HUÁNUCO DEL AYER: El pago al Jirca Paucarbamba y el ritual de la coca

 

Por Fortunato Rodríguez y Masgo*

 

 

Aquel mes de agosto de los años 70, era una de esas tardes de ventarrón, justo vi una bandada de aves cruzar el cielo azul de mi Huánuco querido, que migran desde la selva y sabe Dios hasta dónde. De pronto oscureció, la noche llegó acompañada de la luna que iluminaba hasta el rincón más oculto de nuestra ciudad, mientras las estrellas jugaban en el firmamento como si fuera luciérnagas en medio de la tiniebla.

La noche se volvía enigmático, uno que otro murciélago se cruzaba por los aires, en medio de un ambiente misterioso; mientras Shatuco y Gumacho regresaban caminando desde el cerro, alumbrado por su linterna, fueron a jircagaray (entregar coca), además de caramelos, cigarro y aguardiente, para hacer “el pago” al “Jirca Paucarbamba”, de esa manera recibir buena cosecha, mayor nacimiento de animales en la chacra.

Mientras tanto, alumbraba dos velas la oscuridad de la sala de la casa, casi en un rincón estaba el gato “shapinco” contemplaba todo. La mamacha Ticucha ordeno que no se escuche música, se requería un silencio sepulcral, era una reunión “delicada” de suma importancia, porque de ella dependía la suerte de la familia; agrupados casi todos los tíos en el comedor, ya estaban cucachajchay (chacchando coca) y fumando cigarro Inka, para ablandar la tensión y tranquilizar a los jircas.

Ya transcurrían los minutos y las horas, el viejo reloj marcaba casi ya la media noche, todos ellos se encomendaban al “Jirca Paucarbamba” e interrogaban como inquisidores a la coquita ¿cómo saldrá la siembra este año?, ¿Si la cosecha será buena?, ¿tendremos más crías con el ganado?, todos participaban en un ritual ancestral andino, sumisos; chacchando y fumando. De pronto, la coca responde ¡sí!, ¡tendremos buena cosecha!, el cigarro emanaba abundante humo blanco, significaba buen augurio, nacerán muchas crías con los ganados, mientras la abuela Ticucha servía shingirito para entrar más en trance y poder comprender a la coquita.

Giraba una y otra ronda de coca, chacchando y fumando el cigarro, preguntando una y otra vez, siempre la coquita sin equivocarse decía que si, al igual el humo del cigarro, no cabe duda alguna; el “Jirca Paucarbamba” ¡respondió! que sí, estas respuestas se merecía más vasos de shingirito, como preludio de éxito de buena cosecha y mayor cría en los animales.

Todos alegres “upya shingirito” (tomando licor), pero con mucho cuidado, porque es traicionero, te puede dar diablos azules o hacerte dormir sentadito.

El taita Paucarbamba, el que lo ve todo, el que sabe todo y el que está en todas partes, solo a él se le pregunta y responde, previamente recibe su ofrenda y como dueño del Valle del Pilco te exige “su pago” para que esté tranquilo y puede desparramar prosperidad ante sus creyentes.

La mamacha Ticucha, era descendiente del pueblo originario andino de los Chupachos, habitante de Pachabamba, educada bajo las creencias ancestrales andinas y con mucha sumisión a los jircas, aún más a Pachacamac (dios de la tierra-alma de la tierra), supremo hacedor de la naturaleza, y a la pachamama (mamá tierra). Por lo tanto, sabía interpretar el espíritu de la coca, hoja sagrada de su comarca; mediante señas iba comunicando los acontecimientos que sucedieron o pudieran suceder en el futuro.

La coca era la “maestra” para mamacha Ticucha, porque le enseñaba su lenguaje y su espíritu, era el árbol de la vida.

El ritual de la coca se desarrolla por centurias de años en el Valle de los Chupachos, antes de Cristo, la misma que fue perseguido por la cultura occidental, con la llegada de los españoles, calificando como brujería por los misioneros evangelizadores. A pesar de esto, hasta el día de hoy se conserva y se practica quizás de una forma reservada, manteniendo vivo una costumbre milenaria.

*Periodista, economista y abogado

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