HUÁNUCO DEL AYER: Piqui Siqui

Foto referencial: Internet

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

Aquella tarde del último octubre, mes de la llegada de las santas lluvias, minutos cuando el sol caí rendido en la falda de la cumbre del Jirka para reposar hasta la siguiente mañana, de pronto corrió un viento alrededor del Valle de los Chupachos. De forma agresiva levantó el polvo de un rincón de la quebrada de Puelles, causando “remolino” en la intemperie, cuyo tufo desparramo un susurro friolento, señal del lonchecito huanuqueño, hora de tomar un aromático cafecito de huerta con su pancito bollo hecho en horno de casa, con queso de Baños; una verdadera delicia en la mesa ‘pata amarilla’.

De pronto, ladran los perros. Alguien toca el zaguán de la casa ubicado alrededor de La Laguna. La mamacha Hermicha ordena atender la puerta. Casi de inmediato se cumplió el mandato, abrí, vi a una persona cuyo rostro era conocido, mi memoria comenzó a rodar como película de cine, hace una pausa y se detiene. Comencé a rememorar, como rayo láser se me viene una evocación: ¡Cristóbal! ¡Mi hermano del alma! Mi amigo de niñez y juventud, no puedo creer ¿Cómo pasaron muchos años para volver a reencontrarnos?, mi alma se agitaba, mi corazón se acelera. No sabía reír o llorar, eran momentos inolvidables.

Ya calmados, invite a Cristóbal pasar a la sala de la casa, donde la mamacha descansaba, era su ahijado de bautizo, quien continuamente le visitaba. En esta oportunidad traía consigo jamón (pierna de chancho ahumado), papa harinosa, moray (papa seca tostado con manteca de chancho), chicharrones y una frazada tejida artesanalmente con lana de carnero, cuyos colores eran emotivos encuadrados en diseño tipo incaico, oriundo del distrito de Sillapata, provincia de Dos de Mayo.

Casi de inmediato comenzó la tertulia del atardecer huanuqueño. Nuestra mamacha empezó a relatarnos. ¡Hijo! Cristóbal es como tu hermano, él quedo huérfano de madre cuando apenas tenía doce años, nunca conoció a su padre, desde niño emprendió a trabajar, siempre estaba listo para ayudar, ¡nunca dijo no!

Unas veces ayudando al vecino sastre a colocar botones o planchar. Así aprendió a coser camisas y pantalones. Luego ya limpiaba la peluquería de don Vitucho; de pronto, ya estaba cortando el cabello, en especial de los “paisanitos” que llegaban al establecimiento. En vacaciones le agradaba trabajar en la carpintería de don Huacho, donde se adiestro como carpintero. En fin, era un muchacho de mil oficios.

Eso sí, nunca dejo de estudiar, siempre actuaba con la verdad. Una sola vez no me obedeció, de castigo probó mi chicote de tres puntas, ¡santo remedio!, Desde ese día camina derecho, sino ya sabe cómo es “su caramelo”. Una flageada en la madrugada con baldazo de agua helada, quedaba niño tranquilo para la vida; replicaba la mamacha.

Cristóbal, cuando termino la secundaria, ingreso a la Escuela Normal para ser profesor. Logro culminar sus estudios, con título en mano se fue a trabajar a la sierra como docente nombrado. Aquí saca a relucir todo lo aprendido en su niñez y juventud. En las tardes atendía cortes de cabello; como también confeccionaba uniformes, camisas y pantalones de los vecinos del lugar. Era el peluquero-sastre de la comunidad. A los meses estableció su carpintería, en el que confeccionaba muebles, razón para que sus clientes requerían de sus servicios. Luego alquilo chacras para sembrar papas y criar carneros.

En fin, estaba en todo, aprovechaba la oportunidad de hacer dinero. Cada fin de mes recibía su sueldo, invertía y ahorraba, siempre lograba tener un 40 por ciento de ganancia en todo negocio; de los cuales, 10 por ciento destinaba para su “diezmo”, es decir, entregaba personalmente ayuda a los niños más necesitados, a los ancianos, enfermos. También arreglaba la escuela, la posta de salud o estaba embelleciendo el parque del pueblo, para que tenga mejor aspecto y acoja al pueblo. En las fiestas costumbristas del pueblo estaba presente donando res, carnero y harta papa para la comida de la festividad.

