Firma sin huella digital

(Exégesis)

  

Por: Víctor Raúl Osorio Alania*

 

Indicio creciente en guarismo trece / asedia labores de un afanado / de modo vertiginoso y pasmado, / encima, amigo mío, no amanece. // Tan colosal era la duda suya / que ningún diccionario pudo guiarlo, / suena como hipérbole sin buscarlo / entre oscuro bulo y verdad que arguya. (Cuartetos, VROA)

Güido no tenía otra opción, empezar de cero era empezar por algo, no valía conmociones. Al día siguiente, antes de las diez de la mañana, debería presentar –impajaritablemente– veinte planillas con firmas, número de libreta electoral (hoy DNI) ¿Y la huella digital? Quedaba a criterio del susodicho. ¿Firma sin huella digital?

Veinticuatro horas y algo más para captar la adhesión de doscientas personas de uno y otro sexo, mayores de edad; como hablan en el pueblo: «De dieciocho para arriba».

Siendo precisos. El reloj marcaba las cero ocho horas de un trece de miércoles, en realidad le quedaban veintiséis horas. ¡Llueve sobre mojado!

Güido temía el decimotercero y le aparecía elevado al triple. ¡Espanto en precipitación! Cuando dividió el año capicúa (3003) obtuvo 231, múltiplo de 13. ¿Coincidencia?

Deshizo sus 39 años de edad, el bendito treceno le restregó los ojos. ¿Casos de la vida? Cuando hacia sus cavilaciones eran las trece horas con trece minutos [13H13] y 13 segundos. ¿Sazón temporal en exégesis?

Estaba en peligro su puesto laboral. Su condición de contratado no le permitía u otorgaba licencia para chistar, reclamar o envalentonarse, ni pensar del sindicato, pues le dijeron: «Solo para nombrados». ¿Qué hacer? ¿Cómo atender la solicitud exagerada de aquel jefe de pacotilla?

Recordó Güido: Si no trae las firmas considérese despedido. [Yo] me quedaré sin partido político hasta las siguientes elecciones. Le llegó aun el tufillo de beodo conocido exhalaba Eshu, dizque su jefe.

Güido cogió el tablero, objeto que usaba para indicar tácticas y estrategias a los jugadores del Club “Florilegio Quimzapozo”, de su tierra magna hecha en el ostento de tres pozos cristalinos que llegan hasta los cielos y mares.

Escanció el pocillo mayúsculo –de fondo azul, cilindro celeste– que contenía agüita de remedio (hampiyaku) de cedrón con un puñado de maíz tostado (cancha) y varias rodajas de queso.

La noche ya viraba por las cuestas de aquel pueblo real que parecía imaginario. Se abrigó con poncho, chalina, guantes y gorro, prendas hechas sobre la base de lana de ovino y fibra de alpaca. El chirrido de la puerta causó respuestas en los noctámbulos perrunos. Salió presuroso y decidido con rumbo que evitó comentar a su consorte e hijos, más discreto todavía con sus hijas, a quienes llamaba niñachas. Derechando y derechando llegó ante el público objetivo, quienes aguardaban ordenados y puntuales como si alguien les hubiera anticipado de los apuros de Güido.

Güido, hombre disciplinado y abstemio, corazón de una sola mujer (Azucena), abandonó la vida dipsómana cuando le hurtaron tres caballos moros (negros) y una pelirroja yegua.

Muy rápido puso nombre, número de libreta electoral y rúbrica con su mejor letra, sin enmendaduras. La mayoría de interlocutores “respondieron ávidos”, aunque soñolientos y enfundados en ropaje de hueso y pellejo… Escribió en orden. Censó uno por uno a los pelucones y a las féminas de melena larga.

Nombre, edad, libreta electoral, firma… ¡¡¡Gracias!!! Gu – mer – cin – do (Gumercindo), A – nas – ta – sio (Anastasio), Pe – tro – ni – la (Petronila), Es – te – fa – ní – a (Estefanía)…

Esos nombres hay que deletrearlos para escribir correctamente, porque lapsus calami (error inconsciente al escribir) deriva en lapsus linguae (desliz involuntario al hablar) y estos dos dan lugar a lapsus incultus (traspié inculto en modo coloquial).

¡Impacto! La helada ganó a la noche, esta quedó congelada incapaz de tiritar, incapaz de murmurar, incapaz de lanzar alaridos. La noche quedó enamorada de la helada, y no era la primera vez. Tres lapiceros tuvieron que reemplazarse. Güido continuaba inmutable por fuera, manojo de nervios en el corazón y demás órganos.

Algún osario lanzó suspiros con verbalización incluida: Los años pasan y pasan, ya quisiéramos tener nuevas fuerzas.

Obvio, él no pudo percatarse de aquella situación. Avanzaban él y su farol tipo neblinero. Unos cuantos sorbos de cañazo para vencer lastimas o confusiones.

¡Ajá! Tranquilo paisano, recuerdo tu número de libreta electoral. Firmita. Muy amable.

Recuerden, estamos en los inicios de noviembre, más tarde tendrán todo mi afecto, pondré churakuy u ofrenda en la plaza y el dos de noviembre habrá cantores para todos, han de cantar en latín, quechua y español peruano.

Sé devolver el afecto, / sé cultivar la reciprocidad (washka), / sé lo que les gusta.

¿Pepe? Aquí hay más de una equivocación. Tú, eres Gelacio, aunque siempre has dicho llamarte José o Pepe. Papay, eres y serás Gelacio. Firma don Gelacio.

Me agrada, vamos bien. Un esfuerzo más y tendré las doscientas adhesiones, ya voy en ciento noventa…

Cavilaciones e impetraciones fueron rotas a la medianoche con rayos, truenos y relámpagos. Ahí mismo, una jauría aullaba de modo inusual a lo lejos, pero daban la impresión de estar sobre las paredes de barro, las luciérnagas chispeaban con ejercicios que envolvían neblinas y los desconfiados sapos croaban para no perder la costumbre. Güido se vio perturbado en su labor extemporánea y noctívaga.

Hubo segundos de silencio, parecía perderse por la mitad del pueblo. Esta vez pudo oír el diálogo cercano.

Nos falta uno para cumplir el encargo, cuanto más pronto complementemos, más pronto nos iremos, dijo el que parecía el jefe.

Vi salir del pueblo a Güido con dirección a este lugar, hay que dar con él, informó una dama.

La cabeza de Güido sintió las repercusiones neblinosas. Supersticioso como era, tuvo que desandar lo andado. Dio media vuelta y tomó el camino que lo llevaría directo a su casa de paja (ocsha wayi), ubicada en el barrio de abajo (ura barrio).

Ingresó sudoroso, asustado, casi petrificado, no obstante, su pareja lo aguardaba sumida en conjeturas.

¿De dónde vienes? ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué tanto misterio amor mío?

Mujer, te pido un gran favor, estoy haciendo un censo especial para el jefe Eshu no comentes a nadie mi salida de esta noche.

Ahora que me das valor y actúas misterioso, seré una tumba abierta.

Prefiero que guardes silencio y deja de compararte con tumbas, porque hay tumbas que hablan y delatan, los conozco al dedillo y con firmilla incluida.

Puso un foco más en el cuarto y decidió guardar luto verbal hasta que gravite el sol en verano, si es en invierno, mejor.

 

*Docente de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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