HUÁNUCO DEL AYER: cumpleaños de Don Fillico Julca

Por Fortunato Rodríguez y Masgo

Era mes de julio de los años 60, en el marco del aniversario patrio, temporada de la helada que se sentía más en la madrugada en el valle del Huallaga; coincidente, en la primera quincena se celebró el cumpleaños de don Fillico Julca, quien en días previos mando a confeccionar su terno de gabardina en el sastre Ezequiel Cabrera, para estar bien al ‘pilche’ (elegante) y estuvo en la peluquería de Shiracawa para cortar su cabello.

Mientras, en la casa de la familia, ubicado en La Esperanza hubo movimiento, porque se ‘pishtó’ (mató) al ‘cuchi’ (chancho) para la pachamanca y los chicharrones. Por su parte, la comadre Juliadora, peló las gallinas de chacra para el caldo y el locro; en tanto, el “compacho Illico” preparó arto chincho en batan de piedra y pico la cebolla con rocoto macho. Don Amachito, trajo dos arrobas de shacta “purito aguardiente” de su cañaveral Porvenir de Churbamba.

Cuando cayó la tarde, el sol posaba en la cumbre del jirka que soplaba un viento frio que obligaba abrigarse, preciso momento en el que invitan a los presentes a pasar al comedor y tomar asiento en las inmensas bancas. En la mesa estuvo servido café, pan bollo, chicharrones, mote pelado y humitas saladas.

La noche llegó, el cielo azul completamente iluminada por las inquietas estrellas que brincan de un lado a otro, la mama luna con su sonrisa coqueta alumbraba la tenebrosa oscuridad que reinaba la comarca. De pronto, el tío Runco soltó el primer cuete que retumbó las viejas paredes de tapial, hasta hizo aullar a los perros y escapar a los ‘michis’ (gatos) por el tejado de la casa de los Julca.

De pronto, llegó don Félix Santamaria con su arpa en el hombro, acompañado de Valentín, trayendo consigo su violín, quienes fueron recibidos por el cumpleañero Fillico, invitándolos un copón de ‘shacta’ en señal de bienvenida, que les hizo cascabelear la cabeza por ser puro aguardiente.

A los minutos comenzó la jarana al son del arpa y violín entonando huaynos, mulizas, cashua y ayhuallá huanuqueño; robando el sentimiento de los presentes, quienes entre copón, copas y copitas zapateaban hasta quedar ‘galachaquis’ (pies sin zapatos). Casi a la media noche, apareció el ponche de huevo, arroz, canela, clavo de olor y ‘shacta’ que se servía en señal de víspera del santo (cumpleañero). Nuevamente, la tranquilidad de la vecindad se quebrantó al retumbar los cohetes de cuatro tiempos, que reventó como saludo de onomástico.

Para recargar las energías de tanto bailar, se sirvió el energético caldo de gallina de chacra, acompañado de papita harinosa con ají rocoto, así ahuyentar la borrachera. Cantando y bailando transcurrió la madrugada, llegando los primeros rayos del sol del nuevo día, en pleno bailongo. Uno que otros sentaditos, pero durmiendo en las sillas del gran salón de la añeja casa.

En la jornada central de la celebración, casi al medio día, apareció la banda de músicos dirigido por el maestro Félix Rosales, acompañados por Ernesto Mallqui, Teodoro Salazar, Jorge Alcántara, secundados en el bombo por el maestro Deza y el pícaro “Huaratuta” en el tambor; entre otros, quienes hicieron una sinfonía de música huanuqueña, amenizando la fiesta hasta no poder bailar más, porque era un pecado dejar de zapatear ante la dulzura de las canciones interpretadas con mucho corazón y sentimiento de nuestra tierra.

En la inmensa huerta de casi una cuadra, lleno de arboles frutales entre ellas pacae, níspero, naranja, chirimoya y palta, por debajo de ellas, casi escondido el aromático cafecito; dentro de ellas, estaba el horno para preparar la pachamanca, alrededor ya tendido las hojas de plátanos para cubrir el “entierro” del chancho. El “Cushuro Ramón” alisto la carne con bastante chincho, papa huayro, yuca y camote para lograr el sabor huanuqueño. A las horas, todos los invitados ya estuvieron comiendo, no faltaron algunos quienes pedían “una yapita”.

Los músicos tocaban sin parar, los bailantes participaban del ‘jala, jala’ cargando las jarras de shacta. Doña Shatuca, caderona ella, con pañuelo en la mano y amplia sonrisa zapateaba, daba coquetos pasos que dibujaba su cautivante figura, trigueña con lunar casi en los labios, entonaban todas las canciones, casi siempre de la mano de Don Tiburcio que llego expresamente desde Ambo, para unirse al festejo.

Ya casi al anochecer, finalizaba la conmemoración, los concertistas ya tomaditos entonaron el ayhuallá (adiós), don Filliquito adelante con prosa danzaba, todos bailando se despedían con lagrimas en los ojos hasta el próximo año. Fue una fiesta inolvidable, con mucha alegría entre los invitados.

Don Fillico, un hombre honorable, acaudalado, dueño de inmensos terrenos de sembríos de café en las montañas de Pillao y Chinchao, realizaba transacciones en Lima para exportar al extranjero el oro verde (café). Por consiguiente, contaba con dólares en el bolsillo, propietario de casas con huerta en la hermosa ciudad huanuqueña donde habitaban sus hijos; jaranero y de buen vestir, de buenos modales y de amplio conocimiento, cumplía un año más mas de vida rodeado de sus vástagos, familiares y amigos.

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