HUÁNUCO DEL AYER: Milagros del Monseñor Sardinas

 

 

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

 

 

Estamos en nuestra añorada morada, ubicado a las afueras de la Ciudad de “Los Caballeros de León de Huánuco”, sentados bajo el árbol de pacay, a unos metros del café́ de huerta listo para tostar con leña. La familia reunida contemplando el ocaso del sol, que pronto llegará a trepar la cumbre del Jirka, mientras el cielo reluciente de azul púrpura cubre de manto el valle de los Chupachos, de pronto corre un viento recio, trayendo algo de frío, el día se oscurece, se acerca la noche y con ella las estrellas en el firmamento; quizá, podemos ver a la Luna, bella dama de la tiniebla que encanta y alegra la existencia del Huallaga, que se sienta rendido a sus pies por su exuberante encanto.

Todos sentados alrededor de Mamacha Antuca, escuchando sus historias y nos contaba que una vez: “En el pueblo se comentó́ algo increíble que sucedió́, a la muerte del santo Monseñor Sardinas el 26 de junio de 1902, se levantó́ un arco iris desde la Catedral hasta el Palacio del Obispado, a los minutos que murió́ el taita, estuvo en el cielo casi hasta las 7 de la noche” y nuevamente “volvió́ a salir el arco iris el día que se sepultó́, todo era silencio, hasta el cielo se oscureció́, la población quedó sorprendida de tal raro acontecimiento”, dijo nuestra Antuquita.

Desde ese día comenzamos a indagar más sobre el ilustre Monseñor Sardinas, encontramos un voluminoso expediente de su canonización, testimonios que son impactantes, confirmando su intercesión ante Dios, logrando conceder gracias o milagros a petición de sus afligidos devotos.

Sofía Figueroa de Cavalie: (…) Mi padre me dijo: “El Monseñor Sardinas es un santo, un familiar lo ha visto orando en el templo de San Cristóbal, llegó un momento que se elevó́ en el aire en estado de éxtasis”.

Gumersindo García Núñez, natural de Jauja: (…) “Fui paciente del Hospital Domingo Olavegoya, estuve internado dos meses con un diagnóstico de C.A. al colón, tuve dos intervenciones quirúrgicas en la misma herida, que me causaba mucho dolor y drena diariamente. Por el cual, quedé delicado, hasta me dieron los santos óleos, me puse a pensar dentro de mí y dije, estas cosas se les dan a las personas que van a fallecer pronto, me puse triste, llore, llore. Pero, alguien me regalo una estampa del Monseñor Sardinas, esa noche recé con mucha fe, me quede dormido con el retrato sobre la herida, cuando me desperté́ era otra persona, distinto a los días pasados, me sentía tranquilo, en paz, la herida ya no drenaba, desde ese momento comenzó́ a cicatrizarse, mi recuperación fue rápida y sane”.

Laura Rojas Vigil Vda. de Morales: “Este relato me hizo mi abuela María López Bazán, quien me dio su testimonio de un milagro concedido por Dios a mi tía Lorenza María López, ella nació́ muda, gracias a las oraciones y a la intercesión del Monseñor Sardinas recuperó el don del habla en el año de 1891”.

Juana Boza de Torres: “Me diagnosticaron una enfermedad grave, producto de un tumor maligno, estaba situado en el cuello uterino, se había desarrollado considerablemente, siendo muy difícil y peligrosa su extirpación. Los médicos decidieron, mi tratamiento solo con la radioterapia en treinta y cinco sesiones. Era doloroso, ya en la tercera terapia no soportar más, solo me quedo encomendarme y suplicar al Monseñor Sardinas que interceda ante Dios, para que me devuelva la salud, me conceda la gracia y el milagro de la curación de este tumor. Al tiempo mejore y sane de mi enfermedad”.

