Por: Fortunato Rodríguez y Masgo*
Cada vez que retornamos a nuestro Huánuco señorial, casi siempre buscamos ir a la histórica Plaza de Armas, para descansar en sus añejas y tiernas bancas; así́, sentir el placer de estar en casa, volver a encontrarnos con nuestro pasado, con nuestras memorias que divagan en el tiempo causando profundos latidos en el corazón; pero ahí́ estamos, contemplando a los boscosos y maduros arboles ficus, que llevan sobre sus hombros más de cien años de vida, siempre relucientes de verdor, erguidos que dibujan un bello y cautivante paisaje.
En su interior refugia un tesoro pre inca lleno de misticismo, consagrado con mucha reverencia por los Chupachus, porque era su rey Pillco (inca) Rumí (piedra) convertido por el maleficio de los Jircas en un monolito de roca; la misma, que fue instalado en su santuario, para ser venerado por los “racucuncas” (sacerdotes), hasta donde llegaban los “pillcos” (indios) para “suplicar” bendiciones y de esa manera, recibir buena cosecha del campo, abundancia de animales, tener buena salud y más años de vida; a cambio entregaron como “pago” coca, maíz, frejol y papa.
La figura del monolito gigante de una sola pieza era imponente de cinco metros de altura aproximadamente, con la llegada de los curas evangelizadores fue satanizado y señalado como “ídolo del demonio”; razón por la cual, tuvo que ser “arrojado” del campo ceremonial, los “indios” del Valle del Pillco adoraban y eran considerados como “idolatras”, una “práctica pagana”, que fue perseguida y castigada por la iglesia.
Los evangelizadores desde el primer momento de su llegada al territorio de los chupachus profanaron la morada religiosa del Pillco Rumí, considerado como “lugar del demonio”; por este hecho, extrajeron y lo arrojaron a un extremo de la ciudad para demostrarles que se trataba de una roca común y corriente y de esa manera quebrar la devoción de los “pillcos” (indios) y así enseñarles que esa piedra no era algo “divino”, menos “poderoso”.
Al transcurrir de los años, el “taita” (apu) Pillco Rumí, abandonado, olvidado y al no tener a sus descendientes Chupachos que acudan a su encuentro, resignado espero su destrucción y su olvido.
Pero sucedió́ algo extraño, durante la época republicana la nueva ciudad de los Caballeros de León de Huánuco alcanzó importancia, motivando “modernizar” el aspecto urbano; por tal fin, en 1845 arribó el escultor italiano Pedro Caretti para labrar a mano una pileta y ser colocado en la Plaza de Armas; y de esa manera, embellecer el centro de la urbe.
Buscaron afanosamente una piedra para poder esculpirla y encontraron a Pillco Rumí, rápidamente fue trasladado al lugar para ser labrado a pulso, luego transformado en una “bella” pileta de cuatro metros de altura, sentado sobre su losa, posteriormente fue colocado en la plaza principal de nuestra comunidad, pero bajo el resguardado de sus centinelas árboles ficus, ovacionado por el trinar de las aves, para cautivar el corazón de su pueblo.
Debo indicar que esta breve reseña está escrita bajo una cosmovisión andina que manifiesta: “nuestro Pillco Rumí́ sigue presente dentro de nuestros corazones”, porque somos un pueblo originario y es adorado por los “pillcos” (indios) del Valle de los Chupachus, lamentablemente convertido por los “mishtis” (ricos) huanuqueños en la Pileta de la Plaza de Armas, quizás fue el capricho del inca para no ser “olvidado”, pero hoy es admirado por su belleza y su nobleza, desconociendo la divinidad de su origen, para el mundo andino sigue siendo el inca de piedra venerado por su raza.
Una vez más, nuestro Huánuco querido por donde vayas o por donde te encuentres, siempre está presente una leyenda, un mito o una historia que debe ser divulgado, para fortalecer nuestra cultura; de esa manera, viva en el corazón de los huanuqueños y perdure en el tiempo, no debemos ser indiferentes con nuestro pasado, debemos ser orgullosos descendientes de los Chupachus pueblo originario del Valle de los Pillcos.
*Periodista, economista y abogado