HUÁNUCO DEL AYER: Relatos de la Mamacha Antuquita

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

Era un sábado del mes de octubre, allá por los años 85, cuando atemorizaba el terrorismo a Huánuco. Todos sentados alrededor de la mesa del comedor, la leña de la cocina está prendida transpirando calor en esta noche de torrencial lluvia, el ambiente está frígido; fuertes relámpagos amedrentan y retumban los rayos en la cumbre del cerro donde está el Jirka Paucarbamba.

Mientras la Mamacha Antuquita de 85 años de edad, lucida ella, descendiente de los Masgo de la comarca de los Chupachos, prepara un shingirito de aguardiente con plantas medicinales para calentar el cuerpo, y tiende la coquita sobre una mantita blanca de algodón fino, tejido en Pachabamba. Se da inicio el sagrado ritual del chacchado, solo alumbra la tiniebla noche dos velitas encendidas previo oración, invocando a nuestras almitas protectoras que son nuestros angelitos que viven allá en el cielo donde esta papa Dios.

La tarde se puso de noche

Comienza a volar el aroma y el humo del cigarro inca, los presentes un vasito y más vasitos piden de shingirito. Nuestra Antuquita comienza a relatar hechos que sucedieron  en nuestro Huánuco Señorial: “les voy a contar que mi abuelo, una noche transmitió a mis padres y hermanos mayores, lo que sucedió aquel día casi a finales de los años 1800, en pleno sol y ventarrón se oscureció la tarde, el cielo se puso opaco como la noche; era tenebrosa, todo al instante quedo en silencio, las personas corrieron a sus casas y dentro de ella de rodillas imploraban a Dios su santa protección, unos decían ¡El fin del mundo! ¡Es castigo de Dios!, mientras otras familias se refugiaron en las iglesias para rezar conjuntamente con el cura, pidiendo perdón a Dios, las campanas redoblaban como si fuera para una misa de difunto. Era una locura esa tarde en Huánuco, se escuchaba llantos, gritos desesperados”.

“Como si Dios hubiera escuchado la súplica de su pueblo, nuevamente volvió el Sol renaciente alumbrando la tarde para la alegría de los huanuqueños y desde ese momento todos se comprometieron a vivir en paz y en comunión con Dios”. Esto sucedió hijos míos ¡aquí! dijo nuestra mamacha.

La muerte del obispo

Sigue la “boleada” de la coca, masticando con cal extraído del ishcupuro de la mamacha, la lluvia prosigue con mayor intensidad, los rayos estallan y los truenos estremecen en la cumbre de los Jirkas Paucarbamba, Marabamba y Rondos, los tres nos tienen rodeados, están enfurecidos los apus, seguro desean sus “pagos”. Antuquita, en medio del humo del cigarro hace notar su carita angelical, es tierna, tiene unos ojitos que transmite paz y ternura, y con su voz dulce encantadora prosigue con sus relatos.

“Aquel día 26 de junio de 1902, que murió el monseñor huanuqueño Alfonso María de la Cruz Sardinas y Zavala, salió un arco iris del palacio del obispado hacia la Catedral, la gente se sorprendió, se asustaron, comenzaron a rezar, el “tayta” (padre) era santo, y muy caritativo, siempre estaba rodeado de nuestros hermanos de la chacra, andaba como pobre, muchos le vieron “levantarse” en el aire cuando oraba en la iglesia San Cristóbal o en el obispado; era para no creer, pero es cierto, cuando  te ponía la mano en tu cuerpo,  imploraba a Dios y te sanabas, recibías paz, no podías verlo su cara, porque reflejaba como luz, el tayta Alfonso es milagroso, tengan fe en él”, nos recalcó Antuquita.

Resurrección de Víctor

Continúa la mamacha contando, ya casi la media noche. La chacchada prosigue entre los hermanos, la coquita de hoja verde esta tendida en la mesa, circula el shingirito. “Don Víctor, abuelo de los Gonzales que viven en la esquina de la cuadra, en ese zaguán grande de madera, que tiene un patio al ingresar a su casa, donde está un árbol de molle al centro, a los costado siembran hierba luisa, manzanilla, hasta orégano tienen; un día a inicio creo de los años 1900, don Víctor apenas tenía 30 años, de un momento a otro se desplomo cuando estaba caminando, vomitaba espuma, sus ojos estaban blancos; su familia lo auxilió de inmediato, luego vino el médico y le atendió, pero dijo: ¡está muerto! ¡Ya está ‘frio’, no respira! En la familia se desato un gran dolor. Casi de inmediato se rego la noticia por el barrio la Cordovita, todos apenados por el fallecimiento de un joven vecino, los amigos enviaban flores, velas para el velatorio, alistaron una mesa, colocaron sobre ella sábanas blancas y tendieron al finado, bien cambiado a la espera de su ataúd, mientras realizaban los trámites para el entierro en la municipalidad”.

“Ya en horas de la tarde, comenzó el velatorio, el cadáver no estaba dentro de su ataúd aún, los padres estaban afligidos, así como los hermanos, los tíos y amigos. De pronto sirvieron cafecito de huerta con bollos de horno de la casa, al primer sorbo, vieron todos los asistentes que el finado comenzó a mover la piernas, ¡uy!…unos salieron despavoridos, mientras otros se quedaron tiesos porque no tenían reacción ante lo que estaba sucediendo, a los segundos después, el cadáver levanto los brazos y se sentó. Los padres no podían creer lo que están viendo, solo se persignaron, agradecieron a Dios por la resurrección de Víctor. ¡El muerto ha resucitado! ¡El muerto está caminando! era la murmuración de los vecinos. Otros manifestaron ¡Víctor era un demonio con las mujeres, por eso el diablo la devuelto la vida! ¡Víctor tiene un pacto con el diablo¡ ¡achachau (miedo). Casi a los minutos todo Huánuco ya comentaba el suceso, hasta fueron en el cura de la iglesia San Cristóbal para que rece y eche agua bendita en la casa del resucitado para librarse del demonio. Esto ocurrió, aunque no me creen muchachos, esto me conto mi papa, cuando yo era muchacha, acentuó nuestra Antuquita.

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