Wayna

(El tiempo libre declara un relato)

Por Víctor Raúl Osorio Alania*

Escenario: Una choza típica de la puna respira dentro de lo posible. Las paredes de champa sirven para mitigar temblores, pero tirita cuando temores y miedos están como huéspedes; el techo de paja amortigua granizo, lluvia, nieve, incluso días soleados; una ventana invisible hace de anfitriona con silencio ruidoso; en tanto, la puerta (de umbral y dintel propios) muestra el tamaño necesario.

Nótese un sexteto de platos (platos tendidos y hondos), una docena de pocillos cremas y celestes de boca ancha, media docena de cubiertos (cuchara, tenedor, cucharita, cuchillo), un tiesto que hizo trueque con un visitante mankalluta, una sartén laboriosa donde se estrellan huevos y fríen panqueques, cinco ollas con diversa numeración. También hay una mesa de tres patas (la cuarta zanca está con licencia y ha sido reemplazada por una raja de eucalipto), la cama de tareas predecibles tiene sábanas, frazadas, mantas, almohadas.

Una vicharra es como sociedad movilizada porque trabaja de forma permanente. La luminaria e incontables versiones de wayna viene del calor de la cocina de barro. Empieza el diálogo, hay que desplegar todos los sentidos e inteligencias.

¿Quién es mamá?, pregunta el primogénito, señalando una figura movible en el interior de la barraca.

Ella, apurada y ocupada en sus mil oficios, riendo entre dientes piensa en una broma pesada y responde en quechuañol (léase quechua y español): ¡Mi wayna!

A partir de esa libertad de acción y verbo, Teófilo, que tenía cinco añitos, verbaliza la palabra quechua wayna, waynita, wayna y guarda en su cerebro la traducción en español.

Todas las tardes, cerca de la noche, wayna visitaba la “casa de campo”, hacía su labor y pasaba a retirarse de forma sigilosa. El niño Tiucho le agarró cariño, solía brincar muy alegre con cada visita.

Cerca de la época de siembra, retorna papá Santiago. Abraza con delicadeza apasionada a su esposa y entrega las compras en una talega blanca (pan, azúcar, sal, atún, fósforo; un ropón color celeste, un par de aretes para ella y un carrito de madera con encajes para Teófilo).

Carmen lleva en su vientre un nuevo ser de treinta y dos (32) semanas. Santiago –entre obligado y dispuesto–, sale a jugar con el pequeño, hasta los canes pastores mueven la cola en señal de alegría.

¡Shanty!, mientras vas jugando con Tiucho, iré por bosta y recogeré los ganaditos antes que sea muy tarde. Agregando doña Carmen. Ya vuelvo, aticen la tulpa y pongan agüita para el lonchecito. Comeremos pancito de la ciudad.

¡Cuídate, Camicha!, te amo igual que el primer día, Santiago despidió alegre a su consorte, la mujer ideal y morigerada que amaba en demasía.

El crepúsculo ya pincelaba la tarde; las seis gallinas ponedoras, el gallo diligente y la docena de pollitos amarillos hacían su emplazamiento junto al granero. Teófilo pidió chepa de tanto jugar; pronto, con la inocencia reflejada en su fisonomía cándida, informó a su progenitor a boca de jarro:

¡Papá!, ¡papá!, mi mamá tiene su wayna.

¿Ima? ¿Qué? ¿What? Él movió la cabeza como si hubiera recibido un derechazo de boxeador. 

Si papito, me hace jugar, mi mamita ríe y los perritos lo conocen. Adicionando, en un abrir y cerrar de ojos: jugamos waka-waka, yo hago de torero.  

A partir de esos momentos, Santiago, estuvo pensativo y agazapado detrás de la puerta, a su hijo había pedido mutismo absoluto y que descanse en la cama de pellejos albos y frazadas tejidas sobre la base de lana de ovino.

Humeaba la vicharra según atizaba con bosta y champa secas. Shanty pensaba, repensaba y se rascaba la cabeza. Mala señal eres humareda, esa mujercita me engaña. ¿Quién será su wayna? ¿Cómo será él? ¿De dónde vendrá su wayna? ¿Hace cuánto tiempo se conocen? Cada evocación me martilla el consciente y subconsciente. Aquellas frases dirigidas por mis colegas de trabajo y los paisanos deben encerrar alguna verdad:

¡Socio de Cuernavaca!

¡Torero!

¡Toro fino!

¿Por qué?

¡¡¡Porque no se le ve los cuernos!!!

Cuando Carmen vuelve arriando los animales, recibe un golpe mortal en la cabeza y cae como plomo en el suelo. Muere al instante. Cuyes y conejos aterrados huyen de la escena.

¡Warmicha! ¡Poniéndome cachos! ¡A mí con waynitas! De razón decías vaya a la mina a buscar trabajitos. A Teo le hizo creer que su mamita dormía y lo puso en el camastro.

Wayna no tarda en llegar papá, habló Teo… Y se acostó junto a mamita Carmen.

El marido celoso patológico, ahora asesino, divisaba las lomadas, los corrales, las estancias vecinas, los caminos andados y desandados, quería identificar a la distancia a wayna, aquel que supuestamente había invadido el sacrosanto lecho matrimonial. La noche llama a viva voz al encendedor o mechero y este genera luz… Ante un zumbido, Teófilo, exclama soñoliento:

¡Papito, ahí está mi amigo wayna!

¿Dónde, hijo? ¿Por dónde ha ingresado si estoy parado en la puerta?

Ayyy papá, está volando sobre el mechero. Teo quedó dormido junto a su progenitora y el chasquido del fuego abrigó con licencia a la noche de hechos factibles y sueños increíbles.

Santiago, comunero de cuarenta cosechas, maldijo su torpeza y falta de memoria. Si él había enseñado entre burlas a su difunta esposa que al taparakuy le llama de cariño wayna o amante. Pensar que el taparakuy o mosquito sólo vuela, vuela y vuela, da unas vueltas y va en busca de otras estancias y sus encendedores; de otras mujeres y sus hijos, también de hijas y padres. ¡Waynita!

El hombre aúlla desdicha y los perros buscan consuelo en los rebaños. El búho dio un giro de 360° a la vida de Santiago, amaneció arrodillado al pie de la cama. Lloró y pidió perdón toda la noche. La piara de cerdos reclamando comida despertó la locura en el homicida de Carmen, este anda buscando alguna respuesta juiciosa.         

Despertó el día cuando despertó el niño y la mujer despertó en brazos de la diosa Parca. Teófilo pasó el resto de su infancia junto a sus abuelos maternos en una comunidad cercana. Olvidó la tragedia, pero nunca a wayna.

Ilustre wayna, waynita / te pintaré con tiznita, / durante la nochecita / me pintarás con lanita.

Wayna (amante). Narración en la lógica de la dislectura, ambigüedad, enigma, retruécano anfibología o por la disociación de conceptos. Defínase por dislectura cuando el emisor propone una cosa, pero el oyente interpreta de otra manera.

*“El Puchkador de la Nieve”

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