Por: Jorge Chávez Hurtado
En las entrañas de Huánuco, donde el viento susurra historias de siglos y las montañas guardan secretos insondables, emerge una música que trasciende el tiempo y el espacio: la música de la danza de los Negritos. Este prodigio sonoro, legado de un mestizaje cultural profundo, ha sido objeto de estudio y devoción por parte de grandes maestros, entre ellos, el ilustre Roel Tarazona Padilla. En sus apuntes, Tarazona desentraña las claves de esta expresión musical única, que abraza lo andino, lo árabe-español y lo africano en una amalgama sublime.
La Pachahuara: un preludio de alegría
La Pachahuara abre la celebración con una melodía alegre, enérgica y vibrante. Su sistema heptafónico, poco común en las tradiciones andinas, contrasta con la típica escala pentafónica de estas tierras. Aquí, las influencias árabe-españolas emergen con sutileza, como un eco lejano que resuena en las figuras regulares de negras y corcheas. Es una invitación al júbilo, una promesa de que la fiesta está por comenzar.
El Pasacalle: la marcha del mestizaje
Cuando el bombo marca el compás, el pulso de los danzantes se alinea con la tierra. En el pasacalle, la música adquiere un carácter híbrido y mestizo. El conocido estribillo, «negrito Congo, saca tu garrote…», resuena en un compás amalgamado que fusiona lo occidental y lo andino en una danza rítmica perfectamente equilibrada. Es aquí donde la tradición se reinventa, conservando su esencia y sumando nuevas capas de significado.
La Adoración: devoción festiva
La adoración transforma el espíritu de la música. En este momento, el compás binario cede al ternario, y las corcheas y saltillos danzan en un torrente melódico de alegría y gratitud. La influencia mestiza y occidental se despliega en toda su riqueza, marcando un contraste entre lo divino y lo terrenal. Es un momento de exaltación colectiva, donde la música se convierte en puente entre los hombres y los dioses.
La Despedida: el retorno a lo andino
En el acto final, la despedida, la música regresa a sus raíces andinas. La escala pentafónica, emblema del folclore peruano, reina con su sencillez y profundidad. Los ritmos sincopados y las melodías nostálgicas evocan paisajes montañosos y cielos infinitos, como un último suspiro que encierra siglos de historia. Aquí, la obra de Joaquín Chávez destaca como una contribución fundamental, consolidando una tradición que sigue viva y vibrante.
Una armonía de contrastes
La música de Los Negritos de Huánuco no es solo un acompañamiento para la danza; es el corazón palpitante de la fiesta. Cada instrumento cumple un rol preciso: el bombo lleva el pulso firme, mientras los aerófonos pintan estados de ánimo que transitan de la euforia a la melancolía. Este lenguaje sonoro, a la vez sencillo y complejo, es testimonio de la riqueza cultural peruana.
La singularidad de lo universal
Es imposible hablar de la música de los Negritos sin reconocer su carácter funcional, su capacidad para adaptarse a cada etapa de la celebración, y su singular belleza. Esta música, sólida en su construcción y profunda en su mensaje, trasciende fronteras y épocas. Es un espejo donde la diversidad cultural de Huánuco se refleja con claridad y orgullo.
«En cada nota, en cada ritmo, la música de los Negritos nos recuerda que somos herederos de una historia vasta y entrelazada, donde cada tradición encuentra su voz en el coro de la humanidad.»
El maestro Roel Tarazona Padilla, hoy ausente físicamente, nos ha dejado un legado inestimable: estudios serios, profundos y de gran relevancia sobre la danza de los Negritos de Huánuco. En su meticulosa labor, incluyó la música como parte esencial de su caracterización más profunda, ofreciéndonos una mirada enriquecedora y completa. Sus estudios no solo iluminan las raíces y evolución de esta tradición, sino que también inspira a seguir explorando y preservando esta joya cultural que identifica y enorgullece al pueblo huanuqueño.