Delicia tiene 23 años. Nació en un hogar en el que la pobreza se respira con la misma intensidad que el olor a tierra mojada que dejan las persistentes lluvias al caer en el caserío de Miraflores, distrito de San Pablo de Pillao, en Huánuco.
A despecho de la pobreza que reina en la zona (que alcanza a casi el 60% de la población), los terrenos del caserío de Miraflores son ricos para el cultivo de papa. El padre de Delicia, Don Crecencio Espinoza Mego, es agricultor y desde hace muchos años se dedica a la siembra de papa. Sin embargo, lo que recibe por un kilo del tubérculo originario de los andes peruanos, vale menos que un cigarrillo: 30 céntimos. Sí, 30 céntimos de sol.
Con ese ingreso familiar es difícil pensar en estudios, superación o progreso. Sin embargo, con el apoyo del programa Juntos, el sacrificio de papá Crecencio y mamá Celia, y el esfuerzo, coraje y decisión de Delicia, las aspiraciones se alcanzaron.
La familia de Delicia pertenece al programa Juntos desde febrero de 2008. Doña Celia Estela Medrano, mamá de Delicia, es la titular del hogar ante el programa. Ella entendió perfectamente que Juntos no regala dinero, sino que entrega un incentivo a cambio de que las familias cumplan el compromiso de llevar a sus hijos a los centros de salud y enviarlos todos los días al colegio.
Por eso, Delicia nunca faltó al colegio. Hasta enferma iba. Al terminar la primaria, los padres de Delicia enfrentaron el primer problema, pues en el caserío de Miraflores no existe un colegio secundario. Pero como los estudios eran una prioridad familiar, decidieron enviarla a la provincia de Huánuco.
Allí prosiguió sus estudios en el Colegio Nacional Integrado Mariscal Cáceres. “Todo el dinero que recibía de Juntos se lo enviaba para que ella estudie. Mi hija se esforzaba mucho y tenía que apoyarla”, cuenta Celia.
Así, Delicia, terminó el colegio entre los primeros puestos. Como todos los que sufren necesidades, decide estudiar una carrera que le permita ayudar a los más necesitados de su comunidad. Decide por seguir la carrera de Enfermería en el Instituto Superior Tecnológico Fibonacci de Huánuco.
“Cuando empecé a estudiar había mucho sacrificio. Mi papá no tenía recursos, mi mamá tampoco, pero yo estudiaba como sea. Las propinas no me alcanzaban y me iba caminando al instituto, a veces sin comer. Lo más importante era estudiar porque mi meta era ser una profesional, tener una carrera”, cuenta Delicia.
Lo que más recuerda de su época de estudiante, son las salidas al campo, visitando las comunidades más pobres de su región, en donde tenía contacto directo con personas que sufrían las mismas carencias que ella. Entonces reafirmaba su convicción de que los estudios no solo le permitirían el progreso de su familia, sino la oportunidad de ayudar a los más pobres.
Ahora Delicia es Enfermera Técnica y trabaja en el Puesto de Salud del Centro Poblado Santa Isabel. Su horario laboral se parece a los que se establecen en una mina: 20 turnos (seguidos) por 10 días de descanso al mes. Eso, por ahora, le impide culminar su próxima meta: licenciarse. Pero su meta sigue ahí, y pronto irá por ella.
La paciencia es uno de sus atributos y por ahora disfruta de “darle bienestar a mi población”, lo que no solo la hace sentirse orgullosa de todo lo logrado, sino también poder disfrutar de esa sensación, que en la pobreza es más difícil de encontrar: La satisfacción.