En cada mudanza final, los Negritos de Huánuco dejan su alma en el viento, hasta el próximo regreso

Por:  Jorge Chávez Hurtado

 

La Danza de los Negritos de Huánuco no es únicamente un patrimonio cultural; es un ritual palpitante, un lenguaje que conjuga fe, tradición y sustento económico en una manifestación que trasciende el tiempo. Según Hevert Ramiro Laos Visag, periodista, compilador y autor de dos obras sobre esta danza, la región alberga más de 350 cofradías dedicadas a preservar este legado. A ello se suma el dato de la Dirección Regional de Comercio Exterior y Turismo, que estima un impacto económico de 42 millones de soles, transformando la vida de miles de familias que encuentran en esta festividad una fuente de esperanza y sustento.

Personajes y preparación: el escenario vivo de la tradición

Los Negritos de Huánuco tejen una narrativa cargada de simbolismo, representada por caporales, guiadores, pampas, turcos, abanderados, corochanos, el turco y su dama. Cada figura desempeña un papel único que va más allá del espectáculo visual, configurando un universo donde cada paso y cada gesto narran una historia colectiva.

El tiempo previo al gran día es una ceremonia en sí misma. Durante semanas e incluso meses, los danzantes entregan su tiempo y espíritu a ensayos rigurosos que no solo afinan la técnica, sino que solidifican la cuadrilla como una hermandad unida por un propósito común. En este espacio, la máscara no es solo un adorno; es un puente hacia una transformación profunda que los integra en un relato vivo, suspendido entre lo humano y lo divino.

 

El clímax de la adoración y el desfile de la devoción

El momento cumbre de la festividad se alcanza en la adoración al Niño Dios, un momento de sublime misticismo donde lo terrenal y lo divino se entrelazan en una danza de fervor. Acto seguido, las cuadrillas invaden las calles, sus pasos resuenan como latidos colectivos, impregnando el aire de alegría y devoción.

Entre las escenas más significativas destaca la Cofradía o momento de las Mudanzas, una coreografía vibrante que entrelaza fuerza y elegancia, preludio del baile de marinera y huayno huanuqueño. Esta última, interpretada con gracia por el Turco y su Dama, despliega una sinfonía de colores y movimientos que captura el espíritu de Huánuco en todo su esplendor.

 

La celebración en el corazón del mayordomo

La fiesta no termina en las calles; encuentra su eco en la casa o local del mayordomo, donde la comunidad se congrega para compartir un desayuno generoso y un almuerzo festivo. El clímax de este banquete es el locro de res, un plato cocido lentamente a leña cuyo aroma parece condensar la esencia misma de la tradición. Cada bocado es un tributo al tiempo, a la tierra y a las manos que sostienen esta herencia.

 

El adiós cargado de simbolismo

El fin de la festividad trae consigo una melancólica solemnidad. El despojo de la indumentaria, liderado por los caporales, es más que un acto protocolar; es un ritual que marca el regreso a la cotidianidad. Según el tratadista Elmer Rivera Godoy, este momento sigue un orden preciso: sombrero, cintas, cotón, corbata, chicotillo, guantes y, por último, la máscara.

Cada prenda retirada es una despedida silenciosa al personaje que habitaron durante días. En perfecta formación, los integrantes sellan su experiencia con un gesto de hermandad: el apretón de manos de los caporales, un acto sencillo pero cargado de significado.

 

La música de la despedida y el eterno “ayhuallá”

En cada nota de la melodía final, atribuida al maestro Joaquín Chávez Ortega, la música envuelve a los danzantes en un abrazo sonoro. Desde la euforia inicial hasta la melancolía del último compás, las emociones se entrelazan en un canto de despedida: el “ayhuallá”.

Este canto, que mezcla alegría y nostalgia, reúne a los danzantes en un círculo final. Abrazados, bailan como un solo cuerpo, mientras la tradición encuentra su continuidad en el cambio de mayordomos, quienes asumirán la responsabilidad de preservar este legado el próximo año.

 

El ciclo eterno de un pueblo que vive en su danza

Con los ecos del “ayhuallá” resonando en el aire, la Danza de los Negritos no termina; simplemente se transforma. Es un ciclo inquebrantable que une generaciones, un puente entre pasado y futuro. Al compás de esta melodía inmortal, Huánuco danza, sueña y vive, renovando con cada paso el espíritu eterno de su gente.

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