Ella, un vicio inmortal

Por Elizabeth Deza Laurencio*

Quién es Matilde

Marta, de noche a la mañana, se convirtió en un mal recuerdo para Pablo, pues, el Marido al enterarse de la existencia de tal caballero, envió a secuestrarlo para llevarlo lejos de la ciudad, donde pagaría su culpa. Fue así como llegó a parar en manos de Matilde, una campesina salvaje y solitaria. Para tal caballero, su vida empezó a tener protagonismo a partir de los cincuenta, porque en ese proceso se enamora de Marta, se decepciona, es echado de la ciudad, vuelve y se encierra a trabajar como un panteonero esperando al amor tardío; mientras tanto observa, una y otra vez, a las bellas damas enlutadas y las confunde.

Fuera de la ciudad, Pablo aparenta morir de frío, creyendo que se aparezca algún vehículo que lo lleve a la ciudad, pero eso jamás ocurriría, desde el otro lado, Matilde acomoda los vestidos que tiene e intenta sacar del galán que está al lado suyo. Ella era alta, delgada cual débil huesecillo, tenía el cabello esponjoso, después de mucho  logró comprender que se debía a sus múltiples andanzas por el campo, detrás de sus borregos; lo tenía de color castaño oscuro, pero gracias al estiércol y la tierra jamás se notó su color original, más bien parecía chocolate, y sus mechas eran tan largas que tapaban parte de sus mejillas, la fisonomía de la campesina era de admirar, piel tenía la cara redonda  y una piel sonrosada con baños de pecas, los ojos pequeños que se  achispaban con el sol y la boca sonriente compraba el corazón de la gente lleva. Sin duda era una campesina muy parlanchina y trabajadora. Por sorpresa llevaba la misma ropa de los días anteriores que eran de colores alegres, pero ya descoloridos, odiaba profundamente los pendientes o llevar flores sobre su peinado, la faldita lo tenía desgastada, sus medidas hacían de ella muy bonita e interesante para descubrir, ella topaba los veintinueve años y jamás se arrepintió de llevarlos. En pocas palabras era una joven que se alimentaba bien, tenía buen sentido del humor, amable con sus vecinos, confiable y muy inteligente.

Los años pasan rápido allá en el campo, para Matilde no es novedad, sin embargo, Pablo al observar los que viven allá se sorprendió mucho, porque a la mayoría de las personas que tenían su edad ya se les notaban las arrugas en las manos, decían que les dolían que se volvían aún más ásperas. Una mañana, un tío lejano de Matilde se acercó a Pablo, en el pueblo, y le dijo: Ya estoy viejo, me ando por topar los cincuenta, cuanto cuenta ser campesino. El pan del día a día para este hombre es siempre morder las fisuras que se abren en cada centímetro de las palmas de mi mano, las sogas de las Yuntas, la fuerza, el sol y la edad se juntaban en la misma faena para ir acabando con mi juventud de mano en mano; era difícil, un viejo cascarrabias como yo tenía que dormir con las manos amarradas al catre de arriba, para eso estaba mi mujer…Eso era hacer el amor para mí. Para Pablo era sorprendente oír tales confesiones, porque él al verse en el espejo notaba que aún estaba joven y con tantas fuerzas para pensar en otro matrimonio con Marta. Pues estaba obsesionado con la dama del bar.

Matilde cuenta:

Esa misma tarde llegamos a casa, Pablo desapareció de mis ojos, acabó sus horas sentado detrás de la casa, dizque observando si algún cochero o camión pasaba por ahí. Me ocupé de mi faena sin importarme lo suyo, y para que se quitara los andrajos terminé obsequiándole a su mal gusto la ropa de mi difunto hermano Mario. Pero, cuando sus inclinados pensamientos lo llevaban a perder cuenta de lo real, le echaba unas miraditas a su equipamiento, no tenía mucho que mostrar.  Ya con la ropa limpia empecé a discernir sus cualidades de varón: tenía las piernas largas, los hombros anchos, la nuca larga, tez claro con ojos oscuros y redondos, sus pestañas eran largas cual bigotes de felino, pero era un hombre sin grosura, flaco por arriba y por abajo.  

Ya iba derrumbándose las horas del día y con ellas el sol se debilitaba; cuando vi aparecer, al sujeto recién llegado, en el gallinero. Mantuve la cordura y no le eché importancia.

—Puede decirme Pablo —dijo, casi arrepentido de todo, aunque yo ya lo sabía— creo que no dejaré de causarte molestia, pues vi mi suerte aquí junto a las gallinas.

—No hay mucho por qué temer —sonreí claramente— me llamo Matilde, y puedes quedarte sin ningún problema, pero debes ajustarte a mis faenas y gustos para nuestra sana comprensión.

Pasaron días, quién sabría si a Pablo le era fácil o difícil ajustar sus costumbres a los míos: para su buena suerte lo llevé muchas veces al pueblo, a las festividades realizadas por mis colindantes y al bar de don Gregorio. Don Gregorio sabía qué me traía entre manos, así que fue testigo de la molesta pelea que tuvimos antes de congeniar profundamente con el cholo citadino.

Pablo conoció a muchos del pueblo, y a cada paso iba dejando huellas de carisma, pues nadie podía quitarle los términos de la boca. Me pasé varios días enojada y procuré hablar poco. Debo explicar, que mi molestia fue provocada por mis vecinas, que estando ya casadas buscaban a Pablo. Nunca tuve visitas, pero ahora Piña Ucro debía albergar a muchas que huían de casa mientras los esposos estaban ensuciándose las manos para conseguir un poco de pan.

  Llegaban muchas, estuve muy enojada, pero parece a él no importarle. Pues su intención era distraer y buscar información de cómo volver a la ciudad. Entonces, de tanto andar con las señoras del pueblo, se enteró que debía esperar el fin de semana para viajar, porque solo los sábados y domingos había carros para bajar a la urbe.  

En vista de que llevaba ya varios días sin hablar, por su arrogancia y su orgullo por la supuesta mansión que tiene en la ciudad, se sintió culpable he hizo todo para que le perdonara, y para que eso ocurriera, procuraba hacer las cosas bien. Amaba caminar junto a Shuco, Jual, Balita y Doki; me encantaba ver cómo quería al primero, pues era muy flaco, recién se estaba recuperando de una terrible pelea que tuvo. Sin embargo, los otros eran de más carnes que de huesos, aunque gozaban de tantas fuerzas para correr y espantar a los extraños, muchas veces los zorros ingresaban a la granja frente a sus narices… Continuará.

*Licenciada en Educación. Escritora pachiteana, integrante de la Asociación de Escritores de Huánuco

Imagen: (Internet) pinterest.com

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07.12.2021

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