Fillico, el ingrato hijo

Foto: Internet

HUÁNUCO DEL AYER

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

La noche llegó de pronto con su susurro de aliento fresco, al menos refrescaba el ambiente de junio de verano, cuando empezamos nuestra interminable conversación con Daniel, cariñosamente Dañico, viejo amigo del colegio Leoncio Prado de Huánuco, con quien curse la secundaria allá por los años 70. Era un jueves de la década de los 80, estuvimos sentados debajo del árbol de molle imponente y robusto con su olor inconfundible en medio del patio de ingreso de su antiquísima casa que data del siglo XVIII, además tenía una hermosa huerta por donde cruzaba la acequia, ubicado en nuestro Huánuco Primaveral.

Dañico extrajo de su “guardado” una botella de shacta de aguardiente “remojado” con 7 hierbas capaz de “matar” al mismísimo demonio, lo añade miel de abeja de la banda; es decir, de la familia Daga que vive a orillas del indomable río Huallaga, exactamente en Paucarbambilla, y nos sirve un copón como para “samaquear” la pereza. Cascabelea el cuerpo y nos genera un inmenso calor en la garganta que nos anima a seguir con la shacta de nuestra tierra huanuqueña acompañado del cigarro inca y la sagrada coca para tributar y preguntar a los jirkas.

De copa en copa, en medio de la conversación, llegamos al tema de los hijos ingratos, y me narra: Me encontré con el loco Fillico, quien venía  molesto y le pregunté ¿Qué te sucede? Y me respondió, vengo de la casa de mi vieja (madre), siempre con la misma rutina, sus mismos temas de conversación, sus eternas quejas, sus mismos achaques; creo ya está desvariando, me conversa sin sentido, me hace perder el tiempo y tengo que estar soportando más de dos horas; ya no tolero más esta situación.

Casi de inmediato le dije ¡Un momento loquito!, yo necesito a mi madre, casi constantemente voy a buscar a mi santa viejita para estar a su lado y contarle todo lo que me aflige, lo que me alegra, estoy a su lado horas tras horas, no me canso, ella me escucha, me soporta, pero no me dice nada; sabes ¿por qué? Mi madre se encuentra tras de una lápida fría de cemento, allá en el cementerio general de Huánuco, falleció hace más de diez años, hasta ahora no asimilo su muerte.

Cuánto daría para que este viva y yo cuidarla, tanta falta me hace ahora, añoro su compañía y sus sabias palabras, su mirada tierna lleno de paz, y su cara angelical, solo sé que una madrugada subió al tren de la vida para nunca más retornar a este mundo, hoy habita en un mundo desconocido, solo mis lágrimas pueden dar fe de mi sufrimiento, añade Dañico.

Al escuchar esto, Fillico se puso a llorar, me abrazo y me pidió perdón, me dijo ¡abriste mis ojos! Estaba ciego, hoy me doy cuenta lo que realmente vale una madre; vamos a mi casa, acompáñame por favor, está cerca. Nos encaminamos los dos y llegamos a su morada, encontramos a doña Florencia echadita en su cama, en un completo silencio dentro de la soledad, más allá tejiendo la muchacha que lo atiende.

¡Madre perdóname! Exclamo Fillico, te hago sufrir mucho, te tengo abandonada. Desde hoy pasare más mi tiempo contigo madrecita, estaré velando tus días, me vendré a vivir contigo para estar a tu lado, lloraba sin cesar, como una criatura que busca el pecho de su madre; besaba su tierno rostro de doña Flor, le abrazaba con ternura y pasión su frágil cuerpo. Madre e hijo lloraban. Al ver este cuadro me conmovió el sentimiento y sentí mis lágrimas en mi cara, saque valor y me acerqué a ellos para que se calme. Así fue, ya más tranquilos la mamita Flor solo le dijo ¿de qué te puedo perdonar hijo?, si tu no me hiciste daño; es más, yo soy quien te hago pasar malos momentos, perdóname hijo. En fin, ya calmados, tomamos todos un cafecito con sus deliciosos panes de piso recién horneado con leña, acompañado de su queso de Baños.

Desde ese día Fidel, ya permanecía acompañado a su madre en la vieja casona de sus padres, prácticamente vivía con ella, prefirió a su madrecita ante todo, a su lado estaba su amada esposa y sus hijos quienes era felices al lado de la abuelita. Siempre se les veía caminar en familia por la plaza de armas, escuchar la misa en la Catedral o estar saboreando los potajes de nuestra tierra en los cafetines del centro de la ciudad.

La alegría y la buena compañía de su hijo Fillico y sus nietos hizo que la profesora Flor se levante de la cama, se recupere de su quebrantada salud, a pesar que transitaba por los 80 años de vida, comenzó hacer sus hermosos tejidos y bordar ropas de cama, como pasatiempo, era lo que añoraba, los familiares y las amistades casi siempre solicitaban de sus servicios.

Es necesario recordar, doña Florencia, nació en nuestra ciudad, de padres huanuqueños, estudio en la Escuela Normal Enrique Guzmán y Valle (La Cantuta-Chosica, Lima), se recibió como profesora, trabajo como docente en una escuela del distrito de Huánuco, se quedó viuda cuando los terroristas mataron a su esposo policía en los años 90, tuvo dos hijos Fidel y Lorenza quien vive en Estados Unidos, a los años viene a visitarla; mientras, Fillico un exitoso profesional gracias al esfuerzo de su madre.

Para finalizar Dañico expreso: “Este relato nos enseña a venerar a nuestra mamá, pero en vida, brindarle el cariño y el amor de hijo, no esperar qué cuándo muera para decirle ¡Cuánto te quiero madre! Ya es tarde, te gano la muerte, porque te arrebato para nunca devolverte. Es preciso desde estos momentos estar cerca de ella para demostrarle lo mucho que uno siente por nuestra madrecita”.

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