
Por: Jorge Chávez Hurtado
En la historia de Huánuco, donde la música florece con mulizas, cachuas y chimayches, y donde el alma se abraza a su tierra entre guitarras, violines y acordeones, pocos hombres han amado tanto esta tierra como Andrés Fernández Garrido. Fue un huanuqueño irrepetible, un arquitecto de emociones, un sembrador de identidad. Desde sus más hermosas canciones —como relámpagos dulces que cruzan generaciones— se convierte en un referente indispensable para los jóvenes que hoy incursionan en el fascinante mundo de la música huanuqueña.
Periodista, poeta, pintor, escultor, bombero, gestor cultural, gerente de radio… su biografía es una constelación de oficios, pero un solo destino: el servicio a Huánuco. No buscó aplausos ni poder político, sino raíces. Fundador de Radio Huánuco y de la Peña Artística Huanuqueña, fue la voz y el eco de un pueblo que necesitaba reconocerse en su canto. Su legado no se mide en premios, sino en emociones compartidas. Y el 14 de abril, al cumplirse 39 años de su partida, lo recordamos a través de una de sus joyas más íntimas y luminosas: “A la vida le he pedido”, una canción que no solo canta, sino que promete. Y no promete poco: lo promete todo.
Interpretación periodística de la canción «A la vida le he pedido»
A la vida le he pedido / una gracia y un favor…
En estas líneas no canta un político, ni un cronista social, ni un poeta abstracto. Canta el hombre enamorado. Canta el ser vulnerable, el que se ha rendido ante la mirada de una mujer que se ha vuelto universo, vértice, altar. Andrés Fernández Garrido, el múltiple, el prolífico, se desnuda en esta canción con la sencillez de un amante que no necesita más que ser correspondido. Esta canción no es un canto a la tierra ni al terruño; es una ofrenda íntima a una musa, una dama, una presencia que lo inspira hasta lo más hondo.
“Tú que sabes que te adoro / porque así te lo juré, / sabes que eres mi tesoro, / mi esperanza y mi fe…”
Aquí no hay retórica, hay confesión. Esta es la voz de un hombre que se ha jugado el corazón entero. No hay dudas, no hay distancias. La adoración no es insinuada, es declarada con el fervor de quien ha prometido y se ha entregado. En el “juré” está la solemnidad del voto, del pacto sagrado que no se disuelve ni con el tiempo ni con la ausencia.
El “tesoro” no es metáfora trivial: es símbolo del valor absoluto, de aquello que no se mide ni se cambia. En esta mujer, el maestro encuentra su fe, su salvación. No se trata solo de pasión; es devoción. En ella están cifradas sus certezas, sus días futuros, sus sueños.
“Que no haya jamás olvido / donde hubo tanto amor…”
Y aquí aparece la súplica más humana: el miedo al olvido. El temor de que todo lo dado, lo sentido, lo vivido —ese amor inmenso— pueda caer en el silencio del desamor o del tiempo. Como cronista del sentimiento, Andrés Fernández pide a la vida una sola cosa: que ese amor no se borre, que no se diluya como tinta bajo la lluvia. Que haya memoria donde hubo entrega. Que, si ha amado con tanta verdad, la vida no se atreva a responder con vacío.
Este no es un pedido de vanidad, sino de justicia emocional. Porque donde hubo tanto amor, debería habitar para siempre un poco de eternidad.
La fuga: el juramento eterno
“Para cantarte yo vivo, / es mi promesa de amor.”
En esta fuga, el autor ya no suplica: declara. Aquí el canto se vuelve ritual. No canta por placer, no canta por arte, canta por ella. Vivir y cantarla son la misma cosa. Su voz es la cuerda de ese laúd interior que pulsa solo por amor. La promesa de amor no está en los labios, está en la vida misma. Andrés le dice a su musa: mientras viva, cantaré por ti. Mientras cante, viviré por ti.
“No habrá jamás olvido, / jamás tristeza ni dolor…”
Es un final redondo, pleno. El olvido ya no es posibilidad. La tristeza ha sido conjurada por la canción misma. El dolor ha sido transformado en música. Y esa es la mayor hazaña del amor verdadero: volverlo todo canción, aun lo que duele. Andrés Fernández Garrido no le compone a la tragedia del amor, sino a su poder redentor.
Hoy, a 39 años de su partida, Huánuco no llora al maestro. Lo canta. Lo recuerda. Lo revive en cada músico que toma una guitarra, en cada mujer que se escucha llamada en sus versos, en cada corazón que entiende que amar también es una forma de dejar huella.
A LA VIDA LE HE PEDIDO
Autor: Andrés Fernández Garrido
Interpreta: Centro Musical Huánuco
Tú, que sabes que te adoro,
porque así te lo juré,
sabes que eres mi tesoro,
mi esperanza y mi fe. (Bis)
A la vida le he pedido
una gracia y un favor:
que no haya jamás olvido
donde hubo tanto amor. (Bis)
FUGA
Para cantarte yo vivo,
es mi promesa de amor. (Bis)
No habrá jamás olvido,
jamás tristeza ni dolor. (Bis)
Porque a la vida le pidió una gracia, y la vida —en contra de su costumbre— esta vez le cumplió:
No hay olvido donde hubo tanto amor.