Por Jorge Chávez Hurtado
Nicolás Vizcaya Malpartida, escritor y periodista, escribió, como afirmaba el cronista Virgilio López Calderón, sus sabrosísimos artículos costumbristas en aquellos años que imperaban la pudibundez en América y específicamente en el Perú. En efecto, don Nicolás, con espíritu de investigador y amor a su tierra, escribió un artículo con respecto al origen e historia de nuestra querida Alameda de la República.
Sirvan de presentación para unos y de recuerdo para otros los siguientes apuntes sobre la Alameda de la República de la ciudad de Huánuco.
Desde el asentamiento de la ciudad (1543) hasta 1789 se le conoció con el nombre de “Carrera de Campos” (lugar destinado al deporte de las carreras y otros juegos).
En agosto de aquel año (1789) llegó don Juan María de Gálvez, Intendente de Tarma, y: “Concluida la junta manifestó el Intendente deseos de ver la ciudad y sus contornos, por lo que salimos en su compañía varios de la Junta, y habiendo llegado al sitio llamado la Carrera del Campo, se propuso lo útil que sería para el ornato de la ciudad hacer allí una alameda de diferentes árboles, que sirvieran de recreo y de prestar conveniente sombra, con un buen ambiente. Admitida la propuesta comisionó al subdelegado y dos regidores para que acompañados de los botánicos la hiciesen formar, con la posible brevedad, lo cual se verificó a los quince días, plantando cuatro calles de árboles con dos plazas a los extremos”. (De Historia de Huánuco, de José Varallanos. Cap. XVII Pág. 402).
Construida la capilla de la Virgen del Patrocinio, en fecha que se ignora, en reemplazo de la de Santiago, demolida antes de 1810 según documentos de entonces, fue llamada Alameda del Patrocinio.
La Alameda se convirtió poco a poco en sede propicia para la siembra de ideales emancipatorios y, andando el tiempo, en el único sitio de grandes congregaciones públicas. Por ejemplo: La imponente formación de las fuerzas insurgentes nativas de los pueblos que integran hoy la provincia de Pachitea y de los distritos de Chinchao y Santa María del Valle de la provincia de Huánuco, el 13 de febrero de 1812, vencida la resistencia española en el día anterior en Guayopampa; el tres de marzo siguiente, la de dichas fuerzas y de la ciudad, unidas, para oír las arengas De Crespo Castillo, fray Marcos Durán Martel y otros más, momentos antes de dirigirse a Ambo, donde el día 18 se enfrentaron al ejército español.
Allí el coronel Don Francisco de Vidal, llegado en julio de 1822 atraído por el ánimo patriótico de Huánuco, organizó y preparó los cuadros guerrilleros que hostigaron exitosamente en las cercanías de Lima a la milicia española.
Presente Bolívar, la conformación y el adiestramiento del batallón huanuqueño, heroico participante en las acciones definitorias de Junín y Ayacucho.
En justo homenaje por sus útiles servicios a la patria, recibió el nombre de Alameda de la República, nombre que el pueblo mantiene con lealtad y cariño, pese a inconsultos rebautizos rechazados.
En la Alameda de la República, Leoncio Prado Gutiérrez y sus capitanes enardecieron con sus palabras al contingente huanuqueño que hizo honor a su bizarra estirpe cubriendo con pedazos de sus cuerpos los caminos y campos de batallas en el esfuerzo de contener al invasor del infausto 79.
Las veces que conflictos bélicos amenazaban a la nación, fue el espacio para los ejercicios de la juventud llamada a las armas, y ordinariamente, para las marchas dominicales de los movilizables. Contaban allí, en esas reuniones, que nuestra bicolor izada en el frontispicio del local del Juzgado de Primera Instancia, al ocurrir la ocupación de la ciudad en 1881, fue llevada al museo chileno de Santiago como trofeo de guerra.
La venerada imagen del Señor de Burgos avanzó en procesiones apoteósicas por el centro de la Alameda desde lejanas épocas. En las Fiestas Patrias, los días 30 y 31, la población entera llenábala de extremo a extremo para espectar las espléndidas carreras de caballos y otras actuaciones de entretenimiento y recreo.
La remotísima “Entrada de Don Calixto”, figura alegórica del carnaval huanuqueño, nunca tuvo otro punto de reunión y de salida. La Carrera de Campo, nuestra Alameda, no cesa de revelarnos tantos hechos históricos y tradiciones desde la fundación de la ciudad.
A demostrar su fe religiosa y su identificación con las costumbres ancestrales, el nuevo vecindario viene colmando con su presencia la honorable Alameda de la República y siempre habrá de reunirse en ella, ora corajudo, ora insuflado de alto fervor cívico, como noble e indeclinable amante de sus valores eternos, cuantas veces las circunstancias lo exijan, por ser campo de masas y para masas por designio histórico.