¿La lectura, un lujo universitario?

Por: Joyce Meyzán Caldas*

 

La educación universitaria atraviesa una crisis silenciosa, pero devastadora: la caída en los niveles de lectura y comprensión lectora entre los estudiantes. No se trata de un simple síntoma generacional, sino de un problema estructural que amenaza directamente la calidad de la formación profesional. La universidad, llamada a ser un espacio de pensamiento crítico y reflexión profunda, hoy se enfrenta a jóvenes que, en su mayoría, leen de manera fragmentada y superficial, condicionados por la inmediatez digital y la cultura de lo instantáneo.

El panorama internacional ya advertía este fenómeno. Según la UNESCO (2023), en América Latina apenas un 35 % de los universitarios declara leer de forma constante textos académicos completos, mientras que más del 50 % prefiere resúmenes o guías rápidas. En Perú, la situación es aún más preocupante: un informe del Ministerio de Educación (2022) reveló que solo 3 de cada 10 universitarios poseen un nivel de comprensión suficiente para procesar textos complejos. Esta carencia limita sus posibilidades de producir investigaciones, sostener debates académicos o desarrollar un verdadero pensamiento analítico y crítico.

Como docente universitaria, he presenciado esta realidad de cerca. Muchos estudiantes reconocen que no leen los textos completos que se les asignan. Optan por resúmenes en internet, videos de YouTube o tutoriales en TikTok que, en pocos minutos, condensan capítulos enteros de obras fundamentales. Aunque estas alternativas parecen prácticas y atractivas, debilitan la capacidad de análisis a largo plazo. Leer no es solo adquirir información: es aprender a procesarla, cuestionarla y vincularla con otros saberes.

Las causas de esta crisis lectora son múltiples y se entrelazan con factores sociales, tecnológicos y pedagógicos siendo la inmediatez digital es quizá la más evidente. Los estudiantes se han acostumbrado a consumir contenidos breves y simplificados, lo que reduce su tolerancia a textos extensos y a ello se suma una herencia escolar deficiente. Según la última prueba PISA (2022), el 54 % de los estudiantes peruanos no alcanzó el nivel mínimo de comprensión lectora en secundaria. Esta falencia, al no corregirse en la universidad, se convierte en un obstáculo persistente.

También influye la falta de políticas institucionales. Son pocas las universidades que promueven clubes de lectura, debates literarios o espacios donde la lectura sea parte esencial de la vida académica. En muchos casos, el énfasis está en aprobar cursos y obtener créditos, más que en formar lectores críticos capaces de sostener una postura sólida.

Las consecuencias son evidentes. Un estudiante que no desarrolla comprensión lectora suficiente tendrá dificultades para redactar ensayos, interpretar teorías o analizar problemáticas sociales desde perspectivas diversas. De hecho, un estudio de la Universidad del Pacífico (2023) halló que los egresados con menor hábito de lectura enfrentan un 40 % más de dificultades al rendir exámenes internacionales de posgrado. Además, en carreras como Medicina o Derecho —donde el rigor lector es indispensable— los índices de deserción son más altos entre quienes no consolidaron este hábito en su paso por la universidad.

Un dato revelador proviene de un sondeo de la PUCP (2022): mientras los estudiantes de Humanidades y Ciencias Sociales reportaron un promedio de cuatro a cinco libros leídos al año, los de Ingenierías y Arquitectura apenas llegaban a uno o ninguno. Esta brecha marca diferencias en la capacidad de análisis interdisciplinario y, en última instancia, en la calidad de los proyectos académicos y profesionales.

En mi experiencia como docente universitaria, detecto con frecuencia trabajos en los que los estudiantes citan textos que nunca leyeron completos. Basta hacerles una pregunta sencilla sobre el autor para notar confusiones graves o respuestas vacías. Algunos lo reconocen sin reparo: “Profe, vi un video en TikTok porque era más rápido”. Y no los culpo del todo; vivimos en una sociedad que premia la inmediatez sobre la reflexión. Pero si la universidad no enfrenta esta tendencia, corre el riesgo de formar profesionales con títulos, pero sin pensamiento crítico.

Las soluciones deben ir más allá de aumentar la lista de lecturas en los cursos, se requiere un cambio estructural. Las universidades necesitan políticas claras que incentiven la lectura como práctica vital; espacios como clubes de lectura, tutorías personalizadas, debates abiertos y acompañamiento constante de los docentes pueden marcar la diferencia. También es necesario que las autoridades midan periódicamente los niveles de comprensión lectora, no solo al inicio, sino durante toda la formación, de manera que se implementen correctivos a tiempo.

La lectura es mucho más que un requisito académico: es el cimiento de todo conocimiento. La universidad debería ser el lugar donde los estudiantes descubran ese poder transformador, no donde lo pierdan. Si seguimos ignorando esta crisis, graduaremos profesionales que no sabrán leer su propia realidad, mucho menos transformarla. Y en un país como el nuestro, urgido de pensamiento crítico y propuestas sólidas, esa sería una derrota que no podemos permitirnos.

 

*Comunicadora, docente universitaria y periodista digital.

@joycemeyzn

 

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