HUÁNUCO DEL AYER: El santo remedio de Aquicho Aguirre

 

Por Fortunato Rodríguez y Masgo 

 

 

Aquiles Aguirre, cariñosamente “Aquicho”, estudiante del Colegio Leoncio Prado de Huánuco en los años setenta; vivió con sus padres y tres hermanos allá en “Los Carrizales”, a las afueras de la “Ciudad de los Caballeros de León” de Huánuco, en medio de frondosos carrizos y bajo el aroma inconfundible de un huerto de exquisitos y añejos árboles de café, chirimoya, nísperos, pacay y guayaba; a orillas del dócil río Higueras que apenas discurre en verano.

Habitaba en una pequeña casita dentro de un corazón grande, construido a base de piedras extraído del río y adobes, un hermoso techo de tejas a dos aguas, pintado de blanco purpura, con zócalo rojo achiote, piso de lajas de piedra y parte revestido de cemento con ocre, sostenido con artísticos arcos de pared que realzaba la vivienda. Tuvo la compañía y el cuidado de su mamá Apolinaría, tiernamente llamada doña Pullica, quien cocinaba con leña, mientras su papá Isidro conocido como don Ishaco, era negociante de ganado.

Era una de esas mañanas de junio de 1973, en la madrugada, el frío era insoportable hasta las siete de la mañana, hora en que llegaba el sol primaveral de forma tibia y asolapada, hasta el perro no solía ladrar por el frío de la helada que calaba hasta los huesos y bueno a uno le daba flojera levantarse de la cama, bañarse en la ducha con agua fría. La mamita “Pullica” le decía “báñate Aquicho”, que el agua esta rica como para ti hijito; en fin, entraba a la ducha persignándose, si por si acaso te da una bronco neumonía y te vas a la otra, como paso con algunos de sus amigos que partieron al más allá, todo por el bendito baño mañanero.

La familia Aguirre se encontraba tomando desayuno: café con pan y queso, mote revuelto con huevo de chacra a base de manteca de chancho. De pronto, su mamá lo recrimina: ¡Aquicho! ¿No sé a quién has salido?, porque tu papá no es ocioso; cómo vas a ir al colegio con tu camisa sin planchar, sácate y ponte asentar; si no, ya sabes que vas a recibir.

Aquicho, sin murmurar se puso alisar su bendita camisa del uniforme, luego sale raudamente de su casa con su bicicleta “monark” con dirección al Colegio Leoncio Prado.

Casi todos los alumnos en clases, ya era 7:30 de la mañana, esperamos al profesor Juan, cariñosamente lo llamamos en voz baja “Juan sin miedo”, bonachón él, siempre elegante. A los minutos llega y nos comunica con voz de mando: ¡hoy darán exámenes!, Inmediatamente reparte a cada uno el cuestionario de preguntas, luego de 45 minutos da por concluido la evaluación, inmediatamente calificó y llamó a su escritorio a cada uno de los alumnos para señalar su nota. Aquicho, desaprobado. A partir de esa fecha, no volvió a ingresar al curso de “Juan sin miedo”, se metía al baño o se escondía en el court interno, así deambulo por espacio de un mes.

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Un buen día, el profesor Juan lleva su auto Volkswagen de color amarillo al mecánico, para arreglar ciertos desperfectos, cuando de pronto se encuentra con don Ishaco, quien también tenía su camioneta “Ford” del 50 en mantenimiento. Se ponen a charlar como haciendo hora y llegan al tema. El profe’ le dice: don Ishaco, tú hijo ya no viene a clases, no lo veo por el colegio ¿Qué ha pasado? Inmediatamente el papá responde ¿cómo, si mi hijo va todos los días a estudiar? Bueno, sólo le digo; expresó el profe’.

Al atardecer don Ishaco, llega apresuradamente a su casa y le comenta en voz baja, casi al oído a su mujer de toda la vida “Pullica”, lo que está pasando con Aquicho. Ambos, tranquilos para no hacer “sospechar” se ponen a escuchar radio “Ondas del Huallaga”. A las horas ordenan a sus hijos que vayan a dormir.

Aproximadamente a la cuatro de la madrugada del día siguiente, cuando todos estaban completamente dormidos, revienta el silencio del friolento amanecer. Se escucha el sonido de un chicotazo de cinco puntas de cuero retorcido de ganado, hizo despertar y gritar a Aquicho, el papá lo tenía flagelando en plena cama, luego entro doña Pullica y le baldeo con agua helada. Ambos le recriminaban a su hijo y le decían por “mataperro” te vas a ir de la casa, por qué no entras a clases, ¿dónde paras? Aquicho pedía auxilio, pero nadie se atrevía a socorrer, solo atino a pedir perdón y jurar que nunca más volvería a faltar a clases.

A partir de la fecha se convirtió en el alumno puntual, bien uniformado y estudioso, todos los exámenes aprobados con altas notas, porque ya sabía el “cariño” de don Ishaco y de doña Pullica. “Santo remedio” para curar la mala conducta del “mataperro” Aquiles Aguirre, quien es hoy un padre ejemplar y un exitoso profesional.

*Periodista, economista y abogado

 

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