Cristóbal, siempre elegante, de vestir sastre tradicional, de buenos modales y carismático, siempre con la sonrisa en los labios, acriollado y trovador, guitarra en mano entonaba sus mulizas, huaynos y chimayches huanuqueños. Complementaba su personalidad, con su picardía de mucha calle.

Por curiosidad pregunté ¿mamacha por qué a Cristóbal lo llaman Piqui Siqui? 

Ah…desde niño fue muy intranquilo, no podía estar quieto, menos sentado, era activo, parecía que tuviera pulga en el trasero, aunque algunos pensaban que era chiquito sus nalgas. Estudio la primaria en la Escuela 415 ubicado en el Jr. San Martin a pocos metros del Mercado Nuevo, cuyo director era don Teodoro Sánchez Soto, un hombre recto y disciplinado. Ahí lo pusieron el apodo de Piqui Siqui, ahora hasta los nietos creo llevan ese sobrenombre, revela la mamacha.

De un momento a otro se pone de pie Cristóbal y dijo: Mamachita Hermicha, traje una botellita de shacta de la hacienda San Roque, de mi padrino Roque Gonzales, para servirnos; pidió las copitas y brindo ¡Salud! Que Papa Dios te conceda muchos años de vida Mamacha.

“Desde el momento que mi mamita murió, no me abandonaste, me cobijaste con cariño y amor, como si fuera tu propio hijo, lo que soy ahora te debo Mamacha. Salud una y mil copitas de aguardiente en honor a mi viejita que hoy se encuentra en el ocaso de su vida, llevando a cuesta más de 80 años de vida de trabajo, sacrificio y mucha bondad…Dios bendito Padre Celestial solo te pido que cuides a mi mamacha y concédela muchos años de vida lleno de salud”.

Huánuco del Ayer

Piqui Siqui

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

Aquella tarde del último octubre, mes de la llegada de las santas lluvias, minutos cuando el sol caí rendido en la falda de la cumbre del Jirka para reposar hasta la siguiente mañana, de pronto corrió un viento alrededor del Valle de los Chupachos. De forma agresiva levantó el polvo de un rincón de la quebrada de Puelles, causando “remolino” en la intemperie, cuyo tufo desparramo un susurro friolento, señal del lonchecito huanuqueño, hora de tomar un aromático cafecito de huerta con su pancito bollo hecho en horno de casa, con queso de Baños; una verdadera delicia en la mesa ‘pata amarilla’.

De pronto, ladran los perros. Alguien toca el zaguán de la casa ubicado alrededor de La Laguna. La mamacha Hermicha ordena atender la puerta. Casi de inmediato se cumplió el mandato, abrí, vi a una persona cuyo rostro era conocido, mi memoria comenzó a rodar como película de cine, hace una pausa y se detiene. Comencé a rememorar, como rayo láser se me viene una evocación: ¡Cristóbal! ¡Mi hermano del alma! Mi amigo de niñez y juventud, no puedo creer ¿Cómo pasaron muchos años para volver a reencontrarnos?, mi alma se agitaba, mi corazón se acelera. No sabía reír o llorar, eran momentos inolvidables.

Ya calmados, invite a Cristóbal pasar a la sala de la casa, donde la mamacha descansaba, era su ahijado de bautizo, quien continuamente le visitaba. En esta oportunidad traía consigo jamón (pierna de chancho ahumado), papa harinosa, moray (papa seca tostado con manteca de chancho), chicharrones y una frazada tejida artesanalmente con lana de carnero, cuyos colores eran emotivos encuadrados en diseño tipo incaico, oriundo del distrito de Sillapata, provincia de Dos de Mayo.

