Muqui e Ignacio

(Diégesis)

Esta imagen tiene el atributo alt vacío; su nombre de archivo es victro-osorio.jpg

PorVíctor Raúl Osorio Alania*

Cuando el ser humano determinaba que medios y modos de producción utilizar, los mineros primigenios actuaban a su libre albedrio en la mina, en su casa, en su chacra… Bien podían asistir solos, bien podían llevar hacia el subyacente a sus hijos, menores de doce años de edad. ¡Qué lindas criaturas!

Alfredo, migrante de un valle fértil, llegó atraído por las promesas de los enganchadores. En un par de años había ascendido como la espuma del ponche cumpleañeros, de lampero pasó a desempeñarse en la función de ayudante de maquinaria, pronto fue maestro perforista. Ascenso laboral, ascenso social, ascenso en el amor (directo pasó al matrimonio con Rufina, ella en el palomay quedaría embarazada).

La vida en su espiral constante envuelve buenas y malas nuevas. Rufina dio a luz un recio varoncito, Ignacio le pusieron, nombre prefijado y consensuado por la pareja. Luego de concebir, Rufina, al día siguiente tuvo que levantarse para cumplir con los afanes domésticos, eso gravitó su vigor, por lavar las prendas cogió una pulmonía mortífera.

Ignacio creció con la asistencia de vecinos y familiares del reducto minero. El joven viudo era versado en la mina y fuera de ella (sabía cocinar, lavar, coser, planchar; atender la granja y ganadería, todas las tareas de bricolaje). A temprana edad, Ignacio, ya sabía leer y escribir por derecho propio.

En el socavón, Alfredo era jefe y empleado. Ordenaba su horario y cumplía, antes alistaba el sagrado alimento de su vástago. Una mañana helada de junio despertaron a las siete horas, degustaron con su hijito un desayuno frugal, cafecito y pan untado con amparo, soledad, consuelo, esperanza, socorro, paciencia. Como el tiempo apremiaba, padre e hijo no teniendo otra alternativa fueron juntos al venero.

Alfredo mastica la coquita, está dulce; la sensación resulta mayor cuando pone una pizca de cal, fuma el cigarro sin filtro y expulsa boconadas en aros; calienta el preámbulo con el consabido brindis, primer copón de aguardiente para el verdadero dueño del socavón. Teniendo buena señal autoriza que Ignacio juegue cerca de él. Pasan las horas y el pequeño juega con alguien de su misma edad. ¿Qué jugaban? A las canicas.

¡Pagando, pagando! Bolita lecherita para mí, decía Ignacio.

Eres bueno amiguito, ven siempre, hizo la invitación el guardián del Ukhu Pacha.

A propósito, Ignacio, ¿cuántos años tienes?

Nueve añitos cumplidos, nací un treinta de febrero.

Farolero, data cuestionable.

Treinta menos uno pues…

 ¡Ah! Bromista, me quieres tomar el pelo.

Mejor jalo las orejas pronunciadas. ¡Zas!  

Las visitas fueron sucesivas. Alfredo avanza lo suyo, Ignacio aprende jugando. Varios meses vivieron así, una tarde hubo la siguiente solicitud:

Papito, regálame el baulito de mi mamita para guardar estas bolitas amarillitas y lecheritas.

Peeero, ¡qué lindas canicas! ¿Quién te las dio?, inquirió el padre.

Mi amiguito de abajo, labora cerca de ti, así esclareció la duda Ignacio.

Alfredo tuvo mucho cuidado para no delatarse, la ambición mala compañía resulta, diría para sus adentros. No quiso perturbar la felicidad infantil de Ignacio.

Hijito, en nombre de mamita Rufina te obsequió el baulito, ¡cuídalo!

Ligero se puso de pie, mismo alce corriendo sobre hierba fresca. El tintineo de veinticuatro canicas quedó apaciguado con el interior acolchonado del cofrecito.

