HUÁNUCO DEL AYER: Kotosh y sus misterios

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

De pronto, llego la noche estrellado, bajo el encanto de la luna llena en la inmensidad del cielo, en medio del sonido del misterio de la oscuridad que irradia a todo el Valle de los Chupachos, siempre vigilado por los jirkas de forma celosa. La vida discurre como el majestuoso río Huallaga, que no se detiene.

Mientras, en la añeja casa del jirón Dos de Mayo de la inconfundible ciudad de Huánuco, herencia de papa Fillico, cuyas paredes de tapial era anchas, unos que otros arcos que daban vida al jardín, colindante a la huerta de plantación de frutas y el aromático café, construido al estilo colonial, empedrado con lajas, con inmensas ventanas y robustas puertas; hoy acoge una tertulia familiar nocturna, entre copas y copas con la inconfundible shacta huanuqueña, que maceraba la sagrada coquita y purificaba el ambiente el humo del cigarro Inca que fumaban los presentes.

Todos envuelto en la narración de cuentos, leyendas y mitos acontecidos en nuestro medio; de  las cuales, podemos citar lo que manifestó el tío Shipico de 80 años de edad: “Miles de años atrás antes de Cristo, hubo un convento en Kotosh, edificado de piedras y barro, donde vivieron solo hombres totalmente gringos, con el pelo rubio, y la frente profunda, de ojos celestes, cuyos rostros eran angelicales, de mediana estatura, totalmente delgados, entre ellos se comunicaban con un lenguaje que no eran de entendimiento de la comunidad; eran castos, no tuvieron esposas, menos hijos, se vestían con túnica de algodón silvestre de color blanco y sandalias

”.

Prosigue: “Estas personas eran sacerdotes con mucho conocimiento universal, quienes desarrollaban actos religiosos; como también, leían el oráculo, interpretaban los movimientos de los astros, pronosticaban los acontecimientos del clima, siembra y cosecha. Eran curanderos que preparaban sus medicamentos a base de las plantas silvestres y cultivados por ellos mismos, practicaban la sanación mediante las manos y te leían la mente”.

Dominaban el tejido de sus prendas exclusivas, que parecía que no fueron confeccionados por la mano del hombre, fabricaban sus utensilios y menajes de cocina a base de arcilla cocido, decorando con figuras geométricas y zoomorfas, utilizaron el color rojo, negro, blanco y amarillo para dar vida, dentro de sus viviendas siempre reservaban un lugar de oración y comunicación con otros seres “extraños” a través de fogatas de fuego”, revelo el octogenario Shipico.

Los minutos transcurrían trayendo consigo el asombro de los participantes, quiebes escuchaban atento las revelaciones y se puso de mayor interés, cuando dijo: “En Kotosh existen lugares sagrados, que cualquiera persona no tiene acceso, solo uno se ha divulgado, es donde tu te paras y recibes energías, cuando hablas se escucha con eco sonoro, pareciera que estas encerrado en un ambiente, es magnético donde la brújula se pone como loco, no indica el horizonte correcto. Desde aquí, se comunicaban a lugares distantes”.

Algo misterioso sucedió, cerca de la media noche, la temperatura del ambiente llegaba a sus extremos, pareciera una neblina gris el humo del cigarro, la boca estaba adormecida por la chacchada de la coquita, el aguardiente daba más ánimo para seguir dentro de la conversación; es ahí, cuando el abuelo Fillico aseveró: “Está escondido una puerta secreta en una peña del cerro con vista a Kotosh, de pronto se abre, ingresas y apareces en otras dimensiones, viajas a otros mundos en un instante, hasta aquí llegan seres extraños, que aparecen y desaparecen. Ese lugar es un secreto, es sagrado, para otros esta embrujado. Esto me conto mi padre que vivió más de 90 años. En ese lugar, es casi normal ver platillos voladores, hasta observaron seres de otros mundos

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”.

También dijo, el Jirka Maki (cerro de la mano) (taita de la mano), ha sido creado gracias al viento y a la erosión del suelo que hicieron una “escultura” de un puño de una mano, está encima del templo de las Manos Cruzadas de Kotosh, en señal de una advertencia de reverencia, porque el lugar es sagrado. Mientras, el Quilla Rumi (piedra de escritura), que viene hacer una inmensa roca muestra pictografías de arte rupestre, realizado por los maestros que dominaban la simbología de la naturaleza; por el cual, expresaban el acontecimiento del lugar, se plasmaron con pintura natural de color ocre, blanco y negro, resaltando figuras geométricas, antropomorfas, astronómicas, etc. Esto es una maravilla, porque es un legajo histórico, que tiene la finalidad de transmitir a las generaciones de la presencia de los primeros habitantes de Kotosh.

Casi, para terminar la amena charla, nuevamente nuestro querido Shipico interviene: “Estos gringos vivieron miles de años antes de Cristo, nadie sabe como llegaron, de dónde son, llegaron un día que desaparecieron sin dejar rastro alguno. También vivieron en Shillacoto, casi a orillas del rio Huallaga, margen izquierdo (ubicado en plena ciudad huanuqueña), aquí también existió un convento de estos extraños hombres, dentro de su templo rendían culto al fuego, estaban en comunicación con Kotosh y los demás lugareños de la zona del Valle del Huallaga, sus construcciones eran de piedra y barro, de mayor extensión, parte era cementerio, porque sepultaban a sus difuntos. Esto era un centro ceremonial importante, lamentablemente este enterrado gran parte, como también destruida por los vecinos del sector, quienes desean desaparecer a Shillacoto para edificar sus casas, esto es un crimen, es un atentado que se hace contra nuestra propia historia, en complicidad con nuestras autoridades que nada hacen para conservar y mantener este lugar sagrado, que lucha en sobrevivir a pesar del tiempo”, dijo enérgicamente el tío.

Realmente, al levantarnos de la mesa donde fue el anfitrión de la transmisión de estos relatos que ocurrió, es sentirnos privilegiados de ser receptores de nuestra cultura, que debe ser revalorada, transmitida hacia nuestra niñez, como también a la juventud, para que siga latente y no muera al transcurrir el tiempo.

Estos acontecimientos se transmitieron de forma oral, en las interesantes charlas de las familias huanuqueñas, que se practicaba en la década del setenta, cuando la conversación era el núcleo del encuentro, unión e identificación con nuestro sentimiento de lo que paso en nuestra tierra.

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