Histórico estreno mundial en Kotosh: Coro Ruicino revive “Cuando salí de mi tierra”

Por: Jorge Chávez Hurtado

 

Hay canciones que no nacen: se salvan. Canciones que se niegan a morir, aunque el tiempo les apague la memoria, aunque los pueblos envejezcan y los hijos olviden la voz de sus padres. Cuando salí de mi tierra es una de ellas: un canto terco, herido, sobreviviente, que atravesó siglos, guerras, silencios, hasta que un grupo de jóvenes ruicinos, casi doscientos años después, volvió a soplarle vida en el corazón magnético de Kotosh.

Dicen los tratadistas que su primera línea melódica y la letra inicial habrían brotado del general Mariano Ignacio Prado, allá por la mitad del siglo XIX, cuando Huánuco todavía era una patria chiquita de adobe, callejuelas y bandurrias. Un siglo más tarde, cuando ya casi no quedaba nada de ese rastro, el maestro Gumersindo Atencia Ramírez recibió de su padre el último hilo de esa melodía desgarbada y la primera estrofa sobreviviente. Bien pudo guardarla como un recuerdo más; bien pudo dejarla morir como mueren las hojas al final de septiembre. Pero no.
Él eligió ser puente. Y eligió salvarla.

Fue entonces que llamó a su hermano del alma, el poeta David Machuca Chocano, para que completara lo que el tiempo había roto. Machuca escribió en unos días la segunda y tercera estrofa, y la fuga, con la hondura de quien sabe que escribe no para un libro, sino para la eternidad. Gumersindo, al leer esos versos, sintió que algo sagrado había bajado a iluminar la canción. Y como la fuga estaba sin melodía, él mismo la compuso con esa inspiración que solo tienen los hombres destinados a trascender.

Así nació la versión completa que, en 1977, grabó el Centro Musical Melodía Huanuqueña bajo su dirección. Así empezó la larga travesía de una canción que años después sería interpretada por bandas, solistas y conjuntos, cada uno subiéndose a ese barco que Gumersindo y Machuca construyeron con pura alma.

 

El desafío del Coro Ruicino

Casi medio siglo después, en este 2025, los jóvenes del Coro Ruicino, en el marco de su décimo aniversario, decidieron hacer lo impensable: grabar la canción emblemática de los huanuqueños. Sabían que Huánuco no perdona errores con esta pieza. Sabían que la ciudad entera podía aplaudirlos… o sepultarlos en silencio.
Pero la decisión era inquebrantable.

Uno a uno fueron llegando a los ensayos. Sábados con frío, sábados con sueño, sábados con cansancio. Y, aun así, afinaban sus voces, ajustaban cada entrada y se entregaban a darle forma a esa melodía señera que sus abuelos cantaron bajo las luciérnagas. Ensayo tras ensayo fueron puliendo, tallando, esculpiendo, hasta lograr que sus voces sonaran como un solo pecho emocionado.

Nelson Ayala, productor musical de prestancia nacional e internacional, los esperaba en el estudio. Ya había trabajado con ellos en 2024, cuando grabaron Huánuco Viejo. Pero esta vez era distinto: esta vez iban a tocar la fibra más sensible de Huánuco.

La primera sesión fue el domingo 16 de diciembre, apenas un día después del concierto por su décimo aniversario en el Museo Regional Leoncio Prado. Llegaron exhaustos, pero decididos. La segunda sesión, el 28 de noviembre, fue una clase magistral de lo que significa producir música con genialidad: Nelson supo capitalizar las voces femeninas, colocar adornos precisos, equilibrar matices, hacer magia con el aire y la garganta.

La glosa fue una prueba de fuego.
Recayó en Dayiro, quien necesitó dos sesiones completas para lograr el tono exacto, la emoción exacta, la respiración exacta. Nelson Ayala, con paciencia de padre y oficio de artesano, logró finalmente que la glosa se convierta en puente perfecto entre la nostalgia y la esperanza.

Cuando la canción salió —limpia, poderosa, estremecida— entendimos por qué Ayala ha producido éxitos de Pelo D’Ambrosio, Joselo Atencia, Mito Ramos y tantos otros artistas.

 

Kotosh: el nacimiento del nuevo destino

El estreno mundial no podía ser en un teatro. No podía ser en una sala cerrada. Tenía que ser en la tierra misma.
Y así fue.

Gracias a la invitación de la Dra. Esperanza Rosales Alcántara, directora de la Dirección Desconcentrada de Cultura, el Coro Ruicino llegó hasta el Complejo Arqueológico de Kotosh, muy cerca del punto magnético.
El Sol cayó como un abrazo ardiente. El público era una mezcla de turistas extranjeros y visitantes locales. Nadie sabía lo que estaba por ocurrir.

Cuando las primeras notas de Cuando salí de mi tierra brotaron en el aire, algo se quebró.
Parecía que la canción volvía al origen. Parecía que cada piedra de Kotosh reconocía la melodía y la devolvía amplificada. Parecía que los ancestros se levantaban otra vez para escuchar el canto que Huánuco se negó a perder.

El público quedó inmóvil. Hubo suspiros que fueron cuchillos.
Hubo lágrimas que nacieron sin permiso.

Pero faltaba todavía el último abrazo:
El Cóndor Pasa, con música del insigne huanuqueño Daniel Alomía Robles y letra del querido y ya extinto David Machuca Chocano.

Cuando empezó la interpretación, ocurrió el milagro:
Los turistas de la República Checa se colocaron alrededor del punto magnético formando un círculo. Cerraron los ojos. Respiraron hondo. Y dejaron que la mística andina los invadiera.
La soprano Esperanza Rosales Alcántara, junto al coro, elevó la melodía hacia lo alto, como si quisiera abrir el cielo.

Las primeras lágrimas cayeron de los ojos de las damas checas. Lágrimas limpias, largas, silenciosas. Lágrimas que no entendían español, pero entendían la belleza. Lágrimas que sabían que estaban ante un momento irrepetible.

 

El regreso

Cuando terminó todo, los jóvenes del Coro Ruicino volvieron a Huánuco con el corazón latiendo distinto. Sabían que no habían grabado una simple canción:
habían grabado un pedazo de historia.

 

La primicia radial

La canción tuvo también una segunda primicia: su lanzamiento radial en De Cantos, Calles y Campos por Radio UNHEVAL. Allí las voces del Coro Ruicino volvieron a viajar por el aire huanuqueño, despertando memorias, estremeciendo corazones y confirmando que esta canción sigue viva en el alma de Huánuco.

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