HUÁNUCO DEL AYER: El hijo del Curaca convertido en cuy

Por Fortunato Rodríguez y Masgo*

Era una mañana de sol resplandeciente y majestuoso que miraba desde la cumbre del Jirca de Paucarbamba a la comarca del Valle de los Chupachos, dominio del curaca Masgo, y destellaba las aguas casi cristalinas del indomable rio Huallaga, que apresuradamente cruzaba nuestro puente “Cal y Canto” con destino hacia la selva oriente.

Mientras, a lo lejos se escuchaba el repique de la campana “María Angola” desde el campanario del Sagrario La Merced despertaba a los huanuqueños, viene a mi memoria, aquel día de junio en la década del 80, cuando muy temprano solíamos sentarnos para tomar el desayuno, en compañía de la ‘Mamacha Agripina’, quien con sus 85 años de vida se encontraba como un roble fuerte y lucida; siempre con su café́ de huerta, cuya aroma envolvía la vieja casona siempre acompañada de palta cremosa amarillenta servida en la mesa, con los ricos panes hechos en horno a leña; orgullosa manifestaba que sus padres vivieron más de 100 años de edad y ella pensaba igual que todavía le quedaba muchos años de vida por delante.

Entre conversación y conversación, revelo que sus familiares prevenía de la quebrada de Malconga, ubicado por las alturas de La Esperanza, quienes le manifestaron de forma reservada algunos hechos que envolvían dentro del misterio, y como arte de magia nos transportaba hacia el encuentro con nuestro pueblo quechua.

La ‘Mamacha Agripina’ nos relató: Aquellos años, antes que llegue los incas a nuestra tierras, en este hermoso valle habitaban los indios Chupachos desde San Rafael hasta la selva de Chinchao, casi siguiendo el cauce del rio Huallaga, por mandato de los ancianos, designaron a un Curaca de la dinastía de los Masgo, para que gobierne la comarca ubicada al pie del Jirca Paucarbamba, dedicados a la crianza de cuyes; además, las tierras eran prodigiosas porque producían maíz, frijol, hortalizas, deliciosas frutas; tenían un clima templado y agua todo el año; era un verdadero paraíso, también cosechaban en la montaña (selva) la coca.

El curaca, un hombre trajinado, guerrero, ya de avanzada edad, tuvo una joven y hermosa mujer proveniente de Pachabamba, quien dio a luz a su único hijo varón, que era la razón de su vida y la alegría de su familia; se instaló́ en su nueva residencia, al costado del río Huallaga, luego convoco a la población a una reunión y se dirigió́ a ellos manifestando que deseaba el desarrollo de su pueblo, bajo la bendición de su Apu Pilco (supremo), a quien se le debe honrar, venerar y ofrendar para tener mayor bienestar. No existiendo otro Apu, los súbditos se desconcertaron porque para ellos su Apu eran los tres Jircas: Paucarbamba, Marabamba y Rondos.

Al transcurrir los días, la población dejo de invocar, venerar y hacer sus pagos a los Jircas de Huánuco, causando de inmediato la ira de los taitas huanuqueños, quienes desataron una torrencial lluvia con relámpagos, rayos y truenos que hacían retumbar las precarias casas, parecía que ya era el fin del mundo, llegando a escucharse a lo lejos una voz ronca con eco que provenía desde la cumbre del cerro advirtiendo que los únicos apus eran Marabamba, Rondos y Paucarbamba, a quienes se les debía adorar y honrar con pagos.

Como el taita Paucarbamba es vengativo y se sentía ofendido por la traición del Curaca, de una forma sutil en una solitaria madrugada bajo desde la cumbre hasta la casa del jefe, ingresando a su residencia. Como todos dormían, cogió́ al niño y le puso entre sus brazos, salió́ raudamente a trepar el cerro y llegar a la laguna de Paucar, donde lo amarro con un lazo, arrojándolo al fondo; luego de lanzar su maldición hasta que el niño se convirtió́ en un cuy.

A los días siguientes, los padres del niño secuestrado lo buscaban llorando desconsoladamente. Así́ transcurrió́ el tiempo, hasta que el curaca y su mujer murieron de pena por la crueldad del Jirca Paucarbamba.

Al pasar de los años, los indios Chupachos observaron en la temporada de verano, cada noche de luna llena el valle estaba iluminado, llegando hacer brillar como destellos las aguas cristalinas de la laguna de Paucar y claramente en la profundidad, una silueta de un cuy dentro de su toglla (trampa hecho de lazo), tratando de romper su hechizo y salir para buscar a sus padres.

Pero si esto sucedería, el Jirca Paucarbamba abriría la compuerta de la laguna, para que se descargue toda el agua e inunde la ciudad, sepultando a cuata población haya, incluyendo al cuy.

Bajo esta advertencia vivieron los lugareños del valle de los Chupachos, mostrando respeto y reverencia a los tres Jircas Paucarbamba, Marabamba y Rondos, para no despertar su ira y como son vengativos pueden llegar hasta vaciar la laguna de Paucar que se encuentra en la cima del cerro y sepultar la ciudad primaveral de Huánuco.

*Periodista, economista y abogado

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