(Alocución para los mankallutas wayllinos)
Por: Víctor Raúl Osorio Alania*
Luminiscencia pétrea subyuga a la luz solar, pronto, ligero viento debe pasar lento y pensativo viendo a las figuras que no aprietan, a la vez, neblina y helada demuestran su poderío a diario con autorización del bosque.
Un resquicio matutino expone metáfora, símil, epíteto, hipérbole, demás figuras literarias gracias al ingenio del narrador y sus personajes, a la sutileza de la pluma y a muchas blanquecinas hojas.
Bombón se abriga con esa lumbre de la fogata y de ahí avanzan los Nieves-Pascuum hacia el original bosque peñascoso de Huayllay, ubicado a 40 kilómetros al suroeste del Cerro de Pasco, Perú. El calor genera preocupación en la piel, no obstante, el frío extendido en lenguas de leguas hace trizas a los rayos solares.
Cuatro personas conforman la susodicha familia: Honoria es la mamá, el hijo, Danilo, que tiene siete años de edad, Patricia la hija de nueve almanaques vividos, papá identificado como Pedro, su tercer nombre no registrado en el DNI.
Juguemos en el bosque, canturreaba el pichuychanka o gorrión, así nos conocimos y permanecimos siete días y seis noches, horas más, horas menos, pero fueron seis noches y siete días.
¡Eureka! Dichos guijarros parecen personas laboriosas, el boscaje respira en seis mil ochocientas quince hectáreas (6.815 has.). ¡Lo descubrí!
Aquel espejo y su reflejo se peinan mirando lagunas, manantiales y ríos. Entes inanimados glorifican su propia existencia y el ecosistema agradece.
El manantial sabe dónde nace, cada río cristalino tiene su propia dimensión, en tanto, las aguas termales recomiendan para la hidroterapia, ¡pruébelo, una y otra vez!
Hay más joyitas para enarbolar. Microambientes capaces de complacer al humano más exigente con su fosforescencia innata; nichos ecológicos aguardan ansiosos toda investigación (sea fáctica o científica).
Aquí (cuando estamos en el lugar que vamos a describir), allá (cuando lo observamos desde otros lares), cada mole hace cadencia, 280 manifestaciones para observar y mirar de perfil o de frente, hágalo con ojos y corazón andinos. Despojándose de cualquier postura ecléctica logrará oírlas y escucharlas. Respiran a placer, mirándose entre sí progresan.
El arco iris tiene amores, / las designa por colores; / respira entre la cascada / y la catarata honrada.
PRIMER DÍA
Dies Saturni iza Día de Saturno, / así nació sábado taciturno.
Sábado, obra de remanso, / me dijo un piadoso ganso. Poniendo una mesada solicitamos permiso y protección de la Pachamama y de los cerros tutelares.
El rito permite ganar la confianza de los mankallutas wayllinos. Ayer como hoy, ellos hacen de la costilla del barro: tiesto, olla, guaco, porongo y jarra.
Cada amanecer, con el ángelus del día, desde el convento, frailes y monjas ofician paraliturgia y ocurre la metamorfosis, 280 roqueras cobran vida. Bostezos, estiramientos y onomatopeyas de toda dimensión se hacen lugar en la casa ancestral…
¡Ah! La tortuga cuida el ingreso, alecciona con su andar, es decir, lenta, pero segura. En la vida real alcanza dos metros y medio de largo y uno de ancho, aquí en la floresta sobrepasa los cinco metros por dos. En su itinerario va hasta el tramo carretero, pasando por un costado de la choza de don Alcibiades Cristóbal Vicente, siempre regresa como guía de los turistas.
Amiga tortuga, ¿nunca te cansas de caminar?, indagó Patricia.
¿Ustedes se cansarían de estudiar?, dijo la anfitriona.
Sonrieron niños, padres y la propia tortuga. Oportunidad que aproveché para tomarles una foto, yo mismo acababa de conocer esta gama de reptil que luce coraza lustrosa y calculan su peso en toneladas.
Es hora del almuerzo, niños, recordó el dinosaurio terrestre. Mamá Honoria y papá Pedro, aplicando la cultura incaica, sirvieron primero el segundo (charquicán), luego la chicha de jora. La tortuga evadió tan apetitosa comida, porque recordaba a sus genes, en cambio sí brindó por la salud y el incógnito futuro de los visitantes.
Este animal atañe al sustantivo epiceno, ahora, ¿quién y cómo se va determinar si es hembra o macho? Estoy audible a toda propuesta.
Por favor, todos los desechos, ubíquenlos en el tacho correspondiente, pidió ese lagarto.
Obvio, eso hacemos en la casa, en el jardín, en la escuela y por supuesto también practicaremos aquí, intervino el pequeño Danilo, siendo complementado por su hermana:
Tacho de color verde claro sirve para depositar lata y vidrio; colóquese papel y cartón en depósito azul; mientras tanto, tacho amarillo, destino del plástico; vasija marrón recibe la materia orgánica o desechos de comida; y, por último, tacho negro capta otras basuras.
El cielo azulado permitió divisar el vuelo de los cóndores. Uno de ellos descendió muy cerca de la tortuga, no hubo polvareda ni nada por el estilo. Tortuga y cóndor platicaron en voz baja, por cuestión de estrategia, supongo que el ave rapaz informando sobre la situación del mundo de arriba, entretanto, el galápago, detallando las incidencias del mundo de abajo.
Son gente confiable, te los delego, usted será –a partir de estos momentos– el guía de los visitantes, alegó la tortuga.
Los niños se acercaron primero, los adultos, después. Tocaron plumaje, cabeza, cuello, cresta y barbas del tío cóndor. Así surgió la amistad soñada y sensible. De la choza próxima, donde vivía don Alcibiades, emergió El cóndor pasa, zarzuela de Daniel Alomía Robles. Todos tarareamos.
¿Ustedes quieren subir a mi espalda? Conozco esas miradas, cada día aprecio más a los niños, habló el cóndor. Añadiendo luego: lo máximo que puedo llevar son dos personas. Tienen diez segundos para decidir.
Hubo cuenta regresiva. Patricia fue propuesta por el padre y Danilo recibió la oferta de Patricia. La madre admitió el acuerdo haciéndose a un lado, desde sus interiores (en voz silenciosa) imploraba a los dioses andinos protección para los dos retoños… Llevando la palabra a la acción, el cóndor, alzó vuelo.
¡Les esperamos en los baños termales de Yanaututu, en el mismo corazón de Wayillayki!, diría Pedro, papá de treinta y tres años de edad.
Estar arriba, equivale a tener lentes de genio, comenta el cóndor. Infanta e infante asintieron moviendo la cabeza.
Una bandada migratoria miró con respeto la anuencia del pariente volátil que habita entre la puna y la selva alta.
¿Y los niños? Según hacían el recorrido, a sus pies y miradas quedaban el lago Chinchaycocha y su pajonal amarillento, los vestigios de Bombón Marka, el boato rocoso de Wayillayki en diversa morfología; de igual modo, el arte prehistórico en rojo sangre hállese en Lawapintashga (otros le denominan Cuchipinta), Japurín, Llamapinta…
*“El Puchkador de la Nieve”