Por: Víctor Raúl Osorio Alania*
Cuando llega el amor, los catorce matices del blanco al negro desfilan cual destellos, viajan desde el hipotálamo hasta el corazón y de este a toda la contextura humana. Neuronas exaltadas rompen su rutina y hacen tiritar al ser amado.
La costumbre de escribir parece poca frente al amor, el sentimiento más grande de la humanidad.
Por amor se hizo el mundo, por amor tendrá que renovarse, por amor debe pervivir bajo todo principio de hermandad. Suspira el amor y también anda preocupado. El amor depende solo del amor.
CAMINANTE
Rostro vidrioso señal inequívoca del caminante que traza destinos con sus pies. Va y vuelve con voluntad férrea.
Tiene descansaderos conocidos y están marcados por la experiencia, heredados de sus predecesores. Útil el descansadero para masticar coquita o tal vez divisar a la ilusión que va adelante o le espera abajo en algún paradero o procura avanzar hacia arriba.
Anda de pueblo en pueblo buscando su propio destino, a veces, para su fortuna encuentra el mejor tesoro. ¿Cuál? El amor que todo lo perdona.
BANCA
Benévolas con los caminantes jadeantes, las bancas hechas del tronco de árbol. Corremos para descansar siquiera unos minutos, agradecemos el gesto de aquella familia.
Sentados –cómodamente– pedimos chupete de papaya o de coco. Uf que cansancio, uf que alivio.
Sentados miramos el futuro y el camino por donde descendemos y volveremos a descender. Si partimos de este mundo repasaremos para desandar lo andado.
BOSQUE
Bosque, bosquecito, fragancia de eucalipto que clarifica el ambiente. Vi a las nubes haciendo ejercicio de respiración, el sol asolapado en un rincón inhala oxígeno. Procurando no chocar con los mencionados, el viento, pide aires nuevos al bosque, bosquecito de eucalipto.
Con el colega Walter fuimos para oxigenar la memoria, para creer en el presente y saber cuánto vale el bosque de eucaliptos.
Siento rejuvenecer a mis pulmones, percibo que el maestro Walter rejuvenece en sus pies y en sus ideas, confiesa: «Hace mucho tiempo había dejado de trepar… por estas alturas. Lo hacía de niño con frecuencia.»
Muchos perduran con el eucalipto. Después de cinco o seis años proceden a cosechar y queda transformado para utilizar en las construcciones, para alimentar la cocina de barro.
Sin agraviar a nadie, más de uno amerita poseer el título honorifico de Comarca del Eucaliptus, porque otras ciudades vecinas ostentan el título, pero poco o nada hacen para convivir con el árbol originario de Australia.
MANANTIAL
Manantial, amigo mío, vienes del cielo infinito trayendo esperanza.
Hechura prístina, hermosa, perfecta, concebida en las alturas mayores para descender alegre por una senda fresca, senda que es más tuya que mía.
Mi amor anda cargado como el río pero se manifiesta solamente como manantial; estoy resultando un poeta sin versos; el fuego que se apaga con cualquier vientecillo.
Mi aliado será el manantial para llorar en sus orillas y lavar mis penas. No te extingas manantial, te ruego por la Pachamama y por mí que ando solo hace tiempo.
RECORDARÉ
Recordaré que por desmemoriado olvidé el número telefónico, a la segunda ocasión tuve que registrar con empeño y delicadeza. Hubo suspenso en la primera llamada. Silencio. Otra voz… Hubo ponientes, intentos hubo. Cuando escuché vuestra voz me animé a creer en mi superlativa capacidad.
Recordaré la primera cita y sus respectivos prolegómenos. Asertividad superó a la duda. Puede ser venció al qué dirán. Conocerse nunca será pecado. Pregúntale a Cupido, ¿el hondo suspiro representa amor?
Recordaré el primer almuerzo y los potajes y la plática sostenida. Aquí valió el encuentro y no el monto de los platillos. Ningún ruido distrajo las miradas. Ademanes, gestos, frases resultaron sinceras. El día avanzaba y nosotros absortos al ir tejiendo el primer eslabón.
Recordaré el primer abrazo porque fue ligero, tierno, atrevido y tímido. ¿El segundo abrazo resultó el último? Debí abstenerme del último para evitar el ninguneo.
Recordaré el primer beso porque fue la mejor expresión de ternura y amistad franca. Te robé el primer ósculo, no tengo perdón. ¿Sabrás perdonar aquel atrevimiento? Las caricias deben ganarse con mérito y hechos propios. Disculpas infinitas, ¿me perdonas? Un beso volado por la amistad y por los buenos e infinitos recuerdos.
Recordaré el viaje con oraciones trepidando en el corazón, al caminar, en el paradero, en el ómnibus; cuando estuvimos arriba y también abajo, las ocurrencias del día y de la noche. Derrotamos el frío con el calor del diálogo; temperamos el calor siendo originales y cautos.
Recordaré tu sonrisa frente a la computadora porque fue la última. ¿Después qué te ofendió?
Recordaré el lonchecito y sus panecillos porque mataron el hambre del día, aunque incrementaron la hambruna espiritual. ¿Habrá oportunidad de otro lonchecito donde cada pan esté untado con mucha comprensión y solidaridad? Sé qué volverá a ocurrir, mi instinto me anuncia alguna buena nueva a la vuelta de la esquina o en la aurora del nuevo día.
Recordaré mi alegría de aquella ocasión, quizá fue la última. A veces la realidad supera a la poesía. ¿Un libro y su autor derrotado por una incomprensión? Si no salgo de esta, ¡ayúdame! Quiero tus brazos como remos, tus consejos que me guíen como faro encendido en medio de las tinieblas.
Recordaré la caminata bajo las luces de neón. ¡¡¡Felicitaciones!!! Y al instante un movimiento brusco alejó a la calma. ¿Qué pasó? ¿Quién pasó? ¿Cómo y dónde encontrar una explicación? Intento ponerme en tus zapatos para calzar vuestro disgusto. Mi memoria hace retrospección. Cada palabra mía que busca la unidad resultó todo lo contrario.
Recordaré a los pasajeros embarcándose al encuentro de sus seres queridos. Me consuela saber que marchan con optimismo. Esa emoción aprenderé por las buenas. Algún día volveré a correr, a comprar un pasaje, viajar alegre porque habrá quien me espere con los brazos extendidos y una sonrisa pulcra mostrando dientes bien conservados.
Recordaré mi soledad intensa en muchos tramos, soledad manifiesta en el cuarto, soledad desgarradora cuando me despierto a las tres de la madrugada y resulta imposible conciliar el sueño. Al fin y al cabo, redacto en la grata compañía de soledad, amparo, consuelo, esperanza y recordando aquella figura magnánima. Siento pena por mí. Mi otro yo sufre. El libro me alienta escribir para justificar mi existencia. La música llora por mí. Debo continuar hacia adelante incluso cuando duele hacerlo.
Recordaré porque me gusta recordar, sabiendo que la esperanza genera esperanza. ¡Tus éxitos me guían! ¡Mis éxitos sean tuyos!
*“El Puchkador de la Nieve”









