
Por: Jorge Chávez Hurtado
La vida tiene extrañas maneras de tejer sus hilos, enredando destinos en una trama donde la pasión y la vocación encuentran su cauce. Conocí a Hernán Cajusol Chepe en la brega periodística, entre micrófonos y sintonías que daban vida a la música huanuqueña y criolla peruana. Me lo presentó mi entrañable amigo y músico Cofler Ruiz Gonzales, quien, con su natural generosidad, me acercó a un hombre cuyo espíritu empático y risueño eran su mejor carta de presentación.
Hernán era un caballero de la ley y la melodía, de verbo amable y corazón abierto. Hablaba con la misma pasión de la justicia y de los acordes que se anidaban en su alma. Amante fervoroso de la música criolla, especialmente la norteña, encontraba en ella un refugio y una forma de expresar lo que las palabras no siempre alcanzaban. Varias veces me invitó a conocer su tierra natal, el cálido distrito de Íllimo en Lambayeque, con la promesa de un festín gastronómico y cultural. Nunca pude aceptar su convite, pero el solo hecho de recibirlo era testimonio de su generosidad desbordante.
La noticia de su quebranto de salud llegó como un golpe al alma. Fue José Antonio Castillo, el querido «Pacuso» y primera voz de Los Sobrinos del Juez, quien me dio la noticia. De inmediato, un torbellino de recuerdos me asaltó: las conversaciones interminables, las risas memorables, los instantes compartidos en las entrevistas periodísticas, los actos protocolares donde, con temple y dignidad, ejerció su papel como Decano del Ilustre Colegio de Abogados. La última vez que lo vi fue en un evento que reunió a Los Sobrinos del Juez y a la Orquesta Son de Clase de Joselito Vara Palma. Aquel día, al estrecharme la mano, me dijo con una sinceridad sin fisuras que su grupo musical estaba a mi disposición para cualquier ocasión que lo ameritara. Ese gesto encapsula la esencia de Hernán: un hombre de entrega, lealtad y nobleza.
Su historia es la de un viajero incansable en busca de su destino. Nacido en Íllimo el 14 de diciembre de 1971, encontró en la música su primer amor. Tras culminar sus estudios primarios en su pueblo natal, emigró a Trujillo en 1990, donde se sumergió en los acordes y pentagramas de la Escuela de Música de la ciudad. Pero su vocación por la justicia lo llevó en 1994 hasta Huánuco, donde ingresó a la Universidad Hermilio Valdizán para estudiar Derecho. Su carrera como abogado comenzó en el 2001, y desde entonces, con una pasión inquebrantable, ha ejercido su profesión durante 24 años, forjando un legado de integridad y compromiso.
Sin embargo, la música jamás lo abandonó. En sus años universitarios, fundó junto a otros soñadores el grupo «Biddú», compartiendo escenario con talentosos músicos. En ese viaje melódico lo acompañaron amigos entrañables como Miguel Ángel Barrueta, Alex Vargas, Cofler Ruiz, José Antonio Castillo, Roger Herrera y tantos otros, dejando huella en el corazón de Huánuco. Más tarde, con la misma pasión, dio vida a Los Sobrinos del Juez, agrupación que ha deleitado a generaciones con su música del recuerdo.
Hernán no solo se consagró a la abogacía y la música; también ejerce la docencia universitaria con la misma pasión con la que ejecuta una guitarra o defiende una causa justa. Tres veces Decano del Colegio de Abogados, su liderazgo y compromiso con la justicia lo convierten en un referente para las nuevas generaciones.
Hoy, enfrenta una de las batallas más difíciles de su vida. Un derrame cerebral ha puesto a prueba su fortaleza, pero no su espíritu indomable. En este trance, ha recibido el amor y la solidaridad de su familia, de sus compañeros de música, de sus amigos y colegas del ámbito jurídico. Agradece con humildad a cada persona que le ha extendido una palabra de aliento, a José Antonio Castillo, Cofler Ruiz, Julio Rufino y a tantos otros que están a su lado.
Para Hernán, Huánuco no es solo un lugar en el mapa, sino su hogar. Aquí echó raíces, se unió en matrimonio con su amada Shirley Infante y formó la familia que es su mayor tesoro: sus hijos Leonel y Sofía, su razón de ser. En gratitud a esta ciudad que le dio tanto, invita a todos al evento artístico en favor de su salud este 16 de febrero, un encuentro donde la música y la amistad se unirán en un solo canto de esperanza y solidaridad.
Las notas de su vida siguen resonando en cada rincón de Huánuco, en cada compás de una canción criolla, en cada historia de justicia y solidaridad. Porque Hernán Cajusol Chepe no es solo un nombre; es un legado de pasiones entrelazadas, un himno de lucha, un canto que nunca se apaga.