El matrimonio ashaninka

Foto: Internet

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

Recorriendo la selva peruana, dentro de ella se encuentra un pueblo milenario llamado Asháninka. A pesar que han transcurrido cientos de años de existencia, lucha para sobrevivir ante la feroz arremetida de la cultura occidental, que trajo consigo narcotráfico, tala indiscriminada de árboles y minería ilegal que contamina el medio ambiente ante la mirada de autoridades cómplices que poco o nada hacen.

Esta comunidad nativa etnoamazónica está afincada en la provincia de Puerto Inca, región Huánuco; alejado de la capital regional. Por esta razón, casi olvidados están, su mayor relación comercial lo realizan con las regiones Ucayali y Loreto. Hoy transmitimos una experiencia ocurrida dentro de una familia asháninka.

Aquel sábado de verano del mes de julio, de los años 90, visitamos a una familia asháninka. Justo llegamos a la hora del almuerzo, en la vieja casona de mi amigo Quinchori, un hombre de la comunidad milenaria asháninka y su bella esposa Zhaveta (mariposa). Ella, madre de ocho hijos, caminaba con su cushma, mientras su rostro estaba iluminado con rayos pintados de sangre purpura; el cual embellecía más la imagen de mujer.

Ya todos sentados en el comedor de madera cedro, en el que se extendía un banquete exótico. De entrada “campanero asado” (insecto volador), acompañado de palta y yuca con bastante limón-ají de monte, luego un delicioso ahumado de pescado de río; como si todo eso fuera poco, un zamaño asado a leña, además de brindar a cada momento con mazato fresco de camote.

Mientras charlamos de actividades que realizan las familias asháninka, Quinchori me detallo uno de esos temas interesantes: el matrimonio ashaninka. Decía: “Cuando un ebankari (joven asháninka) de 17 a 20 años, ha completado su formación como ágil cazador, diestro en pescar, intrépido en recolectar alimento de la montaña y esforzado agricultor; se puede decir, que se encuentra apto para poder contraer nupcias, buscar entre las shinani (chicas) doncellas de la comarca.

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Además, el joven debe estar suficiente para demostrar sus cualidades en el momento que es requerido, se sienta seguro de sí mismo y considerado todo un varón para establecer su relación matrimonial; solo de esa manera poder formar una familia.

El ebankari (joven asháninka), demuestra a la comunidad su pretensión nupcial construyendo su vivienda con las comodidades en forma rústica, usando materiales de la zona como troncos de una árbol, palmeras y otros elementos; así como habilitar un kipatsi (parcela de tierra) para dedicar a la agricultura, con el propósito de realizar las siembras de alimentos, realizar plantaciones frutales, café, cacao entre otros.

Se viste con su mejor matsaantsi (ropa) que tiene guardado y sale en busca de su futura novia. Primero invita a sus familiares y amigos cercanos a una reunión en su domicilio, beben mazato y se sirve asado de cutpe o zamaño con yuca; mientras el ebankari va observando cuál de las shinani invitadas ha cautivado su corazón. Si no ocurre ello, sale en busca a otras comunidades, llegando en días de festividades donde podrá tener la oportunidad de ver a todas para elegir a una de ellas.

El joven asháninka da a conocer presuntuosamente sus cualidades de un buen cazador, les demuestra internándose al antami (monte), donde caza animales silvestres: zamaño, cutpe, venado; también desciende al rio para pescar con anzuelo (akachataantsi), peces de gran tamaño que cause admiración ante los demás.

De la misma manera, exhibe su destreza en recolectar alimentos de las montañas, cuyas manos son diestros y ágiles para acopiar. También revela su habilidad en la defensa personal, manejo del arco y la flecha, es curtido para la pelea cuerpo a cuerpo, son incansables caminantes y trepan con mucha facilidad cumbres o cerros.

Una vez ya encontrada la doncella, el pretendiente sale a enamorarla; si tiene la aceptación de la shinani, inmediatamente pide permiso a sus padres para entablar un enamoramiento, hace entrega de un regalo o presente, también prepara una comida de recepción. En tanto, la familia de la pretendida invita mazato fermentado; beben, cantan y danzan con música netamente asháninka. Casi al finalizar, el padre hace entrega del consentimiento de su doncella; es así, que se da comienzo a la relación sentimental.

Pasado algunos meses, contraen matrimonio, acto que se realiza ante los jefes de la comunidad y en presencia de los comuneros nativos, quienes felicitan a los novios y hacen entrega de sus respectivos regalos; esta celebración dura hasta tres días consecutivos, dando rienda suelta a la alegría bajo la influencia del mazato, consumiendo harta comida y bailando hasta no poder.

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