Vamos a Chacos

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

La tarde va agonizando del aquel 30 de abril de la década de los 80, el sol va inclinándose en la cima del jirca Rondos para pasar la acariciada noche, a la espera de un nuevo amanecer. De pronto, llegó la oscuridad en los pasajes y estrechas calles de la inconfundible ciudad de Huánuco primaveral.

Mientras, la muchachada apresura sus pasos de aquí para allá, de allá para aquí. En fin, ultiman detalles, desempolvan las casacas gruesas, unos orean sus ponchos de lanas de carnero, adjunta las chalinas y jorros, dejan listo las zapatillas “Tigre”. Se abastecen de cigarro inca, coca verde y aguardiente.

En fin, se prepara la logística de forma serena y con mucho cuidado, para que no falte nada, y la operación salga como lo planificado anteladamente. Para todo esto, hubo reuniones previas en el salón de clases de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Hermilio Valdizán, donde se informaba todo lo relacionado con el viaje. Hasta enviaban cartas de invitación para las chicas de otras carreras profesionales, cuya finalidad era unirse a la expedición, y todos juntos emprender esta fantástica misión.

Llego el día “D”; 30 de abril, a pocas horas de llegar la medianoche, el cielo esta totalmente estrellado y allá arriba brilla la reina luna, se siente un susurro de viento frio. Ya estamos todos en la plazuela Santo Domingo, a la hora pactado y en el lugar señalado. Casi al instante se escucha ¡A Chacos! ¡A Chacos! Gritaba el ayudante de un viejo camión de carga, cuya carrocería de madera estaba cubierto de una gruesa toldera en prevención de alguna intrusa lluvia que pudiera precipitarse durante el tramo de Huánuco a San Rafael.

Todos trepamos, incluidos nuestras invitadas de administración y enfermería. Comienza a funcionar la grabadora a pilas, se inserta los casetes de Julio Iglesias, Los Iracundos, Leo Dan, Santana, etc. La noche es romántica comienza a girar las copitas de shacta (aguardiente), se prende los cigarros y se reparte la sagrada coquita para la chacchada en el viaje.

A medio camino suenan las guitarras y el rondín, comienzan a cantar los “trovadores” de Economía de la Unheval, todos en coro entonaban las recordadas canciones; la carrocería se balanceaba por los enormes baches que te levantaba al aire, la carretera era afirmada, no estaba asfaltada, el polvo del camino cubría totalmente al añejo Ford 50.

Ya casi a las 3 de la madrugada, llegamos a San Rafael, creo viajamos como tres horas, el grupo de la muchachada era mas de 30 jóvenes entre hombres y mujeres, todos universitarios, de inmediato alzamos nuestro costalillo bien quipichado (amarrado), ya en el hombro, comenzamos a trepar el cerro, todos en fila india, de tramo en tramo un copón de la bendita shacta para el valor, como también un merecido y temporal descanso donde daban rienda suelta a los chistes colorados de Jaimito, como también de Quevedo. La risa era hasta no poder; en fin, la confraternidad del grupo era sólida, ya en el trayecto hasta se cantaba rancheras de Antonio Aguilar, José Alfredo Jiménez, Flor Silvestre, entre otros.

El cerro era bien parado, el camino de herradura lleno de obstáculos de piedras y lajas que dificultaba el transitar de cientos de peregrinos llegados de diferentes partes del territorio nacional, en especial del centro. Uno que otros alquilaban caballos ensillados. Pero caminar era “pagar” tus pecados, algunos lo hacían descalzo, y la promesa era visitar al Señor de Chacos durante siete años continuos.

Ya cuando caía la madrugada, por fin llegamos al caserío de Chacos, jurisdicción del distrito de San Rafael, provincia de Ambo; en medio de la neblina que discurría a solapadamente por el pueblo enclavado en la cima del cerro, desde donde se observa el inmenso Valle de los Chupachos, el frio era aterrador, caminar era dificultoso por la falta de aire, porque nos encontramos a unos 3,288 m.s.n.m.

Pareciera estar a pocos metros del cielo donde vive taita Dios. De inmediato, a buscar una carpa improvisada donde vendían café caliente bien cargado. Como también caldo de gallina de chacra o cordero para recuperar las energías y sentir calor. Al final un buen copón de shacta para asentar el desayuno madrugador.

Alrededor de la Capilla, cientos de devotos descansaban bien abrigados, otros conciliaban un sueño reparador. De pronto, como trueno retumba el primer cuete de 4 tiempos, que despierta a la población, era señal de saludo al Señor de Chacos; luego se dispararon muchos cuetes, a la par hizo su entrada la banda músicos entonando marchas, adelante caminaba el mayordomo y su familia, tras de ellos los danzantes e invitados.

Era primero de mayo, día central de las fiestas patronales. A los segundos se abrió la inmensa puerta del santuario, los fieles se posesionaron en las bancas a la espera de la santa misa. Mientras, otro grupo de feligreses ingresaban a la urna donde se encontraba la santa imagen. En cuestión de segundos implorabas tu oración y rosabas tu ramo de flores por su indumentaria, luego te persignabas en señal de despedida, muchos con lagrimas en el rostro se retiraban con el pacto de retornar el próximo año hasta cumplir los siete años.

Casi al medio día, comenzó el descenso de lo alto del cerro donde está localizado el caserío, con mucha alegría y con la fe recargada. Ya en San Rafael a subir en uno de los camiones para retornar a Huánuco con las experiencias atravesadas en este inolvidable periplo.

Leyenda sobre el Señor de Chacos

Dentro de la comunidad se expresa a voz baja, casi como un susurro: “Muchos años atrás, en una casona vieja vivió un anciano, quien era carpintero. Un día una pastora de ovejas le encontró tallando un madero de eucalipto y le preguntó ¿Quién era? ¿por qué haces una cruz? Él le respondió “Soy ebanistero, hago esta cruz para mí”.

La ovejera tomo su fiambre y le ofreció al viejo carpintero, quien se negó aceptar, solo le dijo “mañana regresas, me traes flores y velas”. De inmediato, se retiró la cuidadora. Al día siguiente retorno al lugar, lo que vio no pudo creer, estaba plantado una cruz y crucificado el anciano, ya disecado”, se persigno y dio aviso al pueblo en un mar de llanto. Desde ese momento tomo el nombre de Señor de Chacos, luego fue venerado por su pueblo católico, llegando a ser declarado protector.

Ya al transcurrir los años, en una oportunidad la capilla se incendió, todo se quemó, menos el Señor de Chacos, producto del alto grado de calor y la humareda, el cuerpo y rostro de la santa imagen luce mas oscuro. También se manifiesta, en vísperas de la fiesta patronal, llegaba al pueblo un par de monjas, quienes se internaban en la iglesia para cortar el cabello y las uñas de la venerada imagen.

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