Ignacio Figueroa Coz,ex-secretario privado del Monseñor Sardinas: “En el Palacio del Obispado, hubo un depósito de guardar libros, periódicos, papeles, y muchos útiles; el joven Enrique, era empleado, suplicó para buscar un libro de castellano, de inmediato alcanzo la aprobación, al ingresar al recinto, prendió́ una vela y el resto del fósforo lo arrojó, al instante se produjo un incendio grande, corrió́ el Obispo Sardinas, saco su cordón que apretaba su túnica, lo arrojó al fuego, como un relámpago resonó́ logrando apagar al instante; al revisar el ambiente, casi nada se quemó́, su cordón lo recogió́ relumbrando y nuevecito”.

Ahora, solo nos queda orar al Monseñor Sardinas para que interceda ante Dios y derrame sus santas bendiciones, pedir con mucha fe para que nuestro Padre Celestial nos conceda la gracia de años de vida, lleno de salud, paz y prosperidad, cese ya la pandemia del Covid, que viene causando tanto dolor al mundo entero, enlutando a millones de hogares que lloran por el deceso de algún familiar cercano.

El Monseñor Sardinas, murió́ añorando a su Huánuco querido, su tierra natal. En una oportunidad pidió́ al fray Buenaventura Gorostiza del Convento de Ocopa, quien le acompañaba en sus visitas pastorales, que cantara una canción que estaba en boga, era la siguiente: “Bajo el cielo huanuqueño -creí́ terminar mi llanto-pero la suerte entre tanto -a otra tierra me condujo… llorad, llorad ojos míos -lejos del amado suelo-si llorares mi consuelo -yo seguiré́ llorando -y seguiré́ recordando…”.

Milagroso Monseñor

Me embarga la emoción y nostalgia recordar la antigua iglesia Catedral, que era imponente y majestuosa, al estilo colonial; cuya belleza realzaba la Plaza de Armas de nuestro Huánuco señorial, donde solía ir a escuchar la santa misa dominical en mi niñez, y terminado la santa liturgia, mi madre cogido de la mano me hacía descender a la cripta llegando al sepulcro del Monseñor Sardinas.

Era una especie de subterráneo de la Basílica; parecía una caverna. El ambiente oscuro encerraba algo de “misterio”, para bajar encendías tu vela, de pronto te encontrabas al frente con el nicho del fraile franciscano y alrededor de ella velas encendidas, una que otras flores marchitas, en especial cartuchos blancos, el incienso prendido para purificar el ambiente; porque se encontraba el hijo ilustre de Huánuco. El entorno era aromatizado olor a santidad, era mágico, estabas frente a un beato de Dios y muchas personas de rodilla rogando, implorando que interceda ante Dios, para recibir una gracia o un milagro. La “visita” era rápida porque detrás estaban más devotos que pugnaban para llegar hasta el, fue estimado por su pueblo y considerado como el Obispo de los pobres. Además, era huanuqueño como todos nosotros.

En las crónicas de ayer, como en el manifiesto popular, recorre por nuestra la ciudad desde 1900 hasta la fecha, que tenemos un santo huanuqueño, capaz de interceder ante Dios para recibir una gracia celestial (milagro) a favor de sus devotos; en especial de los humildes desamparados y pobres, quienes que recurren a él para expresar una plegaria y petición. Este preclaro fraile no solo vivió en la penitencia, meditación y oración; hizo acciones comunitarias de mucha trascendencia que perdura hasta hoy y son admiradas.

¿Quién es el Obispo Sardinas? Nació en la hidalga “Ciudad de los Caballeros de León” de Huánuco el 30 de mayo de 1842, su vivienda estuvo ubicado en el Jr. 28 de Julio n°. 700. Sus padres fueron Manuel Sardinas (español) y Manuela Zavala (criolla huanuqueña), una familia totalmente católica, quienes decidieron bautizarlo a los dos días de nacido en la iglesia “El Sagrario La Merced”, como Fernando Sardinas y Zavala. Más tarde, para ingresar al Monasterio de Ocopa, tuvo que modificar su verdadero nombre por Alfonso María de la Cruz Sardinas y Zavala.

