HUÁNUCO DEL AYER: Las peleas callejeras de antaño

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

Suena la ansiada campana indicando “hora de recreo”, se suspende momentáneamente las clases, los alumnos caminan con dirección al patio central y otros merodean el único quiosco de empanadas, colindante al portón viejo de acceso a nuestro recordado Colegio Leoncio Prado de Huánuco. Allá por los años 70, la alegría y las conversaciones reinaba en el ambiente. Era una mañana de sol y de estudio; de pronto, se apareció el “Alaraca Ortiz” quien fungía de mensajero, para comunicar que el “Perro Orihuela” está buscando al “Muerto Martel”, para “conversar” en la hora de salida en la esquina de San Francisco, entre los jirones Damaso Beraun y San Martin, (dichas calles eran afirmado de tierra y piedras).

Inmediatamente, la advertencia corrió como reguera de pólvora en el colegio. Eso de “conversar”, en la práctica era una “mecha” (pelea) callejera, hasta donde llegaban los alumnos que tenían algunas discrepancias, quienes requerían “aclarar” algún asunto. Muchas veces eran por las hermosas enamoradas; por quienes, se disputaban los jovenzuelos y estaban dispuesto a pelear en demostración de su amor.

Ya a pocos minutos de la hora de salida, el “Muerto” se mostraba tenso, momentos que encargaba sus cuadernos y útiles, preparaba los puños, movía los hombros y la cabeza. Instante que toco la campana de salida, el “Alaraca Ortiz” corre a la puerta para indicar al salón que todos debemos acompañar a Martel, quien tenía una riña con el “Perro” del cuarto año C.

Ya todos en el ring callejero, Orihuela encara: ¡Oye Muerto estas afanando a mi chica! ¡Eso no te perdono! Martel responde ¡Perro para que sepas, yo la conocí primero que tú! ¡ella me ama! Inmediatamente saca su camisa y reta a golpes. Como arte de magia, los presentes hacen un círculo y dentro de ello, los dos contrincantes; primero lanzan un sinfín de palabras de alto calibre, muestran el puño en alto. Mientras el “Alaraca” mete candela, expresa palabras para motivar al altercado, corre por aquí y por allá manifestando ¡Muerto tú le das!¡pisa al Perro por faltoso! A los pocos minutos ambos ya estaban trenzados, lidian con puñetes, puntapiés y cabezazos.

Pobre aquel, que se descuidaba un segundo de la disputa, porque recibías un golpe a traición que te dejaba noqueado, por consiguiente, perdías el enfrentamiento, y eras “punto” para la chacota. Llegando al final, luego de más de 20 minutos, levantando el brazo de la victoria el “Muerto Martel” y recibiendo el saludo del “Perro Orihuela”, quien se retiró resignado con los ojos morados y la nariz ensangrentada.   

PASAJE RAMIREZ. Otro “cuadrilátero” improvisado era el pasaje Ramírez, en la parte posterior del local de la PIP, ubicado entre los jirones Huallayco y Crespo Castillo de nuestra inolvidable ciudad huanuqueña, hasta donde caminaban los alumnos de Leoncio Prado para “aclarar” sus diferencias, uno por las enamoradas o por los “dichos” propalados que afectaban su reputación, siempre secundado por los compañeros de clases que se convertían en la hinchada o de “chalecos” (guardaespaldas); pero, siempre estaba presente el instigador quien metía “candela”, era el “Alaraca” que corría como saltamonte de un lugar a otro.

Ya en el momento de la pelea a puño limpio, los gritos de los presentes eran escandalosos. Por el cual, los vecinos del lugar provistos de balde con agua arrojaban a los concurrentes para apaciguar el ambiente. Pero, uno que otras veces no faltaba la “bacinica” con “pichi maduro” que era lanzado al ruedo; esto era como una “bomba atómica” que dejaba paralizado a los combatientes, motivo suficiente para suspender la bronca hasta otro día, porque no había “garantías” para el box callejero. 

Pero, el problema era cómo regresar a casa, con el ojo morado, la camisa destrozada y ensangrentada; como si fuera poco, el olor a orina añejo. La estrategia era esperar que caiga la noche y entrar solapadamente. Cuando tus padres descubrían lo ocurrido, te correteaban con chicote en mano, para que otro día no regreses de esa manera y sepas pelear, advirtiéndote que no debes dejarte pegar.

El peleador derrotado se asilaba en su cuarto por varios días, hasta ver que los moratones de la cara hayan desaparecido. De esa manera, regresaba al colegio y continuaba la vida como si nada hubiera pasado, solo fue un “rasguño” de gato y nada más; era las palabras mágicas para disimular la pateadura que recibiste por “upa”.

LA HUERTA IRIGOYEN. Luego de haber sido recuperado la huerta Irigoyen, situado entre los jirones San Martin, Leoncio Prado y Damaso Beraun, colindante al colegio Leoncio Prado en la década del 70; casi de inmediato, se convirtió en un centro de pugilato neutral, hasta donde llegaban los alumnos para “aclarar” sus entredichos. Pero, previamente tenías que trepar las paredes y saltar a la “explanada”, donde no existían los vecinos molestos que podían paralizar la pelea. Aquí, se desarrollaban “combates” desde el inicio hasta el final, en medio de árboles frutales, uno que otra plantación de café que dispersaba su aromático olor en la legendaria casa de estilo colonial, que era de propiedad de la Orden Franciscana luego fue entregado al Colegio Minería por consiguiente a nuestro colegio.

Los presentes casi todos escalaron las ramas de los añejos árboles, desde donde visualizaban la riña, como si estuvieran en palco preferencial, uno que otras veces lanzaban gritos de aliento o te hacían “hora”.

No puedo olvidar aquella tarde de colegio, cuando el “Loco Maco” se trompeo con el “Muca Ortega”, alumnos del quinto año de secundaria; el primero se enfrentó para limpiar la honra de su hermana Grima, a quien Ortega lo dejo para estar con la Camucha de las mishicas. Casi, todos los “viejos” del quinto estuvieron invitados, hasta el “Mondongo Tito” estuvo trepado en el árbol de chirimoya conjuntamente con “Pancracio Esquivel”. Minutos después, la pelea anunciada comienza; saltan y lanzan puñetes al vacío. Todo estaba bien, hasta que comenzaron a intercambiar algunos golpes. De pronto, suena algo raro ¿Qué paso? ¡Se rompió! la rama donde estaban colgados “Mondongo” y “Pancracio”, ambos cayeron desprevenidos desde una altura de tres metros. Asustados ellos se arrinconaron para continuar con la función. Ya todo calmado, se reinicia la gresca, se picotean como gallos de pelea, de un momento a otro el “Loco Maco” lanzo un cabezazo a “Muca” y lo dejo privado y sangrando, corrimos para auxiliar, vimos al noqueado que sus ojos se pusieron blanco, comenzó a convulsionar. Inmediatamente el “Cojo Evaristo” cogió ruda y le froto la frente, le introdujo algunas hojitas a la nariz, al instante reacciono. Se puso de pie y pretendió continuar con la batalla, pero, los presentes decidieron declarar “empate” hasta nuevo reto. 

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