¡Huy!, elaboración de rimas, greguerías, canicas, a las escondidas, juegos de avenencia, concentración y discernimiento. Ignacio y Muqui conformaban un binomio irrebatible. Ganaban, perdían, empataban, ahí estaban, buscándose y haciendo cansar al recreo.

Ante los ojos de la divinidad, los cielos resultan eternos, mas el hombre cumple un período y deja la posta a otros hechos y personas.

Alfredo, mantada tras mantada, extrajo mineral de buena ley, calculando tener lo suficiente vendió el predio minero de tres mil metros lineales y tuvo que regresar a su comunidad originaria de clima benigno. Ahí comparte con los indefensos la riqueza captada. Bien por él, confirma los favores recibidos por su buen proceder.

¿Qué pasó con Ignacio? A los doce años de edad tuvo que jubilarse, entendiendo que había llegado el término de su permanencia en la mina. Haciendo ondular su lamparita de carburo, el muqui, lloró por la partida de un verdadero camarada, Ignacio tampoco partió alegre, suspiraba hondo quitando el poco oxígeno a las galerías.

Ignacio vivió junto a su padre hasta los veintiún años, luego fija residencia en el emporio de puna, aduciendo que viviría junto al muqui. Sus huesos descansan mirando el boquerón principal de la mina. Cada vez que podía relataba los gratos momentos vividos con el muqui en el interior del yacimiento aurífero, cuprífero, argentífero, carbonífero…

Los descendientes de Ignacio heredan el cofrecito evitando caer en la tentación de abrirlo. ¿Usted osaría abrir la cajita? Por si acaso junto al objeto hay cueros de animales (oveja, cabra) con greguerías, puede leerlos, creatividad del Muqui e Ignacio. Tuve acceso al manojo, obsérvese del mismo modo en las paredes cóncavas de Muquilandia.

El incorpóreo asoma cauteloso en el espectro global, inducido por diversas dotes, pues, depende de nosotros el reconocimiento. Esta narración exulta con el muqui, patriarca de las minas.

Dime que te digo, ¿jugamos amigo?

(Greguerías)

Los vientos alisios que soplan de sudeste a noreste divulgan las tres greguerías del muqui. Huk. Ignacio extravió en el socavón un loro, pasado tres años ha rescatado tres letras, “oro”. Ishkay. Los ingenieros mandan en la veta porque en su casa obedecen órdenes. Kimsa. El 8 es el cero con correa de niño.

Ignacio sabe cómo responder con tres ases. Uno. Cuando vendemos plata ganamos plata. ¿Por qué cuando vendemos oro no ganamos oro?  Dos. Apreciado amigo, ya me di cuenta, eres alto… sino que tus zapatos son hondos. Kimsa. El descanso, faena de los ociosos.

Segunda presentación, dotes abundan. El muqui expresa: Chusku (tawa). Muquilandia mi dulce hogar donde laboro como jugando. Pichqa. Agua mineral para el hombre, mineral sin agua para mí. Sojta. Una mueca es la palabra del mudo.Qanchis. Estos vericuetos lo diseñaron abstemios beodos.

Ignacio piensa y responde. Cuatro. Parece una culebra sombría, Muquilandia, pero millonaria y muy codiciada. Cinco. Cuando juegas a las escondidas haces reposo. ¡Te descubrí! Seis. Las lágrimas son lluvias saladas del alma. Siete. Perturba, la altura, vuestra modesta existencia.

Cerrando la jornada. El muqui hace glosas. Pusaq. Aquí nadie muere, solo duermen el sueño eterno. Isqun. Sostén de un ser humano… los pies. Chunka. Minero que baja de día, difícil sube de noche.

Participa Ignacio. Ocho. Los lentes son dos ojos adicionales. Nueve. El viento corre cuando tiene cólicos. Diez. Las nubes son almohadas de los apus tutelares.

*“El Puchkador de la Nieve

Leer Anterior

Inhabilitarán de por vida a funcionarios que delinquen durante emergencia sanitaria

Leer Siguiente

¿Cuáles son los riesgos de la automedicación?