
Foto: Huánuco de antaño – Internet
Por: Fortunato Rodríguez y Masgo
Era una noche 23 de junio de los años setenta, nos encontramos debajo de un inmenso bello cielo azul, donde danzaban las inquietas estrellas, señalando felicidad; mientras, la ciudad de Huánuco está rodeado por sus tres Jircas Paucarbamba, Marabamba y Rondos quienes vigilan celosamente y en el transcurso de las horas emiten tufos de viento frio.
Allá arriba, la “mamanqui” luna iluminaba al inmenso valle primaveral de los Chupachos; en particular, las “tenebrosas” y estrechas calles de la subida de Puelles bordeadas de árboles de molle, pencas de tuna y enormes cabuyas, una que otra vivienda estaban apostadas a la orilla del camino de tierra y piedras, casi pegado al cerro.
Me encontraba con linterna en mano caminando conjuntamente con Shanti hacia la casa de Francisco, para sus amigos Panchito, quien vivía en “Puelles”; más allá, de la última cuadra del jirón Independencia; de pronto, recibo un saludo anónimo con una voz ronca pero sonora, desde un tenebroso rincón de la oscuridad ¡hola Fortucho! De inmediato me interroga ¿qué haces por acá? ¿estás cansado de tu vida o qué? Me acerqué en actitud de defensa, vi que venía a mi encuentro, le alumbré la cara y era “ojitos mágicos”, quien bajaba de la quebrada con aliento a shacta y fumando un cigarro inca, me pregunta ¿a dónde vas?, le dije a la casa de Pancho, uy seguro vas a ver a sus hermanas las gringas buenas mozas me respondió, mejor te acompaño porque te puede pasar algo me advirtió.
Así fue, caminamos los tres, fuimos conversando hasta que llegamos y nos despedimos. De inmediato, toque el inmenso zaguán de madera, comenzaron a ladrar un “conjunto” de perros, sonó una vieja tranca y se abrió una pequeña puerta de ingreso, ahí estaba Panchito, quien me recibió y mi invitó pasar a su casa, ya en la sala estaban cómodamente sentados su papa, mamá, sus dos bellas hermanas solteras y varios invitados, casi todos vestidos de pantalón oscuro, camisa blanca manga larga, portaban sombrero negro, y su hualqui enchapado con monedas de plata colgaban como moral desde su hombro derecho, calzaban yanqui adquiridos quizás en el quiosco de Curasi del mercado viejo.
Casi al instante nos sirvieron copones de remojado de shacta con miel de abeja de la banda de los hermanos Daga. Así transcurrió los minutos; de pronto, reventaron los cohetes retumbando la quebrada de Puelles, seguro le “metió” más pólvora a los cohetes don Amacho Visag para despertar a “todo el mundo” dijo don Esteban, con cariño don Ishtaco, padre de Pancho.
Casi al instante se escucho una mulisa huanuqueña interpretado al compás de un arpa, violín y la tinya, los músicos eran de Rondos, quienes “bajaron” especialmente para la fecha, luego se escucharon huaynos y chimayches, la shacta de aguardiente giraba como los minutos de un reloj, los ánimos se despertaron y comenzó la “zapateada” en el patio de la casa, los cumpachos y las comachas cantaban y bailaban hasta sacar polvo del piso.
Cerca a la media noche, don Ishtaco en compañía de algunos invitados venidos de Jactay Rondos, La Florida, Pachabamba y Churbamba se fueron al “cerro”, tras ellos los músicos interpretando una marcha andina, todos portaban linterna de mano a pilas, luego llegaron “más allá” de la capilla de Puelles, en la parte alta casi en una “pampita” tendieron dos mantas blancas tejidos delicadamente con algodón silvestre tendieron como una “mesa” y colocaron sobre ella botellas de aguardiente, cigarro, coca y caramelos. Se inicio un ritual, tres cumpachos comenzaron a danzar al son de la tinya, mientras dos comachas cantaban en quechua, el resto chacchaban la coquita, moviendo su ushcupuro para extraer cal y de esa manera “bolear” dentro de la boca y para armonizar el ambiente fumaban cigarrón inca, un cumpacho adulto conversaba mentalmente con la sagrada hoja de coca y masticaba uno por uno, luego culminado la ceremonia hace entrega al Jirca Rondos “el pago” en compensación de recibir buena cosecha del sembrío, el ganado se multiplique y no llegue la peste, tener dinero todo el año, pedir su protección entre otros “pedidos”.
Culminado el ritual quechua, todos descienden de regreso a la casa de Pancho, donde nos sirven en plato enlosado ondo caldo de gallina de chacra con presas grandes, por ejemplo medio pecho acompañado de ala, la pierna y entre pierna era una sola, siempre la papita arenosa con su ají molido en batan ya estaba servido, satisfecho de un delicioso caldito, los presentes nuevamente reiniciaron la “ronda” de tomar y tomar la shacta; mientras, el conjunto de músicos interpretaba su mejor reportorio musical para continuar bailando hasta entrada del nuevo día. Uno que otro dormía en la banca ya cansado quizás.
Ya con el sol alto en la cima del Jirca Paucarbamba, los anfitriones invitaron a los presentes el desayuno: caldo de cordero, café de huerta, pan de piso horneado en horno de la casa con leña de eucalipto, queso de baños entre otros “majares” de la gastronomía huanuqueña.
Luego de un receso hasta medio día, nuevamente reinicio la fiesta, los cohetes reventaron en lo alto del cielo huanuqueño, los músicos continuaron deleitando con lo mejor del cancionero de nuestra tierra, huaynos, mulisas y chimayches invitaban a zapatear a los jaraneros, quienes sin duda alguna ya estaban en el “ruedo” bailando hasta “reventar” la zuela del zapato.
Luego de un par de horas se sirvió la pachamanca de chancho como almuerzo acompañado de su chichita de jora, porque de tanto bailar daba hambre. Ya entrado la noche se invitó el locro de gallina de chacra como despedida a los presentes, quienes en agradecimiento bailaron el ayhuallá hasta el próximo año. Realmente fue una fiesta para recordar por siempre donde todos se confundieron en una festividad en honor a la Pachamama (tierra) y al Jirca Rondos por conceder todas las bendiciones a don Ishtaco, quien cada año siembra cuadras de papa y cría sus ganados en las alturas de Patay Rondos. Esto fue el motivo de tanto jolgorio en la casa de Pancho; además, de contemplar y bailar con las hijas bellas de la familia anfitriona.