Casi de inmediato comenzó la tertulia del atardecer huanuqueño. Nuestra mamacha empezó a relatarnos. ¡Hijo! Cristóbal es como tu hermano, él quedo huérfano de madre cuando apenas tenía doce años, nunca conoció a su padre, desde niño emprendió a trabajar, siempre estaba listo para ayudar, ¡nunca dijo no!

Unas veces ayudando al vecino sastre a colocar botones o planchar. Así aprendió a coser camisas y pantalones. Luego ya limpiaba la peluquería de don Vitucho; de pronto, ya estaba cortando el cabello, en especial de los “paisanitos” que llegaban al establecimiento. En vacaciones le agradaba trabajar en la carpintería de don Huacho, donde se adiestro como carpintero. En fin, era un muchacho de mil oficios.

Eso sí, nunca dejo de estudiar, siempre actuaba con la verdad. Una sola vez no me obedeció, de castigo probó mi chicote de tres puntas, ¡santo remedio!, Desde ese día camina derecho, sino ya sabe cómo es “su caramelo”. Una flageada en la madrugada con baldazo de agua helada, quedaba niño tranquilo para la vida; replicaba la mamacha.

Cristóbal, cuando termino la secundaria, ingreso a la Escuela Normal para ser profesor. Logro culminar sus estudios, con título en mano se fue a trabajar a la sierra como docente nombrado. Aquí saca a relucir todo lo aprendido en su niñez y juventud. En las tardes atendía cortes de cabello; como también confeccionaba uniformes, camisas y pantalones de los vecinos del lugar. Era el peluquero-sastre de la comunidad. A los meses estableció su carpintería, en el que confeccionaba muebles, razón para que sus clientes requerían de sus servicios. Luego alquilo chacras para sembrar papas y criar carneros.

En fin, estaba en todo, aprovechaba la oportunidad de hacer dinero. Cada fin de mes recibía su sueldo, invertía y ahorraba, siempre lograba tener un 40 por ciento de ganancia en todo negocio; de los cuales, 10 por ciento destinaba para su “diezmo”, es decir, entregaba personalmente ayuda a los niños más necesitados, a los ancianos, enfermos. También arreglaba la escuela, la posta de salud o estaba embelleciendo el parque del pueblo, para que tenga mejor aspecto y acoja al pueblo. En las fiestas costumbristas del pueblo estaba presente donando res, carnero y harta papa para la comida de la festividad.

Cristóbal, siempre elegante, de vestir sastre tradicional, de buenos modales y carismático, siempre con la sonrisa en los labios, acriollado y trovador, guitarra en mano entonaba sus mulizas, huaynos y chimayches huanuqueños. Complementaba su personalidad, con su picardía de mucha calle.

Por curiosidad pregunté ¿mamacha por qué a Cristóbal lo llaman Piqui Siqui? 

Ah…desde niño fue muy intranquilo, no podía estar quieto, menos sentado, era activo, parecía que tuviera pulga en el trasero, aunque algunos pensaban que era chiquito sus nalgas. Estudio la primaria en la Escuela 415 ubicado en el Jr. San Martin a pocos metros del Mercado Nuevo, cuyo director era don Teodoro Sánchez Soto, un hombre recto y disciplinado. Ahí lo pusieron el apodo de Piqui Siqui, ahora hasta los nietos creo llevan ese sobrenombre, revela la mamacha.

De un momento a otro se pone de pie Cristóbal y dijo: Mamachita Hermicha, traje una botellita de shacta de la hacienda San Roque, de mi padrino Roque Gonzales, para servirnos; pidió las copitas y brindo ¡Salud! Que Papa Dios te conceda muchos años de vida Mamacha.

“Desde el momento que mi mamita murió, no me abandonaste, me cobijaste con cariño y amor, como si fuera tu propio hijo, lo que soy ahora te debo Mamacha. Salud una y mil copitas de aguardiente en honor a mi viejita que hoy se encuentra en el ocaso de su vida, llevando a cuesta más de 80 años de vida de trabajo, sacrificio y mucha bondad…Dios bendito Padre Celestial solo te pido que cuides a mi mamacha y concédela muchos años de vida lleno de salud”.

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