Religión y universidad: un encuentro de pluralidad, ética y filosofía

Por: Joyce Meyzán Caldas*

 

La universidad es, sin duda, uno de los espacios más plurales y dinámicos de nuestro tiempo, un microcosmos donde confluyen ideas, valores y creencias de diversa índole. Desde mi experiencia como docente, considero que uno de los fenómenos más interesantes y a la vez desafiantes que vivimos dentro del campus es la relación entre diversidad religiosa y convivencia social. Este tema refleja no solo el cambio cultural profundo que atraviesa nuestra sociedad, sino también la capacidad de las universidades para fomentar tolerancia, respeto e inclusión en una era marcada por la pluralidad de creencias y no creencias.

Históricamente, la universidad occidental nació bajo el amparo de instituciones religiosas. Bolonia (1088) y la Sorbona (1257), por ejemplo, fueron fundadas bajo fuerte influencia de la Iglesia, y durante siglos la filosofía escolástica marcó el horizonte intelectual. Sin embargo, el proceso de secularización en los siglos XIX y XX abrió el camino para la universidad moderna, caracterizada por la autonomía académica y la investigación científica. Hoy, en países como Perú, donde el 76 % de la población se declara católica, pero crecen con fuerza los grupos evangélicos y también quienes se reconocen como no creyentes (INEI, 2017), el campus se convierte en un laboratorio vivo de pluralidad.

En el aula, esta diversidad no es un simple dato estadístico: es una oportunidad para enriquecer el debate académico y la formación integral. Estudiantes católicos, evangélicos, judíos, musulmanes, agnósticos o ateos se encuentran en el mismo espacio y comparten experiencias. El intercambio de visiones permite que la universidad sea más que un centro de transmisión de conocimientos técnicos: la convierte en un lugar de diálogo intercultural, donde la religión aporta perspectivas éticas y existenciales que amplían la comprensión del mundo.

Pero este panorama también plantea desafíos. Persisten prácticas institucionales que, por tradición, privilegian expresiones religiosas mayoritarias —como misas en universidades con herencia católica—, lo que puede generar incomodidad en quienes no comparten esa fe. Asimismo, se registran episodios de intolerancia hacia minorías religiosas o hacia estudiantes que se declaran sin religión. Una universidad verdaderamente plural no puede limitarse a la tolerancia pasiva; debe garantizar una inclusión activa, donde nadie se sienta marginado por sus convicciones espirituales o por su decisión de no profesar ninguna.

El paso por la educación superior suele ser, además, un momento de cuestionamiento profundo. Muchos estudiantes revisan las creencias heredadas de sus familias y comunidades, iniciando un tránsito hacia formas más personales y críticas de espiritualidad. Investigaciones en Estados Unidos muestran que un 44 % de universitarios modifica significativamente sus convicciones religiosas durante la carrera (Higher Education Research Institute, UCLA, 2017). En Perú, aunque no existen estudios tan detallados, la experiencia cotidiana confirma esta tendencia: jóvenes que se distancian de doctrinas rígidas, otros que reafirman su fe desde una mirada crítica y no pocos que exploran formas de espiritualidad no institucionalizada. Este proceso, aunque desafiante, forma parte del desarrollo intelectual y humano que la universidad debe acompañar.

En este sentido, la religión puede convertirse en una aliada pedagógica. Cuando se aborda desde una visión abierta y dialogante, contribuye a formar ciudadanos más tolerantes, conscientes de la diversidad humana y capaces de convivir con múltiples cosmovisiones. En un país multicultural como el nuestro, donde conviven tradiciones andinas, amazónicas y occidentales, el respeto religioso es también una forma de reconocimiento cultural.

Un punto central que no debe olvidarse es la misión filosófica de la universidad: cultivar el pensamiento crítico. La filosofía, desde Sócrates hasta Ortega y Gasset, enseña a cuestionar certezas, examinar valores y buscar el sentido de la vida en comunidad. En este marco, la religión no es un dogma que se impone, sino un objeto de reflexión que invita a pensar la relación entre fe y razón, ética y sociedad. Incluir cursos de filosofía de la religión, ética comparada o diálogo interreligioso no solo enriquece el currículo, sino que fortalece la capacidad de los estudiantes para enfrentar dilemas contemporáneos en los que la espiritualidad juega un rol: bioética, justicia social, derechos humanos o cuidado del medio ambiente.

Tampoco puede obviarse la influencia de las creencias en la formación ética de los jóvenes. Diversos estudios en América Latina muestran que la mayoría de estudiantes vincula sus valores de solidaridad, justicia o responsabilidad con referentes religiosos o espirituales, aunque los reelaboren en un marco secular (CEPAL, 2020). La universidad debe abrir espacios de reflexión donde estas motivaciones dialoguen con fundamentos filosóficos y científicos, evitando fanatismos, pero reconociendo que la espiritualidad sigue siendo para muchos una brújula vital.

Veo con optimismo que varias universidades peruanas ya avanzan en este terreno. Algunas instituciones públicas han creado oficinas de asuntos interculturales y programas de convivencia plural, mientras universidades privadas con herencia religiosa han abierto espacios de diálogo ecuménico e interreligioso. Sin embargo, aún falta consolidar políticas claras: capacitar al personal en competencias culturales y religiosas, diseñar protocolos frente a actos de intolerancia y, sobre todo, garantizar que la libertad de conciencia esté plenamente protegida.

La religión en la universidad no debe verse como un obstáculo ni como un simple resabio histórico, sino como una oportunidad para enriquecer la experiencia académica y humanista. La pluralidad religiosa, gestionada con respeto y apertura, puede fortalecer la ética, la tolerancia y la filosofía que deben guiar la formación universitaria. En un país diverso como el Perú, la universidad tiene el privilegio —y la responsabilidad— de ser el espacio donde aprender a convivir con las diferencias, construyendo una comunidad académica que, más allá de dogmas o credos, busca la verdad y el bien común.

 

*Comunicadora, docente universitaria y periodista digital.

@joycemeyzn

 

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