Recuerdos de Piruco

Por: Fortunato Rodríguez y Masgo

 

Hoy en esta soledad que reina la casa, y rebuscando el viejo baúl del dormitorio, encontré una carta de mi amigo de niñez, con cariño Piruco, hoy es un profesional retirado, cuya edad está a base de los sesenta años de vida, entre otros me escribió: “chau, chau mi tierra querida, no es un adiós, menos una despedida, es un hasta luego, porque voy emprender mi camino; no sé, por dónde caminare mañana, solo sé que tengo que irme, porque el destino lo quiso así; pero, por donde camino siempre vivirás presente en mi pensamiento mi Huánuco querido”.

Prosigue con nostalgia, “me voy quipichado mis ilusiones, sólo llevo las bendiciones de mi santa madrecita, ya se fue la tarde y llegó la noche, momento propicio de emprender mi destino, me voy sin despedirme de nadie, no quiero que nadie llore por mí, menos un corazón sufra por mí, solo me despido de mi Huánuco querido… sé que caminaré por lugares desconocidos, pero me voy convencido que voy a luchar y luchar ante cualquier obstáculo, porque taita Dios está conmigo…”

Piruco me manifiesta, “Ya lejos estoy de mi añorada tierra huanuqueña, ya van muchos años fuera de ella, cuanto extraño el cielo azul con su sol esplendoroso, sus callecitas estrechas románticas delineadas dentro de un tablero de ajedrez, el aroma del cafecito de huerta que discurre cada tarde por la ciudad, su atardecer tibio en medio de una polvareda levantado desde la quebrada de Puelles, la noche envuelto de interminables tertulias, bajo el encanto de la shacta y el cigarro que suaviza el ambiente, la bravura del legendario rio Huallaga, que se abra paso en medio del inmenso valle de los Chupachos, desde la cumbre de San Rafael hasta las alturas de Chinchao Acomayo y el Pachitea. Así eres mi Huánuco querido, por donde vaya siempre te llevo dentro de mi corazón”.

También me expresa, cuanto recuerdo me trae los inmensos sembríos de cañaverales y las casas haciendas al estilo colonial, imponentes ellos a lo largo y ancho del Valle del Huallaga, hasta donde llegaban huanuqueños de tradición para comprar la shacta puro, sin “bautizo”, y bien quipichado el aguardiente retornaban, pero cascabeleando de tanto probar “una copita nomas”.

Piruco está preocupado y me revela: La mesa huanuqueña de antaño, se caracterizaba por poseer un sabor inconfundible, sencilla pero bien robusta, todo hecho en casa, a base de cocina de “viruta”, leña o kerosene; ya a medio día, estaba servida como segundo, cascaron con frijol y su papita amarilla, era una delicia; como también, el frijolito verde, uy es mishki mishki(rico-rico); de igual manera, pata de ganado con papita arenosa cuya fritura era única, la fritanguita de chancho entre otro platos que se consumía en el antaño, hoy lucha para estar presente en la gastronomía huanuqueña.

Como complemento me señala, por las principales calles de la ciudad, casi siempre en marcha encontrabas a una cisterna de kerosene, pero era un triciclo de carga debidamente acondicionado con un cilindro, cuyo propietario era don Juan, quien amablemente vendía el combustible medio o botella completa o por galón, ya las amas de casa no tenían la molestia de ir hasta el grifo para abastecer de Kerosene, porque adquirían en la puerta de su casa, hoy ya desapareció este servicio.

Piruco con mucha emoción me cuenta, extraño trepar el árbol para arrancar la guayaba que abundaba a orillas del río Huallaga o Higueras, y entrar a una huerta coger níspero, pacay; mientras en otras casas hasta durazno, higos tenían sus huertas; eran viejas casonas de tapial, donde residían familia tradicionales, cuyo ingreso a su inmueble eran por inmensos portones de madera de nogal, sobrios techos de tejas de arcilla roja caída a dos aguas resaltaba, con pisos de lajas de piedra de rio y exclusivas inmensas ventanas de fierro fundido trepadas con vista a la calle, propicio para una declaración de amor o una serenata al acorde de la música huanuqueña. Eran hermosas residencia en pleno corazón de la cuidad huanuqueña.

Piruco me expresa en uno de sus párrafos de su citada carta, “mi estimado Fortucho; te comento, extraño y muchos años que no voy a una fiesta huanuqueña, cuantos recuerdos tengo de aquellos inolvidables carnavales, se daba inicio el 20 de enero y se prolongaba hasta marzo, casi ya entrando a la semana santa, cuanto he bailado en Churbamba, Acomayo, Pachabamba, Huancachupa, Conchamarca entre otros, yo siempre llevando mi guitarra para cantar al final, cuando ya la banda de músicos se retiraban, nunca faltaba la shacta, menos la pachamanca, harto te servían, bailabas y cantabas hasta no poder, bien pintado regresabas a tu casa, una que otras veces surgía un amor pasajero”.

Terminado el jolgorio carnavalesco, casi en el mes de marzo entrabas a los días de reflexión y tristeza, la semana santa, era todo un culto de reverencia a lo sagrado, totalmente prohibido beber licor, nadie bailaba, menos jaraneaba, los mayores totalmente vestidos de luto riguroso por la muerte de nuestro Señor Jesucristo, llegaba el domingo de gloria se reiniciaba la fiesta, las campanas resonaban de alegría por la resurrección de Cristo, las capillas de Cruz Verde y Blanca repletos de fieles quienes bailaban y bebían al son de la banda de músicos que interpretaban música huanuqueña, el repertorio era exclusivo música de nuestra tierra, se repartía entre los invitados chochos con arto ají.

Ya al final se despide mi entrañable amigo Piruco, con tristeza y solo me dice “no sé si regresare a mi Huánuco querido a terminar mi existencia terrenal; si a si no fuera, pido que me entierren aladito de mi santa madrecita, junta a ella vivir eternamente en nuestro Huánuco”, al leer esta carta sentí nostalgia, me trajo muchos recuerdos, solo me queda guarda esta misiva y entregar a sus hijos de mi Piruco…

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