Pasión inevitable
El Mishti echa un vistazo sospechoso a Pablo, y el adicto sigue ahí, observándola e imaginándola de numerosas maneras posibles. El buen amigo de Pablo, vestía un mameluco ya desgastado, las botas blancas de jebe y al momento de vagar, siempre tenía a la mano un a colorido zapapico de puro metal, para simular que estaba trabajando. Mishti impaciente por la tontería y media que su amigo iba hacer esa tarde, echaba unos silbidos cual típico Pillco, se subía a los nichos, se cogía la frente, simulaba extraer hierbitas que crecían sobre ellas, subía una y otra vez hasta alcanzar el nicho más alto. Desde ahí las cosas se venían diferentes, pese a todo, él seguía echando los silbidos que cada vez eran más fuertes… Pablo, el loco panteonero, aquel que olvidaba al mundo cuando veía a una mujer vestida de negro con fulgor de Diosa, desconocía hasta los llamados de Mishti. Los dolientes y acompañantes, algunos melancólicos y otros desvergonzados, se empezaron a impacientar de tantos silbidos, pero el buen amigo se hacía de loco. Empujones tras empujones, Pablo ya estaba cerca e iba desconociéndose…
Los sobrinos lloraban, las hermanas yacían junto al féretro, los cuñados que cargaban el ataúd iban poniéndolo sobre el descansadero, los acompañantes para aparentar presencia, aunque no gimoteasen, se lubricaban la piel una y otra vez con repelentes para los mosquitos y harto bloqueador, como si el sol de la tarde fuera tan ofensivo. Para la inteligencia de Mishti o la buena suerte de Pablo, el destino hizo que una mujer, ya de edad, palidecida y llorando confusamente a mar bajara de un taxi negro, de esos que aún se ven en la ciudad, la mujer estaba muy desecha; los hermanos del difunto corrieron hacia ella, pues era la madre, quien supuestamente no sabía; pero vaya saber quién le dijo la verdad.
Entre paréntesis, los acompañantes no eran normales, ¿por qué no llorarían? O ¿Por qué no se comportarían como cualquier cristiano, socorriendo a la mujer que llegó? La madre llevaba el cuello ya humedecido, le pusieron alcohol, Thimolina y otros productos, para reestablecerla y continuar con el entierro. Se tomaron un cuarto de hora para volver a lo que estaban. El sentimiento de la madre, sus lágrimas que buscaban huir por las mil y un arrugas que el tiempo le otorgó en su piel, distrajo a Mishti de lo que estaba dispuesto hacer minutos antes… Volcó una mirada excitante hacia Pablo y este ya no estaba, fijamente buscó a la viuda entre la multitud y no lograba distinguirla, pues ella se cubría con una sombrilla, y de pronto las que vestían de negro ya no llevaban. Caminaba de un lado a otro, buscando el mínimo movimiento de Pablo y jamás la halló… Cuando estaba por bajarse del nicho, para buscarlo en el almacén, Pablo apareció y gustosamente se sentó a ver el espectáculo. Y como arte de magia, la mirada de pablo hacia el féretro era incandescente, El Mishti no podía entenderlo, pero entre ver y no ver vio aparecer a la viuda, acomodándose las ligas del vestido. Cómo no era de sospechar, pues hasta la triste viuda finge llorar para que la suegra la viera sufriendo por el que se fue. Como era de esperarse. Segundo después, Mishti se dio cuenta que la mujer echaba miradas confusas hacia el nichito que supuestamente limpiaban.
Han sido muchas las veces, infinitas veces, esas veces cuando Pablo se abandonaba en sus recuerdos y pretendía sentir el suave espíritu de Marta, creía que el bálsamo frotado por todo su cuerpo, aquella vez en la negrita, volvería suceder.
Pues la noche en el que se conocieron, Pablo y Marta simpatizaron ¡Qué forma de simpatizar fue su repentino encuentro! ambos dejaron caer las billeteras sobre la rinconera de don Roberto y las bragas habían desaparecido entre las múltiples habitaciones que tenía el incandescente bar.
Cuando Pablo iba entrando hacia el profundo corazón de Marta, ignoró por completo las horas que pasaban, compartían anécdotas, pesares y disgustos que les había ocasionado la vida. En una de esas miradas perdidas de la fragante dama, el barman se acercó a ella, insospechablemente le dio unas llaves, comentando que se le había caído, pero no fue así, sino fue un código que el personal de confianza ya sabía para avivar la buena atención que la empresa le daba a la bella dama. Don Roberto, con esa mirada tan fría y dominante hizo que una jovencita de tez oscura se le acercara y simuladamente la llevara hacia adentro. Ingenuamente, pablo jamás sospechó tantos movimientos antes de conocerla aún más.
Muchos murmuraban que trabajar en la negrita era como inmiscuirse en un mundo oscuro y paradisiaco, pues a pesar de que había unas mil historias detrás de cada muro, nadie los podía contar. Pero, se sabe que desde esa noche Pablo perdió la razón y dejó que ese vicio por tener cerca a Marta naciera inigualablemente.
Pero era de extrañarse, los que estaban sentados en las otras mesas, murmuraban sobre la desaparición de la extravagante figura de la dama y su acompañante; algunos no decían nada, porque sabían que el cuarto generoso del barman estaba disponible para todo aquel que frecuentaba constantemente el espacio La Negrita. Marta tenía el don de convencimiento y para llevar al caballero hacia adentro solo le dijo que le enseñaría a ver y a sentir su propio fuego, para huir de todo lo evidente.
Pablo, el de los cabellos blanquecinos, al que le faltaba poco para topar los cincuenta, se vio perdido por la frescura de una damisela que sin rubor tomó las manos ásperas de Pablo y las llevó hacia su cintura, se quitó las prendas de encima e hizo que pablo viera su dibujada cintura. Marta buscaba despertar en él esa pasión salvaje de cual caballero, que hasta entonces yacía ajeno a esos vicios. Marta en ningún segundo desistió y no se cansaba de insistirle a Pablo para que sucediera algo; aunque Pablo no haya vivido de esa manera la vida que muchos llevaban, él se había leído muchísimos libros financieros y de literatura, entre ellos Amor en tiempos de cólera de Gabriel García Márquez, y en lo más profundo de su ardiente recuerdo, se veía como Florentino Ariza, pero ¿Quién sería su amada? Cuando comprendió que debía continuar y dejarse llevar, brotó en él esa enferma obsesión de quererla hasta la muerte… Entonces abrió los ojos y notó que ella yacía excitada por las luces y…
*Licenciada en Educación. Escritora pachiteana, integrante de la Asociación de Escritores de Huánuco
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