
Por: John Cuéllar
Apostasía
El mundo en suspenso: profecías que se oponen y contraponen; canales transmitiendo los vaticinios egipcios, mayas, aztecas… y de los famosos Nostradamus e Issac Newton.
–¡Es el fin! –exclama gente de los cuatro confines de la Tierra.
Dios observa el gran alboroto y menea la cabeza, como recordando lo que alguna vez había anunciado de este mundo tan venido a menos: “tarde o temprano serán víctimas de falsos profetas, tan distantes y antagónicos a los verdaderos”.
Y el mundo sigue el juego terrorífico de las profecías de los últimos tiempos: el nacimiento del anticristo (6/6/1999), la llegada del oscuro 2000, la catástrofe del 21 de diciembre del 2012, las lluvias de meteoritos, la intensidad alarmante de la estrella solar, el reinado del Papa negro, …
Así, entre susto y decepción, la gente deja de creer en la segunda venida de Jesucristo, en la destrucción de la humanidad corrompida y hasta en la existencia del ángel rebelado.
Y en el momento menos pensado, luego de la extinción de las religiones mesiánicas, desaparecen los cristianos, el mal se apodera de los corazones, las costumbres se pervierten, se proclama la muerte de Dios y se da inicio al tan ansiado Armagedón.
El embustero
La mentira abunda en cada rincón de este planeta y a cada paso, tanto que la oigo desde que suena el despertador hasta la hora de acostarme.
Hoy por hoy, esta plaga seductora e incontenible se ha apoderado de mí, corriendo por mis venas.
Miento sin siquiera proponérmelo, sin la más remota intención.
Miento con firmeza diciendo que llegaré en diez minutos a la cita, cuando de seguro lo haré dos horas después.
Miento convenciéndome que tengo fiebre, a pesar de la temperatura normal que casi nunca varía.
Miento soberbiamente, contradiciendo a la clientela que se queja por el maltrato que le brindo.
Miento con resolución, aconsejando a mi hijo que sea transparente y siempre diga la verdad, cuando todo lo que tengo es producto de mi deshonestidad e hipocresía: altos cargos, sueldos onerosos, propiedades de lujo,…
Ahora que aspiro al gobierno de este territorio, mentiré con convicción al pobre pueblo que ingenuamente anda en busca de un mesías que extermine su olvido, pobreza y mediocridad. Y lo haré de tal manera que me otorguen sí o sí el báculo codiciado. Porque si no lo hago, dejaré el camino libre a otros sinvergüenzas de peor calaña, que dirigirán mediocremente el territorio, llenándose los bolsillos como siempre.
Sí, mentiré hasta ser reconocido como gobernador de este pueblo. Y apenas lo sea, mi primer mensaje será soltarles a bocajarro todo lo que pienso de nuestro civismo ingenuo, oportunista y lastimero.
El sueño del pez
El enorme pez recorría el mar a sus anchas, hasta que se le cruzó el monstruo más hambriento de la pequeña isla: el hombre.
La primera vez que lo vio, impulsando un bote, no pudo contener su risa, debido a la apariencia débil y torpe del humano.
Después de tantas burlas al anzuelo del pescador, resolvió que ese viejo poseía una tenacidad nunca antes vista y, tarde o temprano, terminaría atravesado por su arpón.
Ya se había soñado: muerto por el anciano y devorado por los tiburones, a quienes había ofendido con su tamaño descomunal, su fuerza indómita y su actitud habilidosa.
Hermandad
Un joven refinado se acerca a una banca vacía. A doce metros, un señor enjuto que apenas cuenta con estudios básicos y que hasta hace poco se desempeñaba como carpintero, avanza con la mirada fija. Ya cerca, exclama:
–¡Henry!
–¡Hola! –responde el joven refinado, haciéndole espacio–. Siéntate y te explico el asunto.
El recién llegado, que tímidamente se ha sentado, observa a su alrededor y consulta:
–¿Algún puesto en la Casa Justiciera?
–Más o menos. Ya le conté al juez que eres del partido, de seguro te consigue un puesto administrativo.
–Pero, Henry… tú sabes que yo…
–Descuida, solo será nominal.
–¡Ah!, pero… ¿seguro, seguro?
–Bueno, no del todo. Pero si no hay luz verde, irás para el gobierno regional. Ahí te tienen reservado el puesto de mecánico.
–Pero, Henry… tú sabes que yo…
–Sí, sí, lo sé… eres carpintero, también lo saben del partido. Solo cogerás una que otra llave, llenarás de aire algún neumático por ahí, lavarás uno que otro carro y punto. ¡Ah!, pero cuidado con olvidarme en tu primer sueldo, ¿eh?
–Sí, Henry. Tú siempre servicial.
–Para eso estamos, compañero, para eso estamos.
Karma
El hombre nació un domingo y con el paso del tiempo formó su hogar.
Al nacer el séptimo hijo, la mujer a quien había deshonrado por treinta y dos años murió. Y el hombre se sumió en la más profunda desolación.
Lo peor vino después: sus hijos lo abandonaron a la suerte, hartos de tanto maltrato del pasado. Desde entonces el hombre frecuentaba a los mendigos, alimentándose de las sobras que sus nietos le alcanzaban clandestinamente.
Alguna vez intentó suicidarse luego de una prolongada observación del mar, mas su deseo de vivir lo contuvo.
Cierta mañana despertó con las fuerzas renovadas y se fue a la única finca que sus hijos no pudieron arrebatarle, por encontrarse en un escampado. Ahí preparó el barro y con el tapial se dispuso a levantar muros alrededor de su propiedad.
Cierto domingo por la tarde, ya descansaba en el primer muro erigido, satisfecho por la gran hazaña. Mas su descanso se vio cubierto por una oscuridad definitiva.
Al enterarse de su muerte, los hijos optaron por enterrarle en un miserable ataúd. Luego de ello celebraron a lo grande.
Oportunismo
Inesperadamente el grito ingresó por los ventanales del instituto de ciencias, se desplazó por los corredores, llegando a las aulas.
En ese instante se daba inicio a un examen que ni el mismísimo Baldor podría resolver, de encontrarse entre nosotros.
Pero el grito trastocó lo imperturbable. Los catedráticos, que ya habían tomado posición, sintieron el llamado misterioso y trágico y se asomaron al pasillo, a fin de averiguar el motivo de tan grande escándalo.
Los estudiantes, aprovechando la generosa ocasión, pusieron en práctica sus habilidades hasta entonces reservadas. Así, el que no contaba con una prodigiosa visión para ver más allá de sus narices, recurría a la plasticidad de su cuello, y ni qué decir de los emuladores de David Copperfield, quienes tenían un as bajo la manga, dentro del bolsillo o en cualquier otra parte en que se podía ocultar aquello que los expertos llaman “recuerdo temporal”.
Tradición perdida
El héroe navegó hasta la ciudad de Tebas, Egipto. Había recibido del oráculo tres palabras: Tebas, muerte y esfinge.
Al igual que lo hiciera su bisabuelo –el griego–, llegó con el propósito de vencer a la gran esfinge.
Apenas pisó el suelo tebano, fue devorado por el monstruo, quien lamentablemente desconocía la tradición familiar de los acertijos.