Victoria, una mujer lavandera de los pies descalzos

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

Era julio, mes de la patria de los años 60, aquella noche en la apacible ciudad de Huánuco, llegó el frio que quebró al tibio viento de primavera; como nunca, el ambiente del viejo cuarto de la casita rustica de los Ambrosios estuvo friolento, solo entre cuatro a cinco personas velaron el cuerpo inerte de doña Vectoria; como así, se expresaba su amado marido Papash, oriundo de Acomayo, capital del histórico del distrito de Chinchao.

Doña Victoria, cariñosamente “Tica”, en vida fue una laboriosa lavandera, siempre andaba cargado de un mazo de madera, y lavatorio de hojalata preparado por el maestro “Punshico”, caminaba a pies descalzo, y sobre la espalda cargaba bien “quipichado” los vestidos para lavar, casi todas las mañanas ya estaba “refregando a mazazo” y “pisando” la ropa en las tranquilas aguas del río Higueras; por la altura de “los carrizales”. A mediodía ya tendido los ropajes sobre las piedras. Al atardecer regresaba de una ardua labor, trayendo consigo la indumentaria seca para ser entregado a los clientes a cambio de unas monedas.

En vísperas de 28 de julio, Tica sufrió una neumonía fulminante, fue trasladado al Hospital Viejo situado en el Jr. Dámaso Beraún cuadra 10, cerca de la iglesia San Cristóbal, donde falleció, causando gran tristeza a la familia de Papash Ambrosio, conviviente de la finada.

Ya en el velatorio, sólo las bancas y sillas vacías, discretamente acompañaban alrededor de la finada, pareciera llorar hasta no poder cuatro velas encendidas, los cartuchos y margaritas blancas casi marchitadas en señal de duelo. Mientras la “shacta” de Quicacan emborrachaba para dar rienda suelta al dolor y llanto de los presentes.

Las horas del velorio da la sensación de estar detenido en el tiempo, porque no transcurrían, la “chacchada” de la “mamacha” coca de Puente Durand, con su “ushcupuro” de cal amortizaba el triste sentimiento del momento. Una y más copas de aguardiente maceraba la “boleada” de la sagrada hoja, como invitada apareció una nube espesa, vestido de gris luto, producto del humo del cigarro “inca”, daba la impresión de ser una cortina negra, para adornar imaginariamente la capilla ardiente.

Papash, un viejo obrero de limpieza del municipio, vivía en la primera cuadra del jirón General Prado, casi llegando al cequión, -cerquita al cerro-, se fue a la otra vida su amada Vectoria. Pero, se quedó con él sus cuatro hijos, lloraba desconsoladamente, preguntaba por sus amigos y casi nadie le contestaba. Pero, no perdía la esperanza, pronto llegarán para acompañar su dolor; lo que no sucedió. El único que arribo fue el nuevo amanecer, trayendo consigo una madrugada helada. Mientras una anciana vecina y amiga de la difunta, degolló su gallo viejo para hacer un suculento caldo, prendió una fogata de leña de eucalipto y molle, pronto ya estaba listo la mesa, sobre ella tendido una manta blanca bien lavada, puso dos platos de papa arenosa, con ají rocoto molido en batan de piedra. Los trasnochadores del velorio repetían en plato ondo el reconfortante caldito y con la presa bien cocinado.

Después del almuerzo, apareció don Shamuquito, un poco tomadito, se puso de pie delante del cajón, tomo una copita de shacta, luego rezó un padre nuestro y un ave maría, continuando con un responso en latín, al son de una melodía triste casi llorando cantaba. Al final, extrajo del bolsillo del pantalón una botellita de “agua bendita” que roció a la finada, muy apenado, se sentó en la banca vacía.

A los minutos llegó don Bernacho, conductor de un triciclo acondicionado como una carroza, sobre ella colocaron la caja fúnebre, solo diez dolientes acompañaban el entierro; de los cuales, tres mamachas casi de luto, blusa blanca y manta negra, pies descalzos lloraban y gemían de tristeza, sus lágrimas brotaban, y se desparramaban en sus bellos y encantadores rostros, eran de baja estatura, oriundas de Pachabamba, no eran familiares, menos amistades de la extinta. Pero sí, “acompañantes” de Shamuco con quienes creaba el escenario místico de la muerte.

Al caer la tarde, el tayta sol se alistaba para dormir en la cumbre del jirca Rondos, ya la noche se aproximaba apresurando sus pasos, el panteonero cogía los candados para cerrar la inmensa puerta del Cementerio General “Augusto Figueroa Villamil”. Preciso momento llegó la carroza, perdón el triciclo. De inmediato levantaron el ataúd cuatro amigos, casi “sanpaditos” cargaron, de frente se dirigieron, hasta donde encontraron una fosa cavada, para realizar el entierro “en tierra”. Era un sepelio común por no tener dinero para cubrir los gastos para un nicho perpetuo.

Luego del responso en latín, se cubrió con un manto de tierra seca y añeja, el féretro de quien en vida fue Victoria, mujer lavandera de los pies descalzo, madre de cuatro hijos. Sobre ella se colocó una cruz de madera negra, pintado de blanco sólo el nombre de VICTORIA, alrededor se dejó flores marchitas y velas lagrimeadas, en señal de lamento y llanto. De pronto, los presentes vieron a una inmensa mariposa “negra” que sobrevolaba por la cruz y luego levanto vuelo hacia el infinito; esto, causo temor, todos se persignaron y caminaron raudamente, para dejar el cementerio casi de noche.

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12.05.2023

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