habilidades de jinete; entre otras novedades.
Comienza la serenata en la “temible” pampa de Puelles. Ingresa la banda de músicos “Los Pillco Mozos” para amenizar la velada. En seguida comienza la quema del castillo y a la par los cohetes de cuatro tiempos de don Amador Visag que retumbaba en la quebrada, mientras en el escenario bien vestido hacia su presentación “Lajpichuco”, quien alegraba la noche con sus ocurrencias, él era nuestro cómico muy estimado; desfilaban artistas netamente huanuqueños quienes interpretaban con mucho sentimiento nuestras canciones, muchos de ellos llegaban desde nuestras hermanas provincias, con arpa, saxo y violín hacían zapatear a los concurrentes, alrededor estaban colocados los toldos abarrotados de concurrentes quienes con mucha alegría celebraban la serenata tomando, cantando y bailando entre amigos.
La amanecida llegaba, mientras algunos de pie libaban, otros descansaban en la silla o en un rincón del toldo. Así́ transcurrían las horas hasta que llegaba la mañana del 15 de agosto, una buena lavada de cara y te ponías de pie, para tomar un suculento desayuno consistente en caldo de cabeza o caldito verde, café́ cargadito de huerta con pan de horno hecha a leña; y como la garganta estaba seca de tanto cantar necesitabas más cervecita.
Comenzaba la mañana de celebración, hasta donde llegaban más amigos al toldo, todos nos confundíamos como una sola familia, porque todos éramos conocidos huanuqueños, algunos con guitarras, mientras otros cantaban, eran momentos de algarabía.
El medio día aterrizaba, el olor inconfundible de la pachamanca se esparcía en el ambiente, inmediatamente te ofrecían, sin titubear y a comer se ha dicho, trozos de chancho con cascaron bien doradito, acompañado de papas, camote y yuca; para asentar se tomaba un copón shacta (aguardiente de caña) para que digiera la grasa.
Ya entrada la tarde bajamos de Puelles todos “gringos” por el ventarrón de polvo y tierra que disparaba la quebrada, toda la muchachada guitarra en el hombro, cantando el “ayhuallá́” (adiós) nos despedimos hasta el próximo año; algunos se tropezaban o se caían, pero seguíamos caminando con dirección a casa, sin novedad alguna llegamos a nuestra cama a descansar aunque recibidas una buena resondrada, solo podías consumir agua más agua, porque el estómago estaba totalmente resentido, si el malestar del cuerpo persistía, inmediatamente te dirigidas a don Ñumico Echevarría quien con una inyección, más suero en la vena te “resucitaba”. Así́ transcurrieron las horas de celebración de aniversario en Puelles de mi Huánuco querido de antaño.
*Periodista, economista y abogado