Quedó huérfano de padres a temprana edad; por esa razón, pasó al amparo de su tío Isidro Soler, quien le inculcó los valores cristianos y devoción a la Santísima Virgen. Ya en 1857 a los 15 años de edad emprendió camino hacia el Convento de Ocopa (Concepción-Junín), llevado por su convicción de amor a Cristo y su devoción a la humildad de los franciscanos con quienes interactuaba aquellos días de invierno o del eterno sol primaveral en su tierra natal. Así inició, una brillante carrera que sintió el llamado para distinguirse dentro de la Congregación, llegando a ordenarse como sacerdote el 3 de marzo de 1867 en la ciudad de Lima, bajo la bendición del monseñor Manuel Teodoro del Valle.

Fue un ferviente, un amante de la educación y la cultura; razón por el cual, fundó colegios cristianos en Jauja, Huancayo, Pasco y en Huánuco.

El 6 de diciembre de 1883, el fraile huanuqueño, luego de haber “prácticamente resucitado” de una grave enfermedad y en agradecimiento a Dios por el milagro concedido creo la congregación “Religiosas Franciscanas de la Inmaculada Concepción” en el Perú. En la actualidad, no solo tiene presencia en el territorio peruano sino también en Colombia, Italia y España.

Gracias a la aprobación del Congreso y la aceptación del Papa, fue designado en 1891 Obispo de la Diócesis de Huánuco. Al mes de haber sido nombrado, promovió la construcción de un nuevo seminario denominado “San Buenaventura”, que luego de siete años de ardua labor, específicamente el 19 de junio de 1898 se inauguró, contando con la participación de las autoridades, entre ellos el Dr. Dámaso Beraún, rector del Colegio de Ciencias de Huánuco.

El misionero Sardinas cuando fue designado Obispo, renunció al lujo, vanidad, soberbia; vivió con humildad en medio de la pobreza, con mucho sacrificio, para agradar a Dios; solo tuvo como asistente a un servidor indígena quien preparaba sus alimentos de forma precaria y austera. Su vestimenta era una túnica confeccionada de tocuyo blanco, muchas veces zurcida toscamente; pero eso sí, muy caritativo y complaciente con sus paisanos indios, a quienes les amaba intensamente, siempre compartía un pan en la mesa hablando quechua con ellos, jamás aceptó una donación personal, solo acogía para la mantención del seminario.

A manera de penitencia se hizo una herida en el músculo grueso, encima de la pierna izquierda, que a los años se convirtió en una tremenda llaga incurable, hasta paralizarle la pierna. Por tal razón, ya no podía sostenerse, menos caminar, tuvo que hacer uso de una silla de ruedas para desplazarse por la ciudad. Muchas veces se le vio transitando con dirección a la iglesia San Cristóbal, donde oraba al Santísimo Sacramento por largas horas hasta derramar lágrimas, luego se auto castigaba como manera de sacrificio, pidiendo perdón. Cuando regresaba al obispado, tendía su cama en el piso, como cualquier pobre de nuestra ciudad.

Así transcurrió la vida de nuestro obispo huanuqueño y falleció en olor de santidad, el 26 de junio de 1902, en su austero dormitorio del obispado de Huánuco, a los 60 años de edad, siendo sepultado en la Cripta de la Catedral. En la actualidad, se encuentra en proceso su beatificación y santificación, por haber tenido una vida santa en comunión con Dios, quizás pronto tengamos un santo huanuqueño en los altares de las iglesias católicas del Perú y de mundo cristiano.

Por último, es necesario mencionar que desde 1891 hasta la fecha, ya transcurrió más de 130 años, no se ha nombrado un obispo nacido en Huánuco para dirigir los destinos de nuestra diócesis, las razones desconocemos.

*Periodista, economista y abogado

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