Por: Jorge Chávez Hurtado
Huánuco, ciudad de memorias antiguas y espíritu resiliente, revivió este once de noviembre el rugir de sus lluvias torrenciales. Durante más de dos horas, una intensa tormenta trajo consigo deslizamientos y huaycos, sumiendo a la población en pánico y recordando viejas historias de destrucción. Sin embargo, para quienes conocen su historia, este episodio fue solo una sombra de las tormentas que azotaron la ciudad en el pasado, como relata el escritor y periodista huanuqueño Nicolás Vizcaya Malpartida en su obra Huánuco de Ayer, publicada gracias a Amarilis Indiana Editores del reconocido periodista Hevert Laos Visag.
Vizcaya nos lleva a los años veinte del siglo XX, cuando Huánuco enfrentaba tormentas aún más devastadoras. La infraestructura de aquellos días, limitada y vulnerable, apenas resistía la furia de las lluvias. En su evocador relato, nos habla de la Iglesia de San Agustín, un símbolo espiritual que cerró sus puertas en uno de esos años por el paso del tiempo y el saqueo de los huaqueros. Sin embargo, la procesión en honor al día de San Simón, que se celebraba cada 28 de octubre, continuaba. Bajo la venerada imagen del Señor de Huánuco, conocida hoy como el “Señor de Burgos”, los fieles llevaban sus ruegos y temores, conscientes de que la naturaleza misma parecía involucrarse en el ritual con lluvias y tormentas estremecedoras.
El clima no solo añadía dramatismo a la festividad, sino que lo impregnaba de un temible poder. Según los relatos de Vizcaya, las lluvias del 28 y 29 de octubre, a menudo denominadas como el “Loco San Simón”, traían consigo vientos, truenos y huaicos devastadores. Uno de estos huaicos, el famoso huaico de Moras, arrasó con viviendas y huertos, incluyendo una quinta de sólida construcción que albergaba salas, corredores y hasta una destilería de aguardiente de caña. Todo ello desapareció en cuestión de minutos, dejando en su lugar solo el olvido y los ecos de lo que alguna vez fue un barrio próspero.
Las aguas fangosas de los sectores de Beaterio y Trinidad bajaron desde el Oeste hasta la Plaza de Armas, inundando jirones y cubriendo más de doce cuadras de distancia, mientras el barro y las piedras se abrían paso entre las calles de Huánuco. Los huertos, repletos de árboles frutales como paltos, chirimoyos, naranjos, y limoneros, se veían arrasados; los jardines, sin flores. La ciudad se inundó hasta los límites de su resistencia, y las autoridades, como menciona Vizcaya, permanecieron en “desdeñoso silencio” ante el desastre, sin ofrecer ayuda ni consuelo.
El “Loco San Simón” se convirtió en leyenda, una advertencia generacional que aún resuena entre los habitantes de Huánuco. Los relatos del día siguiente a la tormenta describen cómo la gente se reunía en los barrios de Moras y Puelles, contando historias de presencias sobrenaturales que aparecían tras el paso de los huaicos. Se hablaba de la inexpugnable capilla de la Cruz de Puelles, que permanecía milagrosamente intacta, y de rastros de duendes en el barro. También se mencionaba al huaracuy, un ser legendario que la tradición popular describe como un cuadrúpedo que, con sus movimientos, desata huaicos devastadores. Según el mito, este misterioso animal habitaba entre las quebradas, y su aparición era una señal de tiempos difíciles.
A lo largo de los años, los rumores se llenaron de detalles inquietantes: mozos que intentaban lazo a mulas infernales, buscadores de huacas engañados por fantasmas y visiones escalofriantes de seres de la noche. Los martes y viernes, según se decía, el aire se llenaba de una energía oscura, propicia para la reunión de brujos y misterios nocturnos que pocos se atrevían a presenciar.
Hoy, las lluvias de noviembre traen consigo las voces de aquellos tiempos. Huánuco aún vibra al compás de su historia, resistiendo el peso de una naturaleza que no perdona. Y la leyenda del “Loco San Simón” sigue presente, como una advertencia de que la furia de la tierra y el cielo no distingue épocas ni generaciones, sino que permanece, como el eco de los viejos tiempos, esperando su momento para despertar.