“Entrega”, el himno de los amores imposibles que Neil Astuquipán escribió y Alborada hizo eterno

Por: Jorge Chávez Hurtado

  

Fue en 1999, cuando el éter todavía respiraba sueños y la radio era templo, puente y confesionario, que tuve el privilegio de escuchar por primera vez la voz de Alborada. Fue también el año en que el corazón de Huánuco empezó a latir distinto en mis programas, porque desde entonces —y para siempre— una canción quedó tatuada en mi alma: Entrega.

La historia comienza con un gesto aparentemente simple, pero en realidad lleno de promesas: José Carlos Espinoza, amigo y músico de alma generosa, me entregó un disco compacto de lujo grabado en los míticos estudios Amigos de Lima. No solo traía canciones: traía un universo. Aquel cuadernillo interior, con letras de una profundidad emocional poco común, revelaba una estética sonora que enamoraba apenas rozaba el oído. Pero fue Entrega la que se instaló sin permiso, la que se hizo susurro persistente, la que me arrancó el alma con su melancolía bellamente contenida.

Desde entonces, y como suele ocurrir con las canciones que no se olvidan, los oyentes de la radio —miles, en distintas latitudes del corazón— reaccionaron con ese temblor que solo la buena música sabe provocar. Entrega no fue solo una canción más del repertorio de Alborada. Fue la llama que encendió viejos amores, que recordó despedidas, que acompañó silencios.

Pasaron los años, pero Entrega nunca se fue. Volvió, como saben volver los amores que nunca se cierran del todo, en la X Cruzada Solidaria “Contamos Contigo padre Oswaldo”, donde recibí la inmensa responsabilidad de organizar más de catorce horas de programación artística. Quise que Alborada cerrara la jornada, porque sentía —sabía— que ese reencuentro entre música, pueblo y emoción sería inolvidable. Y lo fue.

Abrigados por la emoción, el talento y la pasión por su música, aquella noche del 19 de julio último, los grandes músicos de Alborada de Huánuco subieron al escenario. Majestuosos, con sus instrumentos en mano y una admirable serenidad en los gestos, se ubicaron uno a uno. Afinaron con delicadeza. Y cuando soltaron el primer canto, el tiempo se suspendió. El público quedó atrapado en la magia de lo inefable. Las canciones no solo se oyeron, se sintieron; no se cantaron, se vivieron.

Los maestros que tejieron esa noche inolvidable fueron: Dilmer Mallqui Ronquillo, Luis Puyén Rivera, Ricardo Berrospi Huaytán, Dante Dueñas Acuña, Miguel Dueñas Acuña, Ulises Ramírez Cubas y el sonidista Jan Zevallos, todos ellos encabezados por la inconfundible figura de mi amigo José Carlos Espinoza. Juntos, ofrecieron no solo un concierto, sino una ceremonia del alma.

En el transcurso de su presentación, y con el corazón en la voz, evocaron la memoria de su extinto hermano y compañero de arte, Isaías «Ruco» Vargas. Su nombre fue dicho con reverencia y gratitud. Él, artífice de arreglos, creador y soñador musical, fue parte esencial del alma de Alborada. A él le rindieron un sentido homenaje, como quien canta para que el silencio nunca lo borre.

Fue entonces que llegó Entrega. Y con ella, la historia detrás de la canción. José Carlos Espinoza reveló que la obra ya existía antes de 1992. Y desde el escenario, Dilmer «Chayo» Mallqui compartió la imagen que hoy vive en nuestra memoria colectiva: Neil Astuquipán, abogado huanuqueño, sentado una noche bajo los árboles de ficus en la Plaza de Armas, escribiendo con el alma abierta una canción nacida de un amor intenso y efímero. En esa banca solitaria, abrigado por la emoción y la ansiedad de lo vivido, Neil dejó que el corazón le dictara cada palabra, cada nota.

Entrega no juzga, comprende. No se victimiza, asume. No reniega del amor, lo exalta con dolor y belleza. Y por eso nadie se escapa de esta canción, como bien dijo José Carlos Espinoza. Porque Entrega nos revela el lado humano, frágil y profundo de nuestra existencia. Nos recuerda que lo vivido —por breve, intenso, escondido o fugaz que haya sido— deja marcas, y que esas marcas, a veces, son todo lo que tenemos.

Hoy, Neil Astuquipán trabaja por la selva peruana. Su canción, sin embargo, sigue viajando por el viento andino, en la voz de Alborada, en los corazones que alguna vez se atrevieron a amar sin condiciones. Y cada vez que suena, el tiempo se detiene. El recuerdo se enciende. Y el alma —la nuestra— vuelve a entregarse, sin defensa, sin medida, como aquel muchacho que escribió entre ficus y estrellas, lo que todos, en algún momento, hemos sentido sin saber decir.

Entrega no es solo una canción. ¡Es una verdad que canta!

 

ENTREGA
Autor: Neil Astuquipán
Canta: Alborada

Estoy aquí, tan importante es para mí
pensar en lo que fuimos tan capaces tú y yo, sin mirar atrás.
Estoy aquí, ten por seguro que es por ti.
No quiero tu reproche ni tu mal humor.
Yo sé que lo hicimos todo por amor.

Ahora que ya todo sucedió,
no te esfuerces en sentirte mal.
Mi amor arrancaré… te entregaré, te entregaré.

No hables así. Me estás juzgando como un gran ladrón
que se ha robado parte de tu ser
y te ha dejado sin ninguna opción.
Tu realidad es la que vives junto a mí.
Soy tan prohibido, pero soy tu gran amor.
Te has entregado como me entregué yo a ti.

Estoy aquí, pidiendo al tiempo un tiempo más.
Yo sé que estoy entre la espada y la pared… y no sé qué hacer.
Tu caminar, tu cuerpo entero, tu mirar,
es todo lo que tengo yo de ti,
es todo lo que hay en mí.

Ya ves que no es tan fácil olvidar…
Me estoy muriendo yo por ti.
Tal vez tu forma y manera de pensar
me están matando así… así.

No hables así… (Bis)

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