
Por: Jorge Chávez Hurtado
¡Hace veintidós años, una hermosa semilla de amor por la identidad cultural y la música huanuqueña encontró tierra fértil en el corazón de los amantes del arte y la historia! El 17 de agosto de 2001 marcó un hito, no solo en el calendario, sino en el latir del orgullo de una tierra enraizada en melodías que narran la vida y los sueños de generaciones.
En aquella memorable jornada, visionarios de la música y guardianes de la tradición se unieron en un acto trascendental. Sus nombres, grabados con tinta indeleble, respaldaron una causa que clamaba por un reconocimiento merecido, por una celebración que enalteciera la riqueza musical de Huánuco. Fue un llamado a detener la desaparición silenciosa de un legado invalorable, a rescatar del olvido una joya sonora que habla al alma y al sentimiento huanuqueñista.
El proyecto, gestado con la convicción de quienes anhelaban preservar nuestra identidad cultural, encontró su eco en la Municipalidad Provincial de Huánuco. El tres de septiembre, de ese mismo año, un documento robusto en fundamentos y emociones se posó sobre los escritorios, llevando consigo el grito silencioso de una tradición que ansiaba renacer.
El propósito era claro como el agua del Pichgacocha: rescatar del silencio la melodía, insuflar vida a la canción huanuqueña, una expresión que se debatía entre la extinción y el olvido. La globalización, esa marea avasalladora, amenazaba con borrar trazos de nuestra identidad, llevándose consigo la esencia de nuestra música tradicional.
Andrés Fernández Garrido, fundador y presidente de La Peña Artística Huanuqueña, fue el estandarte de esta causa. Periodista, compositor, autor y defensor acérrimo de la música huanuqueña. Su vida fue un canto a la pasión por preservar lo auténtico, por leer a la posteridad no solo canciones, sino un legado de amor por la tierra y sus acordes.
La fecha propuesta, 30 de noviembre, día de su natalicio, se convirtió en la piedra angular de un tributo merecido. Un homenaje tejido con emociones y acordes, se alza como un altar dedicado a la grandeza de la música huanuqueña. Es el eterno recordatorio de que el arte es el puente entre lo local y lo universal, entre el pasado y el futuro.
La ordenanza Nº 010-01-MPHCO, cincelada con la voluntad de preservar la esencia de una tierra en cada nota musical, marcó el inicio de una tradición que, año tras año, desde el 2001 se erige como una oda a la identidad, a la herencia viva que se advierte en cada compás.
Este 30 de noviembre, como en cada ocasión desde aquel histórico hito, el Museo Regional Leoncio Prado Gutiérrez de Huánuco se viste de gala. Es el escenario donde convergen las cachuas, chimayches, mulizas, valses, harawis y yaravíes huanuqueños. Es el altar donde los grandes de la música, y de todos los tiempos, son aclamados y aplaudidos, donde los huanuqueños y huanuqueñistas se unen en un coro de admiración y respeto.
Es más que una celebración, es un pacto entre el pasado, el presente y el futuro, un compromiso de salvar lo que somos a través de lo que cantamos. Es el día en que Huánuco se abraza a sí mismo, en un abrazo sonoro que resuena más allá de sus valles y montañas. Es una forma de transmitir el sentimiento y la convicción a las jóvenes generaciones de músicos.