
Por Fortunato Rodríguez y Masgo
Hoy amaneció la ciudad primaveral de Huánuco, iluminado con un sol resplandeciente, el inmenso cielo azul cubre el Valle de los Chupachos. Los tres jircas: Paucarbamba, Marabamba y Rondos, están estrechando la mano para vigilar la comarca. El indomable rio Huallaga discurre a correntadas debajo del puente Cal y Canto. Las huertas de árboles frutales y del aromático café se desparrama por las estrechas calles, el trinar de las avecillas encanta el silencio de las viejas casonas.
Mientras el escribano Matos, apresuradamente camina sujetando entre sus brazos algunos escritos redactados para presentar al señor “Juez Sancochado” solicitando una correcta administración de justicia.
En nuestro baúl de los recuerdos, se halla una pequeña remembranza del “escribano” Matos, para sus detractores con cariño “Pogla” (huevo podrido o runto pasado), allá por los años 70’, caminaba casi siempre con terno de vestir descolorido, sin planchar, la camisa totalmente empolvada, percudido; con el cuello casi negro por la suciedad; el cabello despeinado, los ojos desorbitados y el hablar desvariado. Tenía los zapatos envejecidos, sin lustrar; con la suela agujereada de tanto caminar, dentro de ellos sus frágiles pies bailaban, porque eran “enormes” como canoa; el calzaba 38, pero, alguien le obsequió un zapato N° 44 , que tuvo que ponerse. Para las malas lenguas era un “Chaplin”, para otros aparentaba ser un ¡zapatón!
“Pogla”, ya trajinado él, llevaba más de 50 años de vida, algunos manifestaron que en su lucidez trabajó en el Palacio de Justicia como escribano. Por esta razón, se le veía deambular por los estrechos y oscuros pasadizos de los juzgados, en medio de misteriosos jueces y secretarios, una que otras veces preguntaba sobre algunos “juicios”, aparentaba ser “abogado”, pero su comportamiento era de añejo “tinterillo”, su “oficina” de atención para sus “afligidos” patrocinados era una de las bancas de la plaza de armas de la bella y encantadora ciudad huanuqueña.
Para su mala suerte, si algún jovenzuelo veía a “Pogla” en el Palacio de Justicia o caminando por las inconfundibles calles de nuestra urbe, casi de inmediato como rayo lanzaba un silbado, que retumbaba las viejas paredes de las casonas, cuyo eco se prolongaba hasta el final de la cuadra. Pogla, de inmediato se transformaba, casi perdía la razón, salía en persecución del atrevido que silbo, para él era una ofensa mortal. Cogía piedras que lanzaba al atrevido, a quien le perseguía con garrote en mano, gritaba toda clase de lisura, hasta llegaba a la mentada de madre; en fin, de esa manera descargaba su ira; expresaba su maldición para el insolente que silbo: ¡Ojala te mueras! ¡Vago! Luego se reía a carcajadas y volvía a la razón.
Casi ya era de conocimiento de la juventud huanuqueña del episodio de Pogla. Muchos transitaban atento a la aparición del “escribano” Matos, a quien le saludaban con reverencia y le cedían la vereda. Se escuchaba como trueno un ensordecedor silbado, a los segundos corrían despavoridos o se daban a la fuga aquellos atrevidos; si algún desatento se quedaba en el lugar de los hechos, recibía un garrotazo o un sopapo, si estaba algunos metros más, una lluvia de piedras como castigo. Esto era la razón, silbaban y corrían, tras ellos Pogla en busca de venganza. Esto era ya una estampa clásica dentro de nuestra comunidad.
“Pogla”, expresaba cada instante de su existencia, su condena a los insolentes. Para el, los “mal educados” eran los alumnos del colegio Leoncio Prado, quienes lanzaban el maldito silbado, y con el dedo acusador señalaba que eran ¡cobardes! ¡rateros! Ojalá taita Dios los lleve al infierno, para que se quemen como el demonio. ¡Son mis entenados! En fin, el diccionario quedaba chico para calificar a los leonciopradinos de la década del 70.
En una oportunidad, un grupo de estudiantes tuvieron conocimiento del cumpleaños de “Pogla”. Organizaron una serenata, caminaron hacia su casa, a pocos minutos de la medianoche, comenzaron a cantar con guitarra en mano. Al instante, iluminó la oscuridad de la ventana una discreta vela, corrió la cortina y apareció el rostro del “escribano” Matos, el agradecía emocionado el gesto de sus “amigos”.
Pero de un momento a otro, las canciones se transformaron en un prolongado silbado. Como león herido, salto sobre ellos, a quienes les persiguió toda la cuadra a pedradas, llevando consigo la mentada de madre ¡seguro son de Leoncio Prado!
No se como llamar esta relación entre “Pogla” y los jóvenes, de “amor y odio”; quizá, ambos se buscaban, pero no se podían ver. Algunos estudiantes compartían su propina con él; quien, con sencillo en el bolsillo, corría al mercado viejo a beber un vaso de leche de vaca fresca con pan mestizo de piso, era su delicia en el desayuno o en el lonche. De esta manera ambos se compenetraban.
Al transcurrir los años, se apago la vida del entrañable “Pogla”, partió en el tren de la muerte, sin boleto de retorno. Quedo en el recuerdo su nombre y su persona, para aquellos jóvenes de la década del 60 y 70, rememorábamos este personaje popular huanuqueño, hacemos memoria de anécdotas suscitadas en época de nuestra juventud.
Foto referencial: Internet.