Por: Jorge Chávez Hurtado
El inicio de un nuevo año trae consigo la evocación de dos almas insignes cuya huella en la historia y la cultura de Huánuco perdura como un eco inmortal. El miércoles, 1 de enero, se cumplieron 28 años de la partida de don José Varallanos, historiador, poeta e investigador que forjó los pilares del conocimiento sobre esta tierra. Hoy, 3 de enero, conmemoramos el 154.º aniversario del nacimiento del ilustre músico huanuqueño Daniel Alomía Robles, cuya obra eternizó el alma andina en acordes de sublime belleza. Estas fechas nos invitan a reflexionar sobre su legado y a rendirles un homenaje que esté a la altura de su grandeza.
José Varallanos: cronista de una identidad que perdura
Nacido el 20 de marzo de 1907 en la noble ciudad de Huánuco, José Vara Llanos —quien adoptó el seudónimo de Varallanos— construyó un puente imperecedero entre el pasado y el presente de su región. Su obra cumbre, Historia de Huánuco, se mantiene como una fuente insuperable para desentrañar los enigmas históricos y culturales de esta tierra. Su pluma, siempre firme, exaltó una visión mestiza que celebraba tanto las raíces ancestrales como las influencias hispánicas, tejidas en el alma de su pueblo.
El camino de Varallanos no estuvo exento de desafíos. Su detención en Huancayo por dirigir la revista Altura evidencia su inquebrantable compromiso con la justicia y las ideas libertarias. En sus poemarios, como El hombre del Ande que asesinó su esperanza, vibran la voz del Ande y el clamor de un pueblo que busca redención. Su dedicación incansable a preservar la memoria colectiva de Huánuco lo eleva como un faro que guía a las nuevas generaciones en la búsqueda de identidad y justicia.
Daniel Alomía Robles: el cóndor que surcó las alturas
La cuna de Huánuco también vio nacer a Daniel Alomía Robles, el 3 de enero de 1871, quien desde su juventud dejó entrever una sensibilidad que lo llevaría a convertirse en uno de los grandes pilares de la música peruana. A pesar de los obstáculos iniciales, su amor por la música se impuso con una fuerza arrolladora. Bajo la tutela de maestros como Manuel de la Cruz Panizo y Claudio Rebagliati, forjó las bases de una carrera artística que cambiaría para siempre el panorama musical del Perú.
Alomía Robles recorrió los Andes con una pasión indómita, recopilando cerca de mil melodías tradicionales, que hoy son joyas del folclore. Su zarzuela El Cóndor Pasa trasciende fronteras como un emblema universal del alma andina. Otras composiciones, como Himno al Sol y Amanecer Andino, reflejan su profundo amor por las raíces culturales de su tierra. En los Estados Unidos, donde residió entre 1919 y 1933, se le reconoció como el restaurador de la música incaica, un título que honra su misión de preservar y proyectar al mundo la esencia de los Andes.
Un llamado a la memoria colectiva
El paso del tiempo, implacable en su andar, no ha logrado apagar la luz de estos dos titanes huanuqueños. Cada página escrita por Varallanos y cada nota compuesta por Alomía Robles es un testimonio vivo que nos insta a recordar quiénes somos y de dónde venimos. En ellos resuena el palpitar de un Huánuco que no se rinde, que se reinventa y que, con orgullo, lleva en su pecho el legado de su historia y su música.
Hoy, más que nunca, necesitamos avivar el fuego de su memoria. Huánuco debe ser un escenario vibrante de conciertos, recitales y exposiciones, actos que honren su legado y transmitan su espíritu a las generaciones futuras. Que las palabras de Varallanos sean campanas que despierten conciencias, y que la melodía de El Cóndor Pasa sea el himno de esperanza que trascienda las montañas y alcance los corazones.
La deuda de gratitud que Huánuco tiene con sus hijos ilustres solo puede saldarse con acciones y reconocimientos. José Varallanos y Daniel Alomía Robles no son figuras del pasado; son guardianes de una identidad que resiste, brilla e inspira. En cada amanecer de esta tierra, en el viento que acaricia sus cerros, y en las miradas que buscan respuestas en el horizonte, ellos siguen vivos.
Que Huánuco proclame al mundo que sus hijos ilustres no han muerto; viven en la memoria, en el arte y en el alma de su pueblo. Al recordarlos, no solo honramos su legado, sino que también fortalecemos nuestra esencia y nuestra esperanza de un futuro más justo y pleno.